EL AMANECER
Era raro que sonara el timbre tan temprano en su casa. Le recordó viejos tiempos, cuando se ponía el despertador para levantar a sus hijos, pero ellos ya no estaban; a esta altura de su vida no sabía si seguir tendida en su cama o mover su dolorido esqueleto hasta el portero eléctrico. Tampoco ya no estaba su marido para darle una mano, y encima, todavía no había llegado la enfermera que la cuidaba.
¿Quien querría molestar a una anciana a esta hora?, pensaba, mientras tomó su bastón. Los metros que había entre su dormitorio y la cocina no eran muchos, pero se hacían eternos y muy quejumbrosos.
-¡Soy yo, mamá, Pablo!
¡Lo que le faltaba a una vieja como yo!, pensó, otra broma de mal gusto, como tantas había sufrido desde la desaparición de su hijo Pablo. Ni siquiera contestó, no era la primera vez que le hacían esto. No le dio importancia, aprovechó que se había levantado tan temprano, para preparar la comida.
El timbre volvió a sonar una vez y otra vez, hasta que decidió que si no se iba por las buenas, lo mejor sería avisar a la policía o esperar a que viniese su enfermera. Decidió contestarle para disuadirlo de sus turbias intenciones.
-¡Por favor, le dijo la mujer, no me moleste, yo sé quién te mandó a vos! Ya le avise a la policía.
-Mamá, soy yo, me olvidé las llaves, las dejé en el jarrón rojo de la cocina.
La mujer se sorprendió y tomó nota de las palabras, ya que a Pablo siempre se le olvidaban las llaves en ese mismo jarrón. Era increíble la información que tenían ciertas personas, lo que eran capaces de hacer con tal de lograr su objetico. No sabía el motivo, si esto era para robarle o simplemente para hostigarla. Decidió seguirle la corriente, así ganaría tiempo para avisarle a la policía.
-¿Qué quieres que haga?, le preguntó.
-¡Que bajes, mamá!
La maldad no poseía limites, especuló, ¡hasta la voz se le parece!, no tendría más de dieciséis años, como Pablo cuando desapareció de esta misma casa, hacía como treinta y tres años. Recordó de pronto lo distraído que era su hijo, y sonrió levemente. ¿Quien estaría detrás de esto?, quizás un grupo de delincuentes comunes, que le quieren robar a una vieja indefensa, deliberó.
-Mama, te dije que iba a volver, de que no te preocuparas, de que igual iba a pasar de año, ¿te acordás de que me prometiste que si aprobaba matemáticas nos íbamos al sur?
-Si, ya lo sé, pero vos no sos Pablo.
La anciana recordó de pronto ese incidente con Pablo, había sido casi a fin de aquel año maldito, en quinto grado; Pablo se había dejado estar en sus estudios y eso a su madre no le gustaba, esperaba para él un futuro mejor que el de ella. La envolvió de pronto la curiosidad, quería averiguar quién estaría detrás de esto; se vistió, se aseguró de que el portero estuviera abajo y decidió bajar a pesar de todos los peligros. Cogió su bastón y como pudo, llegó hasta el ascensor.
A medida que se acercaba a la puerta de entrada, sus recuerdos afloraban como si hubiesen estado dormidos por mucho tiempo; su asombro iba en aumento, el parecido de este chico con Pablo era sorprendente. No solamente la voz, sino su cara, su ropa, la misma de aquella fatídica mañana y hasta los gestos que le hacía desde afuera.
La mujer apuró su marcha emocionada, su instinto de madre la guiaba por un sendero de luz. Sintió que ya no necesitaba el bastón. Abrió la puerta, lo abrazó y cayó tendida en el hall. La encontraron luego en el piso con los brazos abiertos y con una leve sonrisa.
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