Acabo de llegar del cementerio. Ha concluido una amistad de más de 50 años. Ya no volveré a ver la cara de Arturo, un compañero con quien compartí tantos años de amistad.
Perdió al fin la larga batalla contra la enfermedad. Pero luchó hasta el final, aun cuando ya el dolor era intolerable. Se fue en paz, y afrontó la muerte con desenfado y, creo, con cierto desdén.
Rechazó la confesión que le ofreció el servicio sacerdotal del sanatorio donde falleció. Prefirió en cambio liberar su alma confiándome sus secretos. Ojalá no lo hubiera hecho: me confió las horripilantes atrocidades y aún actos aberrantes que cometió durante su larga vida. Jamás lo hubiera pensado. Me dio nombres y fechas.
Arturo tenía un aspecto distinguido, señorial, irradiaba respetabilidad, y con sus maneras cultas, era fácil considerarlo un respetable caballero.
Sigo conmovido por su confesión y el pedido que me hizo en su lecho de muerte. Han pasado ya más de diez días desde entonces y todavía no he podido volver a dormir una sola noche sin ser asaltado por las pesadillas que evocan esa conversación última que mantuve con Arturo en su lecho de muerte.
¿Debería poner en conocimiento de las autoridades policiales todos estos datos? Sería lo correcto desde un punto de vista legal, pero a la vez sería traicionar la promesa hecha a un moribundo de no revelar estos hechos que mancharían su memoria y el buen nombre de su familia.
Esta mañana visité a la viuda de Arturo. Guarda de él el más tierno de los recuerdos. Estuve varias veces a punto de contarle la clase monstruo que era, pero me contuve conmovido por sus lágrimas. Insistió en invitarme con un te de hierbas silvestres, el preferido de Arturo.
Ahora en casa, comienzo a sentir los síntomas del envenenamiento. Esta mujer de aspecto frágil, era en realidad su cómplice y participó en sus atrocidades. Evidentemente, sospechó que Arturo en su lecho de muerte me confió sus terribles secretos y, por tanto, ha decidido eliminarme.
Ahora, faltándome ya la respiración, apenas con fuerzas bajo el efecto de severas arritmias cardíacas, escribo estas líneas en la esperanza que las lean las autoridades cuando investiguen mi muerte
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