Era un matrimonio de turistas en París. En ese su primer viaje a la Ciudad de la Luz se alojaron en un céntrico hotel en régimen de media pensión. Aquel domingo por la noche salieron por el barrio buscando un local donde poder picotear algo. Como era festivo , todos los bares y restaurantes de las inmediaciones estaban cerrados. Solo un Burguer encontraron abierto en uno de los bulevares. El marido , un clásico en materia alimentaria y culinaria y de muy exigente paladar, se resistía a entrar allí a comer.
- Las hamburguesas deben de hacerlas con carne de rata. Es imposible que si fuera carne de ternera las vendieran a tres euros- esgrimía para justificar su negativa a entrar en el antedicho local.
Y dieron un par de vueltas más. Misión imposible: todo cerrado salvo el Burguer.
No tuvieron más remedio que claudicar y pasar.
Se sentaron en una mesa y pidieron. O al revés, pues en este tipo de negocios ni te sirven.
No bien se disponían a empezar a comer cuando un mendigo maloliente y harapiento se sentó justo al lado del esposo.
Era un hombre ya maduro, con unas largas rastas apelmazadas por la falta de higiene. Pidió un chocolate que debió de pagar con las monedas que había adquirido de mendigar. Al acabar la taza en un periquete,metió los dedos sucios enfundados en mitones para rebañar y no dejar ni rastro, tal era su hambre .
Fue en ese preciso instante cuando el cónyuge , so pretexto de ir al baño, abandonó el local , ahuyentado por el hedor.
Al minuto, la esposa fue a su encuentro a la puerta del establecimiento.
Con el estómago aún en bascas, el buen gourmet comentó sarcástico:
- Una experiencia para recordar: cena de domingo en el burguer , con mendigo, en la capital de la buena mesa.
La mujer , que sabía lo tripero que era su marido, como buen gallego, prorrumpió en sonora carcajada.
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