EL AMOR
Artur Estay, tenía un solo pensamiento en mente. Quería saber cuánto pesaba el amor.
Tenía dos posibilidades para llevar a cabo esta labor. Una era realizar una profunda introspección que lo condujera a una respuesta racional y la otra, que no era menos racional, consistía en dejarse llevar por las conclusiones que de la experiencia cotidiana o los fenómenos cuantificables y medibles pudiera extraer.
De esta manera obtuvo algunas conclusiones totalmente subjetivas:
El amor pesa 1,74 kilobytes, en formato rtf o 19 kilobytes en documento word. Una brecha muy grande. Tremenda.
Además, pensó que deberían haber diferencias de peso, minúsculas, pero diferencias al fin y al cabo al escribir la señalada palabra en tinta negra, roja o azul. Si bien en general se usaban unos pocos colores para escribir aquella palabra, el negro, el rojo y el azul deberían tener la preeminencia; pero también era cierto que últimamente había visto escrito el concepto en una serie de colores que antes no eran ocupados.
Implicaba que se tomaba menos en serio al amor o sólo era que se le quería dar un tono de mayor festividad?. Pero en este último punto no estaba de acuerdo, pues consideraba que era una palabra demasiado potente como para hacer mal uso de ella al utilizar toda suerte de matices y por lo tanto, confiaba sólo en los mensajes escritos en los tres colores nombrados.
Una vez incluso rompió una relación, cuando su novia le escribió “Te Amo”, en lila, encerrado en un corazón amarillo, con puntos de color granate. La llamó: “Es el colmo tu mal gusto” le dijo y colgó. Nunca más supo de ella, ni quiso saberlo tampoco.
Ni para qué mencionar qué sucedería con el peso de la palabra si era escrito en papel mantequilla, cartón piedra, cartulina, hoja de papel cuadriculado o lineal, en croquis y tantos otros materiales.
Además, las conclusiones a las que llegaba no podían ser satisfactorias, pues una obra sobre el amor, que contuviera en sus mil páginas todas las experiencias amorosas posibles, sus sinónimos, parábolas, metáforas y las inflexiones que autores inspirados hubieran podido escribir, aportarían mayor cantidad de información y por lo tanto mayor peso.
Pero también es cierto que el amor puede sintetizarse en pocas palabras, de tal laya que cuando las cosas andan mal entre una pareja, de nada sirve regalar un libro, que sería una tontera leer y bien es sabido que el amor muchas veces se confunde con el arrebato desenfrenado de quienes se reconcilian.
Así una mirada, un abrazo, un par de lágrimas, los estertores del llanto, el roce de una mano, los dedos entrelazados, el repentino rubor de mejillas, el cosquilleo en la espalda, el temblor de esas piernas que no podían soportar a un corazón que latía a mil por hora, el escalofrío que recorre la espalda, el sudor que espantaba el perfume, todo ello debía estar relacionado y así como ellas, muchas cosas más.
El tema le parecía fascinante y estaba dispuesto a llevar hasta las últimas consecuencias su afán, lo que incluía por supuesto la experimentación por sí mismo de los deleites amorosos leídos y escuchados.
Por ello, instaló su cama sobre un mecanismo que permitía medir el peso con gran exactitud, lo que incluía, todos los números posibles a la derecha de la coma y permitía realizar operaciones aritméticas y algorítmicas, gracias a un ordenador de última generación de tal forma que conociendo su peso y el de la mujer del momento y las sábanas(blancas), podía determinar la pérdida que sucedía al clímax, lo cual consideraba como el espíritu del amor, la energía de la cual, estaba hecho aquel concepto mil veces repetido, pero nunca bien comprendido y en su caso estaba orgulloso de llevarlo hacia horizontes que otros no habían percibido.
Pero quizás, la pérdida no se trataba de otra cosa que de vulgar transpiración, lo que está medido e incluso se conoce cuánto de líquido se puede perder en determinados esfuerzos físicos.
Lo cierto es que no abundaremos en la casuística generada, en todas las mujeres que desfilaron por aquel armatoste y respecto del cual en nada desconfiaron, a pesar de que algunas se quejaban de su dureza y rigidez, pues no sospechaban que estaba sólidamente anclado al piso y poseía mecanismos que compensaban movimientos bruscos, justamente para captar sólo la energía que se consumía en los momentos de mayor agitación.
Sus investigaciones lo dirigieron hacia horizontes desconocidos y ya planeaba publicar en algún momento una obra con todas sus conclusiones, aunque no fuera comprendido cabalmente por los científicos profesionales.
Pero lo que es cierto para algunos, ciertamente no podía serlo para todos y lo suyo no podía pasar de una aproximación. En primer lugar, no todos los países tienen las mismas mujeres, hay naciones donde la sensualidad está fuertemente enraizada y otras donde la frialdad se presenta como una cualidad a defender. Si se trataba de medir sólo la transpiración, hay poblaciones que emanan más humor desde sus glándulas sudoríparas.
Además, en otras latitudes la palabra amor no existía, su correspondencia no era la misma y el peso de la palabra, es diferente porque está formada por más letras o por signos que su ordenador no podía reproducir.
Lo cierto es que el tema lo mantuvo en un estado de ensoñación por mucho tiempo y mientras caminaba por las calles divagaba tratando de encontrar las claves para que el asunto pudiera ser aprehendido de la forma más clara y definitiva.
Así, un día, mientras caminaba cabizbajo y absorto en sus pensamientos, pasó junto a una mujer que lo miró con recogimiento y pudo ver en ella, calidez, hermosura, sensualidad, un aroma incomparable y tantos otros atractivos que le cautivaron instantáneamente.
Al momento, pensó que el amor pesaba lo mismo que una pastilla de menta, el volumen de aire movilizado en un suspiro o la conmoción provocada por la muerte de un perro muy querido
|