Era sin lugar a dudas un buen funcionario, un tipo del cual todos fiaban y que recíprocamente no tenía motivos para desconfiar de los demás. A pesar de que de vez en cuando alguien le hizo algunas malas jugadas, ellas no habían dejado huellas profundas en su ser, lo que no quiere decir que no existieran y que con el paso de los años se fueran acumulando. Porque es claro que no se necesitan grandes traumas para formar una personalidad y las heridas de la vida se transformen en chancros infecciosos.
Vivía tranquilo en un pequeño departamento en el centro de la ciudad, desde el cual podía observar cada mañana la difícil aparición del sol por entre la espesa bruma que agobiaba a la ciudad.
A su edad, ya no se cuestionaba como antaño su trabajo de creador de letreros para “La conservación del orden, el ornato, la seguridad y las buenas costumbres de la ciudad”. Por lo demás ello le permitía vivir.
Comenzó su trabajo a los 18 años, junto a un antiguo productor de letreros publicitarios y de otro orden que en su momento contaba con 40 años de experiencia y 60 años de vida y quien en su larga trayectoria, se había ganado el respeto de sus conciudadanos, los que vieron en él a una respetable personalidad y como no podía ser de otra forma, integraba gran parte de la mayoría de las instituciones benéficas, sociales y era su concejo solicitado por las autoridades, vecinos y la población en general.
No obstante, sus momentos de duda, de recelo, de ira no habían sido descubiertos por la gente, que al observar la belleza visual de sus letreros, su homogeneidad a través de tantos años, no vislumbraba fisuras en aquella mente preclara.
El vivaz muchacho, al poco andar ya lucía con orgullo letreros que en nada envidiaban a los de su maestro, ni en los conceptos que era capaz de plasmar, la gracia de las figuras o la técnica utilizada para pintar y diseñar.
Parecía que su vida se apagaría con los mismas honores de su maestro, quien lució junto a su lápida un epitafio finamente labrado en mármol, hecho con sus propias manos antes de morir y que a pesar del provocador egoísmo que proclamaba, no suscitó mayores comentarios en la ciudad, consciente de que los innumerables servicios prestados eran méritos suficientes para inscribirse en la historia.
“La ciudad agradece al mejor de sus prohombres”.
Su discípulo tuvo comentarios privados contra este anuncio, pero se abstuvo de mencionarlos por cuanto sabía que no pasaría mucho tiempo antes de que este letrero, al igual que su mensaje y prácticamente todos los que había realizado en vida, se percudieran y sufrieran el atroz ataque del tiempo y los elementos, de tal forma que nadie los recordaría al cabo de unos años.
Sin embargo, nuestro héroe reconocía que los letreros habían generado efectos positivos sobre la mente de las personas de la ciudad, al educarlas, guiarlas, prevenirlas y permitir que se condujeran con facilidad y seguridad en sus recorridos diarios.
De esta manera le había cabido la honrosa tarea de escribir a lo largo de su destacada trayectoria frases como: “No correr”, “Cuide el Agua”; “Cuidado: zanja profunda”, “Hombres trabajando”, “Pare”, “Vire con precaución”.
A diferencia de su maestro, que confiaba en la buena memoria de la gente y que nunca había guardado réplicas de los mensajes construidos, él sí lo había hecho y era el caso que habilitó dos habitaciones de su departamento como bodega, que por lo demás está decir, se hicieron pequeñas al cabo de un par de años.
Allí, se pasaba horas enteras observando sus creaciones y cavilando cómo podía haber trabajado para que cada letrero luciera mejor. Era un arte, se había convertido más que en una forma de describir, de informar, en un medio para canalizar sentimientos, propiciar cambios y.
Lo cierto es que durante estas largas sesiones de observación, comenzaban a desfilar, primero de manera humorística por su cabeza, frases que escapaban de lo que hasta entonces había sido su labor. Era una extensión de sus prerrogativas, constituía un incremento en su capacidad de dirigir, predecir, guiar, prevenir y cautelar las buenas costumbres.
El caso era como sigue.
Llevaba años trabajando en su oficio, pero desde un tiempo veía cómo su importancia dentro de la sociedad disminuía de tal forma que ya pocos se acordaban de su maestro, en un proceso de olvido mucho más rápido que antes, pues del maestro de su antecesor aún existían recuerdos cuando éste aún vivía.
Ahora en cambio, parecía como si con los nuevos tiempos la gente tuviera vergüenza de recordar a quien desempeñó un papel que ahora aparecía empequeñecido, pasado de moda. Recordaba con nostalgia cómo su maestro era recibido por los dirigentes de los carniceros, de los porteros, peluqueros, cocineros y siempre en sus propias y amplias sedes.
