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EL ÚLTIMO CAFÉ

Lo mejor que pude hacer esa tarde lluviosa y fría, fue meterme en un bar a tomar un café y leer el diario. Luego me di cuenta de que no fue una buena idea, pero ¿quién podría adivinar que esto iba a terminar así?, en una tragedia, solo por el hecho de sentarme a tomar un simpe café.
Todo comenzó cuando el mozo me advirtió que me apurase a hacer el pedido, ya que el precio que aparecía en la carta iba inexorablemente a modificarse de un momento a otro. Yo lo observé desconfiado, era un hombre al que yo conocía desde tiempo atrás, aunque claro, la inflación estaba creciendo exponencialmente, pero igual me tomó de sorpresa.
Le contesté que bueno, que sí, que me iba a fijar lo más rápido que pudiese, que en realidad ya lo tenía resuelto, pero que me otorgase unos segundos, así yo me decidía, si por un cortado chico o uno mediano. Pero mientras deliberé, sabía que el precio subía y ahí yo me lamenté ser tan indeciso, ya que me costaría mucha plata.
Al final opté por un cortado chico, pero como habían pasado dos minutos ya valía como el mediano, por lo tanto me fui hacia el mostrador para pelear por el precio antiguo. El mozo, un tanto asombrado por mi extraña conducta, y mi cara sobresaltada, me aceptó ese precio, pero que correspondía abonarlo cuanto antes.
El problema se suscitó y acá viene lo más importante, cuando me percaté de que yo no tenía efectivo encima, (estaba sin trabajo desde hacía dos meses) y sabía que si pagaba con tarjeta era más caro. Debería, sí o sí, ir a un cajero automático; pero, ¿cuánto tiempo me llevaría?, ¿cuánto dinero me iba a costar semejante movida?, ¿habría cerca un cajero, y con esta lluvia?
Le dije al mozo que me aguantara un momento; salí disparando del bar para el lado que me imaginé habría algún cajero abierto. Pero me equivoqué, me desorienté, y perdí minutos valiosísimos, preciosísimos de verdad, medidos en inflación. Al final encontré uno, pero para colmo, y no podía ser de otra manera, no tenía dinero. ¿A cuánto ascendería el precio del cortado, cavilé?
Me volví corriendo y esquivando los pozos anegados y llenos de barro, y entré al bar para suspender el pedido, pero el mozo me recalcó una y otra vez que ya era tarde, que tendría que pagarlo y consumirlo. Me senté abrumado por las circunstancias, no me quedaba otra cosa que tomarlo, pero, ¿cómo haría para pagarlo?, el tiempo corría cada vez más aprisa, como si los precios fueran en cámara rápida.
Le pregunté, cuando me trajo el cortado, a cuánto trepaba la cuenta y me dijo que me preparase para lo peor. Fue lo que hice, agarré la cuenta, cerré los ojos y los abrí lentamente, primero uno y después el otro ojo. Y no pude creer lo que vieron. La cuenta ya tenía varios ceros y del lado derecho, y lo más increíble, y esto sí que fue tremendo, es que la adicción se iba modificando sola, como si tuviera vida propia. Los numeritos se modificaban como en una caja registradora. Estaba liquidado, ni siquiera con lo que me quedaba en la cuenta del cajero lo podía pagar. ¡Menos mal había pedido un cortado chico!, pensé.
-Ese precio es si lo abonara ya, y en efectivo, sino es otro,- me gritó el dueño detrás del mostrador.
Lo consumí con una gran resignación, sabiendo que la batalla estaba perdida; pude deducir cuánto saldría más o menos cada sorbo; así fue que lo consumí como en cuotas fijas , pero teniendo en cuenta de que la última libación tendría por lo menos un interés del 2 por ciento. El café estaba excelente, pero ahora yo era un tipo endeudado y si había algo de lo que siempre me jacté, es de pagar las deudas.
Llamé al mozo y le dije que esperara, que iba a buscar el dinero como sea y que le iba a pagar, de que no se preocupara. “Tengo toda la tarde” fue lo último que escuché que escupió de su boca desde los fondos del bar. No tenía muchas opciones, ya que el precio del café era más que lo que tenía a esta altura del mes en el banco. Pensé en pedir un préstamo, pero el tiempo que me llevaría seria tanto, que el café seria impagable. La otra opción era molestar a algún pariente o amigo pero desistí de inmediato, no me creerían que el destino serie para pagar un cortado.
