Como lo citara en algún instante, en alguno de mis manuscritos en su momento, las reflexiones, rimas y poemas o tal vez un inesperado cuento, no es necesario exprimir las neuronas de nuestro cerebro.
Ellas existen y están flotando en todas partes y solo basta tomar algunas y darles vida sin esperar ningún reconocimiento. Ellas no son ortodoxas de la gramática, da lo mismo una coma de más o de menos, un punto o un acento. Ellas solo quieren ser parte vida y solo esperan que alguien las atienda.
Así de simple es tomar un papel y un lápiz o como ahora en los tiempos modernos, pisotear con los dedos un teclado y ajustar los anteojos en la pantalla por si se escapo una letra que no cuadra, de la cual se nutren algunos que no tienen ni las más remota idea de graficar un pensamiento, pero andan dictando cátedra de ortografía a los cuatro vientos.
Yo en principio los acepto, pero lo que no permito si adosados a ellos se incluyen mofas, insultos y menosprecio.
Volviendo al tema que quiero relatarles, el barrio, urbanización o como quieran denominarlo, es antiguo con casas de esas que ya no son parte de los nuevos arquitectos; tienen los techos ocho caídas de aguas con un porche en la entrada en la parte frontal; las denominaron “Bungalow-Chalet” asignado por los arribistas de aquellos tiempos.
Hace ya algún tiempo eso se acabó, porque posteriormente son galpones de cuatro paredes, con una o dos caídas de agua y divisiones por dentro y listo, les llaman casas. Unas más pequeñas otras más grandes, unas salpicadas de pintura y otras con piedra caliza para diferencias los estratos de familia que allí moran.
En la “urbanización” ya solo quedamos los viejos, porque la modernización galopante se ha ido tragando estas reliquias que construyeron nuestros ancestros y más tarde que temprano serán barridas para dar paso a esas estructuras gigantes de cemento y que la nueva moda los denomina “departamentos”, de cuatro por cuatro donde estiras la mano de tu cama y enciendes la cocina para prepararte unas tostadas y un café y volteas del otro lado y te lavas la manos en un enjuto baño al costado del velador sin mayor esfuerzo ni dar ni un paso; para que.
Nos estamos quedando solos en el barrio, recordando aquellos años de niños cuando jugamos al trompo, las canicas (bolitas de cristal) o con una pelota de trapo tardes enteras un partido de futbol donde el pito final era de noche con el grito de alguna madre, “niños a comer”.
Los hijos ya se fueron a esos nichos de cemento y ya no quieren tener hijos; donde los van a meter. Solo piensan en viajar, vivir a sus anchas, disfrutar este mundo y de pronto con muchísima razón, no quieren dejar hijos porque ya este planeta no les da seguridad ni para envejecer.
Yo no sé ya que pensar y hay veces que medito, tienen algo de razón y de que les pueden servir mis experiencias si ese futuro tan negro lo avizoran con tanta frialdad y entrega. No sé.
La orfandad en que vamos quedando, cuando nuestros pares ya se han ido al Edén, es escribir unas cuantas letras para entretenernos contando nuestras nostalgias y ojalá ruego al Supremo haberme equivocado por el bien de todos incluidos mis sucesores llámense hijos y nietos también.
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