Los tiempos ya no eran los de antes e incluso sus honorarios habían disminuido. Si bien se le cancelaba oportunamente, no vivía con la holgura de antaño y ya no era invitado a las grandes ceremonias que se realizaban en la ciudad, ni hasta ahora había sido invitado a ingresar a las cofradías en las que participó su antecesor y al contrario del gran taller que éste tuvo, él disponía sólo de una pequeña habitación y no contaba con ayudantes ni nada parecido y suponía entonces con justa razón, que él sería el último dentro de una larga cadena de productores de letreros.
Como la mayor parte de su tiempo permanecía en su pequeña oficina o su hogar, disponía de tiempo para nuevos proyectos y comenzó como si de un juego se tratara a crear mensajes que a más de alguien causaron extrañeza.
“Cuidado con el sexto peldaño”(Estará suelto, se preguntaba la gente, pero nadie sabía que él había bajado y subido cien veces la escalera y determinó estadísticamente que en el sexto peldaño había tropezado en más de una ocasión); prefiera la vereda del frente(donde había un amigo que tenía un restaurante); “Modere el consumo de vino”(cerca de la taberna de un familiar); “No fumar”; “No gaste innecesariamente en esta Navidad”(a petición de algunos connotados dirigentes del comercio); “Cuidado al cruzar”( puestos en calles sin mayor peligro, pero que motivaban un resguardo innecesario); “Recuerda a tus antepasados”; “Reza antes de comer”; “Disminuya la velocidad, no corra”; “Preferencia a peatones”; ”No coma en exceso”; “No beba”; “No al divorcio”(cuando nadie se preocupaba de ello); “Juegue con sus hijos”; “No abra tarjetas de crédito”; “Prefiera la vida familiar”; “De su diezmo a la iglesia”; “Su propina es mi sueldo”.
Nadie lo decía, pero había algo anómalo en aquellas frases que se leían en lugares que parecían inadecuados.
Por ejemplo, el del divorcio, fue ubicado fuera de una escuela, con el pretexto de defender la familia. Obviamente los niños llegaban a sus casas preguntando por el tema y los padres les explicaban de la forma que podían, pero los menores ya conocían algo que no había estado en mente de nadie hasta ahora. Para qué decir del que indicaba no beber, puesto, cerca de restaurantes, con indicaciones en letra minúscula sobre los efectos devastadores del alcohol en la juventud.
Las nuevas frases despertaron estupor en algunas personas, de tal forma que al cabo de un tiempo, apareció por primera vez un extenso artículo en el periódico local llamando la atención sobre tales trabajos, pero los dardos iban dirigidos contra el anciano alcalde.
Parte del comentario era el siguiente:
“Nuestro alcalde ha comenzado una campaña de impredecibles efectos. Ha llenado nuestra ciudad de carteles aparentemente inofensivos, pero que a una mente despierta llama profundamente a la reflexión. Estamos ante una campaña orquestada con no sé qué fines, orientada a que nuestra comunidad pierda sus valores, aumenten los accidentes, el consumo, las malas costumbres. ¿Estarán detrás de ésto las mutuales, las aseguradoras, clínicas particulares, el gremio de los abogados y todos aquellos que sacarán su tajada de los males de nuestra ciudad?”.
El periodista tan avisado tenía mala fama, pues había sido en el pasado descubierto en situaciones bochornosas que no vale el caso referir.
“Quien tiene falta de razón, podría imaginarse lo que no es, ver lo que no existe y difundir su propia maledicencia, proyectar su podredumbre, su absoluta falta de virtud, como lo demostró en el pasado. No señores, no hay nadie que desee el mal de nuestra noble y querida ciudad, ni idee mensajes contradictorios para motivar que nuestra ciudadanía cambie su forma de ser austera, tranquila, heredera toda ella de hombres probos y que se manejaron con el orgullo que da la buena crianza”. Esa fue la respuesta del alcalde a la acusación.
Luego de la polémica, el articulista fue ridiculizado y rápidamente pasó al olvido, no volviéndose a escuchar un discurso similar.
El "letrerista", como el se denominaba, continuó durante un par de años en su labor, pero por orden de alcalde, siempre supervisado por un funcionario de su absoluta confianza y al terminar su mandato, que se extendió por alrededor de 40 años, aquel fue despedido, recluido en un siquiátrico, donde se dedicó a ponerle trampas a los otros locos que estaban junto a él. Pero siempre se lo consideró un buen tipo, cooperador y de buena conducta.
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