—Bueno Tino, ya he dejado la comida de la semana en varios tapes. Acuérdate de metértelo al congelador —le previno su asistenta.
—Eres un sol, Luz. Hasta el lunes.
Tino continuó leyendo. Pasado un rato, sintió una leve presión en el pecho pero no hizo caso. Ya lo conocía desde murió su mujer. Miró al sillón donde se sentaba para hacer ganchillo y parecía que se hundía. Suspiró y dejó el libro sobre la mesita. Se palpó su muñeca para cerciorarse de que tenía el botón de teleasistencia puesto. Se levantó de su sillón, cogió el andador con la intención de dirigirse a la cocina para cenar. Ya estaba en mitad del pasillo cuando sonó el timbre de la puerta. Puso la cadena de seguridad y preguntó quién era. Como no lograba entenderlo, decidió abrirla.
Vió a un muchacho marroquí de unos 23 años, vestido con pantalón de chándal tan desgastado como su camiseta. Tenía grandes ojeras y su cuerpo destacaba por su delgadez. En su mano portaba una gran lata. Pidió:
—¿Tener comida echar aquí?
—¿No te dan comida en los comedores sociales? -preguntó Tino.
—No papeles, policía, cárcel, volver pueblo, morir hambre.
Se puede decir más alto pero no más claro.
Tino dudó unos instantes. Una cosa es dar comida al hambriento pero otra es echarla al bote, como si fuese un perro.
Miró de reojo a su pulsera de teleasistencia, quitó la cadena y anunció:
—Venga, vamos a cenar. Comer.
El chico, tras unos instantes de indecisión, entró en la casa. Lo guió hasta la cocina, puso los platos y repartió la comida.
—No comer cabellos largos colorados.
Tino sonrío y le aclaró:
—Son espaguetis.
Repitió y cuando acabó con los postres, explicó su historia.
Hace un año llegó a su pueblo un hombre rico. Nos habló de España, que había muchos trabajos, suficiente para ganar él y enviar a su familia. Sólo tendría que pagar el billete. Al día siguiente por la tarde, llevaron a 10 muchachos en una furgoneta con destino a Tánger. Vivieron en un piso patera con 8 personas más. A la semana, dijo que esperaba una barca para cruzar el estrecho por la noche. Al amanecer, ya cerca de la costa de Cádiz, apareció un fueraborda de la policía. Pudo escapar nadando y luego corriendo por los campos. Se alimentaba de los frutos de los árboles hasta llegar a su destino. Descubrió que le engañaron, no había trabajo y el único oficio posible era el del mendigo.
Tino también le explicó su historia. Tuvo que emigrar a Alemania para trabajar en una cadena de montaje de automóviles. En su tiempo libre, pasaba por la biblioteca del barrio para coger libros en español. Fue en este lugar donde conoció a su mujer. Cuando faltaban 2 años para jubilarse, decidieron comprar una casa en España. Su mujer apenas la disfrutó. Llevaban 3 años cuando le dió un infarto. La ambulancia no llegó a tiempo al hospital. Sus hijos están en Alemania trabajando y él está solo. Tras un momento de silencio, Tino le preguntó:
—¿Dónde vas a dormir esta noche?
—No problema, caja cartón, calle pequeña.
Tino asintió y se quedó pensativo. Había algo en esta historia que no acababa de entender. Observó al muchacho que se le cerraban los párpados y tomó una decisión:
—Una cosa es cierta: los dos somos emigrantes. Sabemos que es muy complicado comenzar desde cero en una país extranjero, y sin ayuda, estás destinado al fracaso. Por eso, te doy cama y comida a cambio de compañía hasta que encuentres trabajo y te regularicen tu situación. Después, ya decidiremos qué hacer.
El muchacho reaccionó al oír "cama y comida", pero Tino dudaba si había entendido el resto de la conversación. Se levantó y le mostró su habitación. Él se tumbó en la cama y no pudo emitir ninguna palabra porque se quedó dormido.
Tino regresó al comedor, encendió la televisión para ver las noticias. De pronto, las cortinas de su balcón se agitaron violentamente. Hizo el gesto de cerrar el balcón cuando se dio cuenta de que no se había abierto. Esbozó una amplia sonrisa en su rostro pues sabía lo que había sucedido. La soledad se había marchado de su casa.
Nota: Cuento ganador con el segundo premio del 5to. concurso literario de la asociación Auxilia de Barcelona.
Noviembre 2019 |