¿SE LE DESCUAJO EL CHINO?
Cuando los niños o niñas, por ahí hasta los doce años, incluso los adultos, por estar jugando, porque en Socotá, a estos chinos o chinas, no se podían tener adentro de la casa, se la pasaban en la calle, jugando a los presos y policías, al cunclín, a los ponchados, a la lleva, a las fieras, a las escondidas, corriendo todo el tiempo, en el río, montando bicicleta, jugando micro etc., es decir, no se podían quedar quietos; para entrarlos a la casa era un sacrificio, los papas salían a buscarlos por todas las casas donde los amigos; había que ir casa por casa, porque en esa época no había teléfonos, ni celulares, ni nada de las comunicaciones actuales; y por fin se entraban, porque debían desayunar o almorzar y medio comían y ya estaban otra vez en la calle.
En esos juegos en la calle o en los campos, porque no sólo estaban en el perímetro urbano, sino que se iban para el río a nadar o a pescar, para Guarchita, para el Morro, a las piscinas de doña Maruja en la Vega o la de don Alberto en Motavita, a coger guayabas o chirimoyas en las orillas de los caminos, a coger pipos en los árboles, a prenderse por atrás de los camiones o de los buses, en fin, siempre estaban haciendo algo, eran hiperactivos.
En esas andanzas, se golpeaban, se caían de los carros, no comían a horas, porque se llenaban de guayabas, chirimoyas, chovas, naranjas, granadas, caña de azúcar, miel en las moliendas y de todo lo que había en los lugares, donde se encontraran.
Sin embargo, en los juegos, se caían, se golpeaban, ya sea por empujones o porque se dejó caer del bus, o la piedra en el río estaba resbalosa, o no estaba trucha, mosca o pilas (dichos que se asimilan a que no estaba pendiente o concentrado), con lo que estaba haciendo.
Cuando sucedía esto, al otro día, el chino o la china, amanecía pálido, blanco y transparente como un papel, sin ganas de comer y la mamá decía, se escuajo el niño o la niña, hay que mandarlo sobar.
Los sobanderos eran: Alberto Trujillo, Hortensia de Cruz, Anita Trujillo, Aura Victoria Gómez, Silenia Montoya y otros.
Lo o la hacían acostar en una cama, los cogían de las piernas, a nivel de los tobillos y los zarandeaban, luego le miraban que los órganos genitales estuvieran alineados con el ombligo y prendían un chicote o tabaco, lo fumaban unas cinco veces, lo mordían y mascaban y con la mescla con la saliva, hacían masajes a nivel del estómago, una y otra vez, tratando de componer el cuajo, algo que sonaba al masajear y cuando este estaba listo, se amarraba con un fajero (trapo alargado) alrededor de la cintura, haciendo presión y con la recomendación de que no fuera a jugar a moverse bruscamente y que volviera en tres días, para repetir la operación, y así se mejoraban.
Lo chistoso e incomprensible es que los seres humanos no tienen cuajo, el cuajo lo tienen las vacas, es uno de los cuatro estómagos del semoviente. Otros dicen qué, el cuajo, es una parte del estómago, qué se descuelga porque los pequeños se golpean, se caen muy seguido, en sus primeros pasos, cuando están gateando o aprendiendo a caminar.
¿Pero entonces, por qué se escuajan (dicho socotense) y por qué con la sobada se mejoran? Aquí está la explicación médica.
Científicamente a este mito de las madres socotenses y colombianas, es qué a veces, se producen pliegues en el intestino y este se mete dentro de sí mismo, ocasionando la diarrea y la pérdida del apetito, al igual, qué a nivel del duodeno, hay un lugar o un sitio que al tocarlo disminuye el movimiento intestinal lo que hace que la diarrea desaparezca.
Cuando los sobanderos masajean el estómago, el intestino vuelve a la normalidad y los infantes, vuelven a comer, a su color normal y a realizar sus juegos, alentándose casi de inmediato.

NEVERS GERMÁN OJEDA GÓMEZ