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La Española - VIII

Después que una serie de hechos políticos relacionados con la postura argentina frente a la Guerra que azotaba Europa y luego de haberse descubierto que el Cónsul argentino en Trinidad era partícipe de una red de espionaje alemana, las presiones de Estados Unidos se intensificaron llegando al punto de provocar la ruptura del Gobierno Argentino con Alemania, hecho que caldeó los ánimos en distintos sectores de la política y del Ejército que no estaban de acuerdo con esa decisión.
Todo ello produjo el sublevamiento del General Farell quien destituyó al General Ramírez y asumió el cargo como Presidente el 1 de marzo de 1944.

En un país de continuos conflictos, aunque no tan severos como las situaciones vividas en su tierra, “La Española” dejaba transcurrir sus días dedicada al trabajo; no había alterado sus costumbres sencillas, y su único pasatiempo era un escape dominical al cine de barrio con alguna de sus amigas o su prima. Ni siquiera se permitía ir al Café Tortoni en Avenida de Mayo a tomar un té o un café, ese lugar era famoso porque contaban que allí se reunían poetas, escritores, pintores y también amantes del tango. Nunca pudo, no se permitía esos gastos. Años después conocería el lugar y sería una asidua cliente ya que su admiración por el arte y las letras se iría profundizando en el tiempo, llegando a colaborar económicamente con artistas pobres para que pudieran realizar y exponer sus obras.

Durante ese año, dos sucesos importantes ocurrieron casi simultáneamente en su vida. Aunque los dos eran significativos para ella, había uno que marcaría su futuro y formaba parte de la meta que se había impuesto al partir de España, eso llenaba de gozo el corazón de la luchadora muchacha.

Después de tantos sacrificios y gracias a varios factores, entre los que resaltaban su capacidad e ideas innovadoras que le habían permitido hacerse cargo de las ventas en la Fábrica de Giuseppe, con mucho éxito; pudo ahorrar el precio de un pasaje y dar como un hecho seguro el viaje de su hermano Jaime a la Argentina. Jaime ya había cumplido dieciocho años y estaba ansioso por viajar a América.

Los tíos, por su parte, habían colaborado negándose a recibir el dinero que ella les entregaba mensualmente, ya que, desde que Ignacia comenzara a trabajar y a colaborar con los gastos del hogar, no necesitaban que Maura aportara la mitad de su sueldo. Estas buenas gente, humilde, trabajadora y sobre todo, solidaria; conjuntamente con Ignacia, quien se sentía feliz de poder ayudar a su prima; decidieron que contribuyera solo con un mínimo aporte, por la única razón de que la orgullosa joven no habría aceptado de ninguna manera otro trato. Esta decisión familiar, había sido determinante para aumentar sus ahorros.

Con gran alegría escribió una extensa carta a sus padres comunicándoles la novedad, en la seguridad de que cuando ya estuviera su hermano con ella y trabajando los dos, podrían traer rápidamente al resto de la familia. En una panadería cercana, la dueña, a quien todos llamaban "Tía Rosa", le había prometido trabajo para el muchacho.

Por su parte, su padre, como buen cabeza de familia, había decidido en ser el último en viajar, era aún un hombre relativamente joven y no le preocupaba dejar pasar unos años más, tenía la firme convicción de que en Argentina progresarían o por lo menos no correrían otra clase de riesgos. Con suerte en pocos años ya toda la familia estaría nuevamente reunida.

El otro suceso que aconteció en la vida de Maura, era algo que ella estaba temiendo desde hacía tiempo y ante el cual no había podido hacer nada. Ignacia y Natalio habían confesado a sus respectivas familias que se habían enamorado y habían decidido casarse, antes que lo hospitalizaran en Córdoba.

Ni los llantos de Marietta y de la Nonna, ni los de la tía Lupe, ni las palabras centradas de Giuseppe y del tío González, habían hecho desistir a la pareja, pero aún la noticia más difícil no fue dada hasta que los jóvenes vieron que sus respectivas familias se oponían tenazmente. Ignacia estaba embarazada y nadie supo explicarse en qué momento los enamorados habían logrado burlar la vigilancia de Marietta.

- ¡¡¡Ahhh Virgencita!!! Clamaba la buena mujer, no sabiendo cómo explicar lo ocurrido. Se devanaba los sesos buscando el momento en que los jóvenes habían consumado su amor, hasta el extremo tal que finalmente Giuseppe, con una de sus estentóreas carcajadas, le recordó como ellos también habían burlado la vigilancia de su madre.

