Laura ha logrado, finalmente, su cometido mayor. Ha podido coronar su magistral plan y tras enhebrar uno a uno los momentos más profundos, tristes, felices, voraces, tibios y hasta cobardes, ha elevado, victoriosa, su mirada al cielo, en paz consigo misma. Plena y, tal vez, hasta felíz.
Laura, orfebre incansable, ha moldeado cada centímetro de su obra pensando en este día. En esta declaración final, en este instante sublime y letal en que todo cobró sentido, de una vez y para siempre. En esta mueca final que amaga con silenciar cada insurgencia mía.
Ocho meses, tres semanas y tres días. Cual laboriosa y dedicada artista, en este tiempo Laura ha dibujado su ruta fina, sensible y carnal hacia esta consagración, en la que jamás hubo un desvío ni la más mínima digresión. Gota a gota derramó su precisión de mujer total y construyó sus pirámides de un solo trazo. Nada, jamás, estuvo fuera del lugar planeado. Como debe ser. Como solo ella puede hacer. Quizás como siempre debió ser.
En ocho meses, tres semanas y tres días, o tal menos, para ser sinceros, Laura ha logrado que me sea absolutamente imposible vivir sin su mano. Sin su pecho. Sin su vientre, ni sus interminables piernas de carmín. Sin sus ojos de verdad, sin su aroma fiel ni su sonrisa que todo lo puede.
Laura ha logrado, hoy, mi rendición. He arriado hace ya varias noches mis banderas revueltas con las suyas, en pos de una incertidumbre mucho más gloriosa que la mía, prometiendo transcurrir a su costado hasta volver a florecer.
Amarte siempre será mi decisión mejor.
Amarte siempre será mi versión mejor.
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