¿Qué hago? He estado caminando por este sendero que ambos acordamos para volvernos a ver al paso del tiempo y, por más que observo a mi alrededor, no existe el más mínimo rastro de tí. Pareciera que te has esfumado en medio del crepúsculo para viajar montada en una nube hacia otro lado.
Le pregunté a las gaviotas si te habían visto pasar y simplemente rieron antes de dar la vuelta y emprender el regreso a... algún lugar. Y, mientras tanto, vuelvo a observar el crepúsculo con la idea de encontrar una pista sobre tu paradero. Apenas ayer parecía que estabas sentada sobre una piedra, jugueteando con tu cabello y dando esporádicas miradas al vacío. Lo sé, porque escuche tu voz diciendo mi nombre como un susurro y me oculté detrás de una sombra para observar lo que hacías. Sigilosamente me acerqué para escucharte hablar con el viento sobre nosotros, sobre el pasado que hemos querido recuperar, sobre la nostalgia de una noche de otoño entre mis brazos. Pero también escuché sobre la rabia contenida, sobre la fogata que por descuido se apagó en la hora más fría de la madrugada, sobre el silencio que, a veces, habla más que cualquier discurso.
Quise acercarme y tocarte... rozar tu hombro desnudo para escuchar un suspiro de antaño y atravesar la oscuridad que me ocultaba para terminar el trabajo que el viento había empezado sobre tu ropa; tirarla al suelo y dejar que tu piel se convirtiera en la extensión de mi cuerpo, recorrerte como escalofrío para disfrutar cada uno de tus poros. Sí, quise derramar una gota sudor frío sobre tu espalda para impregnarme en tí y reconocerte a ojos cerrados. Pero antes de poder siquiera acercarme desapareciste como si fueras espejismo.
Y, entonces, ¿qué hago? Llevo buscándote tanto tiempo que mi locura empieza a traicionarme y me pierdo entre los restos de un amor que yo no olvido, me ahogo en la falta de señales, me desangro entre arena fina que me ciega... Y así, sin verte, simplemente imaginándote, esperando encontrarte después del amanecer, sigo mi camino... |