A pesar de las trampas, las ratitas seguían comiéndose el queso. Llegaban hasta donde estaba la trampa y estiraban solo una pata y sacaban el queso de la zona de peligro. Luego lo devoraban con voraz apetito y volvían por más. Los roedores estaban gordos, de tanto pan y tanto queso. Cada día llegaba una rata nueva con su crías a devorar el queso. El queso empezó a escasear pero las ratitas se reproducían más y más, se reprodujeron tanto que devoraban toda la comida de los animales. No había trampa ni veneno que las detuviera, apenas comían copulaban y quedaban preñadas, nada más horrible que ver a las ratas preñadas. Un día los animales se pusieron de acuerdo para exterminar a estos asquerosos animales. Todo estaba planeado con suma precisión: dejarían el pan y el queso en un recinto inmenso y bien limpio, además dejarían carne envenenada. Los animales mandaron a brillar el piso de aquel recinto, luego echaron un liquido, supongo que era una ambientador con olor a rosas para que las ratas se deleitaran con ese olor tan agradable mientras comían. Las ratas llegaron en manada, daba miedo verlas como chillaban disputándose la comida, hasta se mordían, algunas de ellas sangrantes mordían con más furia. Un reguero de sangre tiñó el recinto. Algunas ratas quisieron huir de aquel lugar, pero todo fue en vano, porque el liquido que habían echado en el piso se fraguó y las ratas quedaron adheridas al piso, con el paso de los minutos se empezaron a secar, de todas ellas solo quedó la piel y el pelo. Esa misma tarde los periódicos sacaron ediciones especiales que se acabaron en contados instantes, los diarios decían: "murieron todas las ratas del congreso, cayeron en la trampa.
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