Lo más sensato era desprenderme del auto, el cual ya casi ni usaba; o más bien regalarlo al primer postor, para hacerme de unos pesos esta misma tarde. Mi coche no valía mucho y lo tenía medio abandonado en la calle y como yo sabía de un vecino interesado, me fui a su casa y le toqué el timbre. No estaba, me atendió su mujer, le expliqué la gravedad de la situación, le dije que era para una operación médica, no le dije la verdad, no me iba a creer o quizás sí. En seguida se puso en contacto con su marido y como el precio era tan tentador para el hombre, se apareció al rato con el dinero. Le agradecí, le prometí que después le daba los papeles y salí disparando al bar.
Y pasó lo que me suponía, no me alcanzó ni para la propina. ¿Y si tuviera que almorzar que haría?, pensé. Me senté a meditar en la misma mesa; ¿le traigo otro café?, ¡No! le dije, ni loco, lo que me faltaba, más deudas impagables; lo único que hice fue suplicarle que me tenga paciencia, que de algún lado iba a sacar la plata.
Pero la paciencia parecía que no tenía paciencia, y fue entonces cuando el mozo vino y de parte del dueño me instó a que le pague el café o en su defecto que le deje alguna cosa en garantía, pero lo único que tenia, aparte del auto, era mi casa y eso sí que no lo podía perder. Le contesté que eso era imposible, que yo no tenía nada a mi nombre. Al rato veo que el hombre hace una llamada por teléfono, y a los pocos minutos llega una especie de Delivery con un sobre de color beige.
-¿No, y esto qué es?- dijo el dueño, lanzando el sobre en la mesa.
No pude creer lo que vi cuando lo abrí. Era una copia de mi título de propiedad, con todas mis firmas y sellos pertinentes; ¿de dónde lo sacó?, ¿Cómo estaba esto a su disposición? Lo peor era el precinto de embargo que a medida que pasaba el tiempo se formaba, como por arte de magia, alrededor del sobre.
-Ud. elija, me vociferó el dueño, si no me lo entrega firmado con su autorización como parte de pago, la deuda se sigue abultando y los embargos pueden ser de por vida.
Ya no tengo nada más para embargar, pero igual siempre se puede estar peor. Y fue lo que sucedió, recibí un mensaje de mi mujer diciéndome que me dejaba, que se iba, que habíamos perdido todo por culpa mía. Le quise explicar que fue todo por un café, pero no quiso entre en razón.
Le lancé una mirada al mozo pero me la revotó encogiéndose de hombros, como diciendo que él no tenía nada que ver, lo cual era cierto. Me sentí de pronto derrotado por las circunstancias, sin nada, sin mujer, ni casa, ni auto, y sin futuro. El dueño del bar no me dejaba otra opción que poner mi casa a su nombre y así frenar estos intereses de deuda que se multiplicaban con el tiempo.
Me fui del bar caminando lentamente con la mirada sobre el piso hacia ninguna parte. Nada ni nadie me esperaban. Deambulé sin rumbo fijo. Crucé un puente que me resultó tentador, ya no tenía nada que perder, salvo mi vida; me paré sobre la baranda, miré hacia abajo, luego cerré los ojos y cuando ya me disponía a lanzarme escucho una fina voz.
-¡Qué hace señor, está loco, no lo haga, siempre hay una solución para todo!
-¡Esta es la solución!, insistí yo, hasta que le vi la cara.
Era preciosa y bastante joven, de una frescura inigualable, el pelo suelto, los ojos verde esmeralda, una sonrisa seductora.
-¡No lo haga!
La observé nuevamente y me bajé de la baranda. Me acerqué, no sé para qué, no sabía si agradecerle o insultarla, sin embargo me sentí tan atraído que casi me mato de verdad con el pasamano.
-¿Por qué hace esto?, le pregunté ¿Por qué me quiere ayudar?
-Por nada en especial. Nosotros ni nos conocemos. Si quiere puede contarme lo que le pasa. Lo escucho. ¿Tomamos un café?
-Ni loco, le dije y me lancé al vacio.







Texto agregado el 20-10-2019, y leído por 184 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
29-10-2019 Un texto muy bien escrito que denuncia una realidad que creo todos entendemos muy bien. Imaginé la angustia del protagonista y la fuerza que ha adquirido la inflación que no deja a nadie indiferente. Mis felicitaciones... Me encantó***** Un abrazo Victoria 6236013
28-10-2019 escrito impecable, con fuertes golpes de ironía con los cuales se criticala inflación. Yvette27
25-10-2019 Excelente narración, con un final inesperado, saludos desde Colombia. nelsonmore
21-10-2019 Surrealista y aterrador, me acordé de un par de textos de Kafka. Helenluna
21-10-2019 Mmmmmmm... ya sospecho en qué país te has sentado a escribir la historia. Ojalá todo sea un sueño. Buen cuento. Marcelo_Arrizabalaga
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