—Para siempre —dijo en respuesta a la duda de su nieto, sin esperar la réplica que vendría.
—Y, ¿cuánto es “para siempre” —no tardó en preguntar Joseph.
El abuelo, hombre que ya había vivido muchos “desde siempre” y otros tantos “para siempre”, vaciló en contestar. Recordaba el plazo exacto de al menos tres “para siempre”, y su camino no le dejaba duda, sabía que el plazo de "para siempre” se prolonga de manera infinita, pero como ya lo había dicho el conejo “a veces solo tarda un segundo”.
Dejó que el viento se llevara la duda, y el silencio acompañó sus pensamientos hasta escuchar de nuevo esa voz que decía:
—Y, ¿Cuánto es para siempre?
Respiró profundo y dijo: — Infinito, que no se acaba nunca. Así que no te preocupes, la luna no se moverá nunca de ahí.
Y siguieron el camino, el niño, feliz, sabiendo que la luna siempre estará en el cielo, y el
abuelo, intranquilo, rogando que la luna o la vida no lo delataran.
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