En realidad, si se piensa bien, cada vez que se pronuncia el nombre de nuestro planeta, se mete en el inconsciente la entitulación. Con consecuencias- por lo menos en castellano- negativas. Claustrofóbicas, como poco. Propongo otras denominaciones. Como el planeta solitario. Qué duda cabe, menos cargadas de esta tensión negativa que digo. O el planeta guay. Ya me imagino la conversación:
- Y tú de qué planeta vienes- pregunta para el tiempo en que se dé tal concurrencia interplanetar.
(Que se dará con el transcurso de los años.)
- Yo del guay. Y tú- se inquirirá.
Para aquel tiempo, también, se cambiará el concepto de Dios por el de dos. Así, ante la gran incógnita que ha torturado las meninges más conspicuas que el planeta guay- según esta nueva nominación- ha dado, habrá por fin respuesta.
Hay dos- se dirá en castellano. Después, es de suponer que se formará la religión del "dos", arramblando definitivamente con el monoteísmo en que estamos inmersos- con consecuencias tan lamentables, por cierto.
Pero, por de pronto, para ir abriendo boca, es menester cambiarle el nombre: guay, solitario, o como quiera que le pongamos, como paso previo a otros encuentros planetarios futuros. Ah, e ir preparando la religión del "dos"- y así sucesivamente- cada vez que haya una nueva incorporación al club. |