Le incomodaba tanto el reloj que no hallaba la hora de abstraerse de él. Un buen día decidió hacerlo mil pedazos y siguió viviendo en los instantes. Hubiera querido que se rompiera el tiempo, pero el tiempo siguió tal cual como venía desde épocas primigenias. Cuando llegó a su casa, rompió en mil pedazos el espejo y siguió viéndose en los fragmentos de luna. Hubiera preferido no verse más, pero estaba condenado a sentir el tiempo y a ver su rostro en el misterioso espejo. Todo le fastidiaba, así que decidió irse a la selva. No se supo con certeza cuánto tiempo estuvo allá, cuando regresó parecía un simio, eso lo hacía sentir mejor que el hombre civilizado. En la calle lo miraban como si fuera un bicho raro, luego lo detuvieron por apedrear el reloj de una catedral, ni siquiera se inmutó. El aprendizaje en la selva lo había hecho incólume a la soledad y el dolor. Había aprendido el secreto de la alquimia. Lo condenaron a cadena perpetua por asesinar el tiempo, llevó con altivez el cautiverio. Un día fueron a verlo a su celda, justo el día en que empezaron a vender tiempo, pero el ya se había ido sin dejar rastro. Muchos creyeron que se fue por el espejo, aunque otros aseguraron que debió haberse hecho polvo que se llevó el viento.

AUTOR: PEDRO MORENO MORA
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