No sé qué tenían aquellos emplastos pero, lo cierto es que eran bastante efectivos.Era coger frío y entrar la vecina, proveniente de la farmacia, pero dándose ínfulas de médico, como si entre el farmacéutico, la tal sor, el propio médico y ella hubiera alguna especie de connivencia. Más aún, como si formara parte como un eslabón más de cadena. Cadena sanitaria, en este caso.
De cualquier manera, no se explica uno cómo han desaparecido de la panoplia médica. Y viene al cuento porque el otro día los vi anunciados en el escaparate de una farmacia. Fue como volver a la infancia. Desconozco las razones comerciales de su desaparición- si es que desaparecieron realmente-; tanto como las de su relanzamiento. Pero el producto existe.
La que no existe es la vecina. Una sor, una santa. La vecina me refiero.
Del barrio queda poca gente. A veces me da la impresión de que si no cuento yo su historia, todo aquello será como si no hubiera pasado.

Los parches de la Sor, los vecinos vocingleros e incluso una improvisada corrida de toros. Afluían desde toda la ciudad curiosos expectantes, por haber corrido la voz de que para aquellas fiestas nos habíamos agenciado una vaquilla. Y allí los tenías: de toreros, improvisando pases y haciendo alarde de valentía. La vecina, entonces, sobre las contusiones- haciendo las veces de experta enfermera de la calle- extendía los inevitables parches: panacea de todos los males. Y era que, en aquellos tiempos, ante las carencias de toda índole que había, se echaba mucha mano de soluciones mágicas y milagreras, como las que proporcionaba aquella sor dibujada sobre el producto, ungida- qué duda cabe- de un poder sobrenatural( el que le habría de proporcionar el mismo dios del que era esposa; al menos eso era lo que uno se imaginaba, cada vez que entraba la inefable vecina).