Sólo “La Española” sabía que en las noches, una silueta envuelta en un mantón oscuro, para que la luna no se reflejara en sus cabellos dorados, ingresaba por un pequeño acceso de la calle al patio interior; desde allí a la puerta-ventana de la habitación del amante que esperaba ansioso, había sólo un paso.

Los alemanes entre los arreglos efectuados a la habitación de Natalio, habían hecho una puerta-ventana, para que el joven en los días soleados pudiera salir directamente al patio sin necesidad de pasar por el interior de la vivienda.

Maura la había descubierto una noche en que Ignacia, creyéndola dormida, había iniciado su huida nocturna. No hubo forma de hacerla entrar en razones y, ya a esa altura de los acontecimientos, era tarde. Maura optó entonces por ser una cómplice silenciosa y preocupada, pero insistió para que Ignacia dijera la verdad.

La tarde del 24 de diciembre de 1944, en el patio de la casa de los Iacono se reunió un pequeño grupo de íntimos amigos, los empleados de la fábrica y las dos familias, para asistir al casamiento de Ignacia y "El dottore". Un amigable Juez de Paz realizó la parte civil y luego el sacerdote del barrio ofició la ceremonia religiosa, dónde no faltaron las palabras de aliento y comprensión hacia la pareja.

Fue una hermosa boda y todos los presentes lloraron de emoción.

Ignacia se veía hermosa vestida con un delicado traje de seda color natural y Natalio, enfundado en un sobrio traje oscuro, parecía un galán de cine, según los dichos de las muchachas.

Aunque los novios se sentaron en una mesa prudencialmente separada de la de los invitados, la reunión tuvo el encanto de cualquier casamiento, todos estaban felices y no faltaron cantos ni risas para alegrar la unión de los enamorados. Cada inmigrante cantó canciones de su tierra y el “Pardo” Beltrán acompañado de su guitarra dedicó a la pareja unos sentidos valses criollos y algunos tangos que hicieron suspirar a más de una. Pero el “Pardo”, íntimo amigo de Natalio desde la infancia, aunque un par de años mayor, solo tenía ojos para Maura.

¡Y como para no mirarla! Maura para esta ocasión se había puesto un hermoso vestido rojo de ajustado talle y amplia falda que había cosido su tía Lupe quien había insistido en que no podía concurrir al evento con su vestidito de siempre. La buena tía no solo lo había confeccionado, sino también había comprado la tela para no tocar los ahorros de la muchacha. De pronto y arrebatada por la alegría y los cantos de todos, Maura se paró y susurrando algo al oído del guitarrista que sonrió cómplice y halagado, asintiendo con la cabeza comenzó a rasguear su guitarra con un ritmo flamenco, Maura en honor a la pareja bailó dejando a todos con los ojos desorbitados, nunca habían visto tanta pasión en una danza y se sintieron agradecidos y sorprendidos porque la muchacha hubiese depuesto su tristeza en esta ocasión. Fue maravilloso y la aplaudieron a rabiar. Fue también la última vez en su vida que bailó; ella se emocionó aún más que los asistentes al recordar tantas cosas vividas en su Patria.

“El Pardo” no lo olvidaría.

Pocos días después, Giuseppe y Marietta partieron con los novios hacia la nueva casa de los recién casados, un pequeño pero confortable chalet en Cosquín. Viajaban en el auto que habían tenido necesidad de comprar ante los continuos traslados al Hospital Tornu. Con ellos y en carácter de chofer, viajaba el alemán Otto; su hermano había quedado en la Fábrica para ayudar a Maura. Ya por ese entonces, la aún flamante “Encargada de Ventas”, se había convertido en la mano derecha de Giuseppe, o como le gustaba decir a él, "en mi pierna derecha". La Nonna sería la encargada de que no faltara a la hora del desayuno el mate cocido y las tortas fritas o el pan casero, la manteca y los dulces para los empleados. La ayudaba en su tarea una nueva jovencita, Delia, quien lo hacía con la alegría de poseer un trabajo honrado en un país dónde las situaciones económicas nunca eran muy favorables para los pobres.

Maura, tenía veintitrés años y comenzaba a caminar con paso firme hacia su destino.

María Magdalena Gabetta

Texto agregado el 15-10-2019, y leído por 116 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
18-10-2019 Interesante introducción que nos conduce de manera magistral a historias de vida, amor, sufrimiento, esperanza, valses y tangos. Con deseos de segunda parte. Saludos y abrazos! clandestino
16-10-2019 Hermoso capítulo. Sigo "enganchado" con esta exquisita historia. Aguardo la continuación... Cariños cordobeeesita Abunayelma
 
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