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Hola amigos:
En el excelente consultorio psiquiátrico al que asisto: la aristocrática cantina de mi barrio “La suerte loca” se sabe y se escuchan muchas historias interesantes que para un aprendiz de escritor como yo son oro molido.
La historia que voy a contarles tiene un principio triste, me encontraba en la más espantosa brujez. Sin trabajo, ni capital por mi reciente divorcio, la mujer con la que en mala hora me matrimonié me había dejado en la calle. Sin embargo, no me quejo de ella, sino de mí mismo por pendejo.
En fin, llegué al aristocrático lugar al que me refería al principio a “gorrear” alguna copa (mi medicina) y encontré solo a mi amigo el filósofo, un octogenario, que de inmediato me invitó a sentarme en su mesa.

Ambos, armados de sendos tragos del mejor whisky de la casa (aunque de marca desconocida). Empecé a contarle mis penas.
—¿Ella te puso los cuernos? —me preguntó.
—No, me dejó por falta de dinero, pero eso sí, lo poco que tenía me lo chingó. El cabrón juez de lo civil todavía me dijo: “da gracias a que no tuvieron hijos”.

Mi amigo, sonrió y me comentó:
—Pues te fue bien. A mí sí me dio en la madre una hermosa mujer allá en mi juventud.
No quise interrumpirle pues habíamos pedido otra ronda de medicinas. Estuvo un tiempo callado y al cabo de unos minutos me contó lo siguiente:

—Así como me ves ahora, feo y viejo, en mis mocedades era guapo, de muy buen ver y simpático a más no poder. Una mujer, hija única de padre muy rico, se encaprichó conmigo y a pesar de la negativa del progenitor, nos casamos.
—¿Y qué pasó?
—Mi suegro me dio trabajo en su negocio, eso sí, nunca me dirigía la palabra. Pero, mi mujer acostumbrada a lujos y viajes. Con el sueldo que me asignaron sólo alcanzaba a medio vivir. Entonces, ella empezó a salir y en poco tiempo tuvo la gentileza de coronarme con unos cuernos tamaño mamut. Se volvió descarada y no se conformó con un solo “quelite”, sino, que eran varios e incluso los traía a nuestra casa y yo tenía que apechugar.
—Era una situación terrible y que hizo usted. ¿Se divorció?
—No —soltó una alegre carcajada—, se me ocurrió una idea mejor.
—¿Cuál?
—Para no alargarte la historia. Defraudé al negocio con una buena “lana”. En la casa le dije a mi media naranja: “Ahorita vengo”, salí y ya no la volví a ver.
—¡Ah caray! ¿Y no hubo consecuencias?
— No. Mi suegro del coraje se murió de un infarto, bueno eso creo. Y la hermosa dama sabrá Dios que sucedió con ella.
—En teoría usted sigue casado-
—Sí, y me vale madre.


Texto agregado el 26-10-2019, y leído por 71 visitantes. (1 voto)


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