Más allá de la incompletud de Leibniz,
cercado de incertezas finitudes,
quiero pensar en un recomienzo
de aquello que no tiene un fin
y ha de ser mi punto de partida,
mi nuevo despertar.

Reinicio sin recuerdos ni expectativas
que se alimenten de juiciosas clarividencias,
de prudentes consejos y previos avisos,
de reveladores pasos aún por dar,
de un iniciático camino aún por conocer.

No quiero profecías, utopías o teoremas
que me quieran confirmar lo que no sé
y no quiero saber, lo qué pasó, lo que pasara.
Prefiero un austero día a día con sus sobresaltos,
su prevista y esperada desesperación ordinaria.

No pretendo deberle nada al tiempo,
efímero en su pasajera proyección,
desconfío de sus buenas promesas
y estoy ajeno a la letra pequeña
de un contrato que nunca firmé.

Voy a aceptar la soberanía del tiempo
para no caminar por el vacío, sin rumbo
y poder encontrar mi particular monada,
mi propio aleph definitivo y eficaz
y entonces aceptar impávido mi finalismo
y volver a la vida sin providencias,
sin desacatos ni falsas esperanzas.