SECUESTROS
La puerta resonó fuerte al abrirse y golpear contra un mueble.
Los integrantes de la familia comían placenteramente cuando entraron los cuatro hombres vestidos con túnicas blancas, blandiendo un libro negro en sus manos y con los ojos enrojecidos.
Los recién llegados, demostraban la tranquilidad de quienes han logrado desarrollar un estilo de vida, una estrategia que conocen a la perfección y por lo tanto están prácticamente exentos de cometer errores y saben cómo llevar adelante su plan, múltiples veces ejecutado y como siempre sucedía lograban su objetivo de generar excitación y dejar perplejos a aquellos contra quienes atentaban. El temor no cabía entre los afectados.
Entraban extáticos al lugar luego de muchas horas de rezos, consumo de ciertas sustancias y la lectura de un libro de tapa negra y sobretodo después de que el jefe les hubiera dado la señal de partida que podía ser cualquier hecho extraordinario o no, a veces bastaba el paso de una ráfaga de aire.
Se habían preparado minuciosamente para acometer este acto que muchos calificarían como inhumano.
Sobretodo quienes son extranjeros, no podrían juzgar los actos que acá se santifican, en la misma medida que los habitantes de este país tan particular, no están en condiciones de aceptar de buenas a primeras a los coleccionistas de estampillas.
Pero fuera como fuera, era una costumbre de la nación, constituía parte de su forma de vida, se había mantenido en el país por muchas generaciones y siglos y sin querer justificarlo, era sentido como parte del alma local.
No se tenían registros de los secuestros, ni certeza de lo que había pasado con los niños arrebatados a sus madres, pero algunos decían que unos habían muerto en ceremonias sangrientas, otros habrían llegado a ser obviamente secuestradores, profesores, abogados e incluso se hablaba de un gobernante que habría sido raptado en su tierna niñez y alimentado por una nodriza que lo salvó de perecer y lo llevó lejos del alcance de los secuestradores.
Estos, formaban escuela, se mantenían en el tiempo, como brotan los cabreros, albañiles, pillos, sacerdotes, cacos, o cualquier tipo humano clasificable cuando se trata de más de dos o más personas que practican ciertas reglas de conducta, tienen principios orales y escritos y estructurados en un codex o canon.
Los secuestradores no tenían profetas ni adoraban un libro en especial, pero siempre como medio de llamar la atención sucedía que algunos llevaban consigo unos legajos de papeles a veces sin escribir, pero cuya tapa negra atemorizaba, como si dentro hubiera secretos inmemoriales, infinitamente incapaces de ser comprendidos y por lo tanto infundían respeto o temor.
Si bien no tenían lideres a los que sacralizaran, retenían en la memoria ciertos nombres de antiguas figuras de cierta fama, piadosos o sangrientos que daban cuenta de diferentes escuelas o formas de actuar.
De una u otra manera, habían alcanzado cierto estatus, lo que no tiene ninguna relación con la fortuna o el dinero; pues de algunos se decía que vivían entre la gente plácida del pueblo, pero de otros que moraban en cavernas.
Eran respetados y hasta se los podía comprender y es el hecho que había eruditos que dedicaron memorias a describir su papel como reguladores de la población.
La gente, esperaba su llegada. Algunos lo hacían en vano y miraban crecer a sus hijos largos y rozagantes sin que les sucediera absolutamente nada en sus primeros meses.
Pero otros tenían “la suerte” de recibir la intempestiva visita.
Llegaban con sus trajes y miradas inflamadas reclamando al niño que por lo general estaba listo e incluso peinado y con su mejor traje.
La madre lo besaba, mientras el padre prendía velas en el altar familiar y juntos oraban por la llegada de los secuestradores, guiados seguramente por sus dioses tutelares, que les habían dado la dicha de acordarse de ellos.
Si era una pareja con un hijo único, el hombre ofrecía a su mujer para que pasar la noche con el jefe de los secuestradores. En cambio, si tenían una hija adolescente se aprovechaba la ocasión para la iniciación de la niña a la vida adulta. Si la madre era soltera algunas veces se iba con los secuestradores sobretodo si era joven y guapa.
Pero con el tiempo, hubo personas, especialmente ciertos novios despechados que nunca faltan, que llegaron a pensar que los secuestradores elegían el hogar que atacarían en función de la belleza de la muchacha o de la madre, lo que echaba por las nubes la idea de que eran enviados iluminados.
También se contaban casos de personas que podían juramentar por lo más sagrado que existiera que algunos secuestradores se habían hecho de alguna fortuna vendiendo niños a otras naciones o
Pero todos modos, de una manera u otra les rendían culto, le daban alojamiento y agradecían mucho, porque la desgracia que les habían traído era tomado como una forma de bendición y así creían que luego de ello nada malo podría sucederles.
Se suponía que la presencia de los hombres, era el comienzo de una nueva vida, aun cuando muchos sufrieron muchos sinsabores más.
Obviamente, hubo quienes progresaron y adivinaban en cada éxito la presencia indescriptible del menor arrebatado, sentían su presencia y no lloraban sino que le agradecían los frutos que le entregaba.
Alabado sea, decían cuando los hombres se iban cargando al bebé. |