Herejía
El aviso publicitario de las cuerdas para suicidas apareció en la trasnoche de una emisora radial de escasa audiencia en marzo. La voz del locutor promocionaba unas cuerdas eficaces para el ahorcamiento cuyo eslogan, «cuerda para suicidas Lorca, la que no aprieta pero ahorca», remitía a adquirirlas en los comercios del ramo. Es probable que el aviso hubiera pasado desapercibido de no ser porque algunos oyentes lo comentaron en las redes sociales.
Aquella noche la gente llamó a la radio. Alguien que lo consideró inapropiado; algunos para comentar que el suicidio no es motivo de chistes. También hubo llamados para consultar acerca de los comercios del ramo. En un principio se adujo que se trató de una broma de un operador de la emisora. Los avisos eran grabados y automatizados, sobre todo en horarios nocturnos entre intervalos musicales. Desde otros medios afirmaron que la publicación no fue otra cosa que un mecanismo desafortunado de medición de audiencia. A las pocas semanas y sin que hubiese responsables del anuncio el programa fue quitado del aire.
En abril apareció un sitio web que promocionaba las cuerdas para suicidas Lorca, ahora con fotografías que las mostraban en distintos colores y texturas. Se garantizaba efectividad absoluta para todo tipo de cuerpos y con la compra se ofrecía de regalo un pañal descartable para adultos. No había números telefónicos ni ubicación de los supuestos vendedores, sí una dirección de correo electrónico apócrifa. El enlace, considerado un hoax, fue compartido miles de veces en las redes sociales durante varios días hasta que el sitio fue eliminado.
Alguien en Instagram publicó un aviso de venta de cuerdas para suicidas que mostraba las fotografías del sitio web, publicación que enseguida se hizo viral. Un conductor de televisión mostró y comentó al aire el asunto como una supuesta broma. La policía de la ciudad irrumpió en un domicilio y arrestó a un adolescente. El caso tomó estado público. Aun cuando el joven fue liberado a las pocas horas, en Facebook se inició una campaña de repudio al accionar policial y en reclamo de libertad de expresión. Entonces miles de avisos de supuestos accesorios para suicidas desde cuerdas, hornos de microondas adulterados y arañas exóticas hasta bombas nucleares portátiles fueron publicados en todas las redes sociales.
No poca gente reclamó censura por respeto a las normas de convivencia y a los niños. Hubo debates en radio y televisión con personas famosas de diversas disciplinas: políticos, psicólogos, sociólogos, médicos y religiosos, que concluyeron en la necesidad de controlar el acceso a internet y a los servicios de mensajería a fin de fortalecer los vínculos familiares, incrementar las medidas de vigilancia en la calle y en las escuelas y fortalecer las relaciones entre el gobierno y la iglesia católica.
Los activistas
Es octubre. Una mujer detiene su furgoneta blanca en una plaza céntrica. De la parte trasera sale un hombre. Es una tarde soleada de sábado. El hombre hace descender a un perro mediano, saca un bate de béisbol y dice algo a la mujer. El animal parece estar excedido de peso, anda lento y el hombre lo guía con su correa unos pocos pasos hasta un banco donde se sienta. La mujer sigue en la furgoneta con las balizas encendidas. El perro se echa en el suelo. En la plaza hay mucha gente: sentados en el pasto, en bicicleta, con sus hijos en los juegos. El hombre cubre la cabeza del perro con una tela negra y le acaricia el lomo. El animal se relame unos segundos y queda con la lengua fuera y la respiración lenta. El hombre se incorpora con el bate de béisbol. Hay un movimiento brusco y un estruendo sordo. Enseguida los gritos de horror. Algunos apartan a los niños. Otros insultan e increpan mientras filman y toman fotografías. Alguien llora fuerte. El hombre levanta el cadáver y vuelve a la furgoneta. La mujer pisa el acelerador. En la vereda queda tirado el bate de béisbol. Dos días después comienza a circular un video de esta secuencia tomada desde el interior de un vehículo. También se viralizaron fotos y videos que los testigos hicieron en la plaza. La cara del hombre del bate y la patente de la furgoneta circulan en internet asociadas al asesinato. Alguien hace una denuncia formal y al poco tiempo la policía detiene a la pareja.
