Ahí estaban mis equipos de telecomunicaciones.
Tenía: Un moderno celular, el equipo de radioaficionado, el teléfono residencial, un computador, el fax y un wiper; incluso tenía un viejo par de walkie talkie que me servían sólo a mí.
Unos junto a otros, sobre un gran escritorio.
Pero ninguno sonaba. Ningún llamado. Nadie se molestaba en comunicarse conmigo y ya había perdido el interés por intentar alguna forma de expresión hacia el exterior.
Así es que abrí las puertas de mi casa, incluso la de mi jardín, que siempre cerraba por precaución.
La verdad ya no tenía temor.
Después de mucho esperar aparecieron dos desconocidos que me saludaron con sorpresa. Observaron alrededor, recorrieron la casa y entre todos los objetos valiosos que poseía, se fijaron en los que tenía justo frente a mí.
Retiraron el teléfono desde mi escritorio.
¿Es suyo?, me dijeron-
Asentí.
Luego vieron el celular
¿Le queda carga?- me preguntaron.
Yo les respondí que lo había contratado con un magnífico plan. Les indiqué donde podían encontrar el cargador.
¿Sirve el walkie talkie?
Por supuesto, lo usaba de niño y tiene pilas nuevas. Posee gran alcance.
¿Y el wiper?.
Lo compré hace un tiempo, pero casi ni lo uso, pero en el pasado me sacaba de apuros.
Obviamente, les interesó también el computador y luego de desconectar los equipos adicionales, se lo llevaron al igual que el resto, en una maleta que les entregué.
Les di las gracias y cerré las puertas de mi hogar