Un canal de televisión entrevista al hombre del bate. En su descargo dice que pertenece a una ONG defensora de los animales y que de forma anónima su mujer hizo público el video que ella misma filmó para concientizar sobre las matanzas de animales para consumo humano. Indagado acerca del brutal acto con el perro el hombre argumenta que era su mejor amigo, que estaba enfermo y que decidió la eutanasia en ese lugar porque el perro amaba el aire libre y las plazas. También dice que dejó a disposición de la justicia el cuerpo para que una autopsia probara la existencia de la enfermedad terminal y el consecuente sufrimiento del pobre animal, pero que las autoridades desestimaron el pedido y lo condenaron a una multa que de no ser pagada en término le representaría prisión.
Noviembre. Un camión se detiene frente al centro comercial. Tres hombres quitan el toldo de la caja y puede verse una jaula con un cerdo vivo. Los hombres atan las patas del animal y lo cuelgan de un parante cabeza abajo. El cerdo chilla y se sacude. Un hombre le ata el hocico con un alambre y enseguida otro le abre el cuello con un cuchillo. La sangre va a dar a un balde mientras el animal se zarandea sujetado por dos hombres. La gente grita, insulta; hay padres que apartan a los niños. Los del camión portan cuchillos grandes; nadie se atreve a acercarse demasiado. El animal aún se mueve y es destripado. Las vísceras caen al balde. Llega la policía y detiene las acciones. El hombre del bate pide a gritos explicaciones y se niega a ser detenido. Dice que simplemente estaban preparando comida, que necesita dinero, que qué les pasa.
Tiempos muertos
Desde el piso 22 el río hace una mancha negra costera que en su quietud se disuelve hacia la orilla invisible del este. Hay dos barcos en el horizonte y cirros finos, hilos de fibras brillantes como arañazos en un lienzo azul. La ventana apenas refleja del interior el dorso de un monitor, una lámpara de escritorio y unos tubos fluorescentes encendidos en el techo mientras una cortina se cierra. Una mujer sale de la oficina con su cartera al hombro y espera el ascensor. Tiene los auriculares puestos y el teléfono entre las manos. Ahora un hombre de overol espera detrás de ella con su carro de la limpieza. Ingresan y él acomoda sus cosas. Las paredes del ascensor son metal y espejos. La mujer tiene los ojos metidos en la pantalla, usa un vestido amarillo hasta las rodillas y unas sandalias con tiras de cuero color canela. El hombre a sus espaldas apenas se inclina, acerca la nariz al largo cabello rubio, inspira lento y comienza a masturbarse.
Un niño mira dibujos animados sentado en un sofá marrón. El televisor es de 45 pulgadas y tiene el volumen alto. Detrás del niño hay una puerta entreabierta. Se asoma una mujer descalza envuelta en una sábana y observa unos segundos al niño en el sofá, los juguetes en el suelo, el mueble del televisor, la barra que separa el living del comedor diario y enseguida cierra la puerta sin hacer ruido. El niño también está descalzo, lleva pantalones cortos y una camiseta de fútbol. Detrás de él se abre la puerta. Un hombre desnudo se detiene un momento y ve a un niño de espaldas en un sofá, un televisor encendido y cosas en el suelo. Cuando el hombre desnudo se sienta en el sofá se hunde el almohadón y el niño parece elevarse. En la pantalla un automóvil rojo le dice algo a otro azul y ambos salen a toda velocidad por una pista. El hombre desnudo le dice al niño al oído que ahora que su madre se está duchando es buen momento para conocerse. El niño no responde y se levanta como para irse, pero el hombre desnudo lo toma del cuello con una mano húmeda y lo sienta de un tirón. El niño mete los ojos en la pantalla y no parpadea. La mano húmeda sigue ahí.
Es de madrugada y llueve fuerte. Un hombre sube a un taxi. Los limpiaparabrisas no dan abasto y la ciudad se vuelve intermitente. El hombre recibe un mensaje de audio: una mujer lo llama por su nombre y le pregunta dónde está y por qué no contestó las llamadas en todo el día. Él pasa la mano por la ventanilla en un acto reflexivo como si pudiera apartar el agua para ver del otro lado y graba un mensaje que dice que está de camino en un taxi y que llegará en 20 minutos. Enseguida oye otro audio: la mujer grita, le dice que ya no espera nada de él y que prefiere que no vuelva. El chofer enciende la radio. Suena un reggaeton mientras el auto trepa el puente de la autopista. El hombre graba un mensaje intentando tranquilizar a la mujer. El taxista acelera y sube el volumen; el reggaeton aplasta la voz y el mensaje. El coche sube la cuesta del temporal y las ruedas apenas rozan el asfalto; y el cielo que se tira al suelo y grita y llora y patalea y no se calla.
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