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La Española – IV

Maura había comenzado a trabajar en la pequeña fábrica de Giuseppe con esa soltura que era tan natural en ella. El primer día llegó unos minutos antes del horario y Giuseppe quedó encantado con esa jovencita de cabellos ensortijados, mirada franca y fuerte acento madrileño.

No hubo problemas con ella, se le instruyó sobre lo que debía hacer, a lo cual la joven contestaba con un gesto de asentimiento mientras sus ojos se mantenían atentos a lo que se le explicaba. Aprendió con rapidez su tarea de ayudante de la Cortadora y pronto su risa se unió con la de las otras muchachas que la habían recibido encantadas. Ese grupo de mujeres humildes y sencillas sabía como tratar a una “recién llegada”, ellas en su mayoría habían sufrido un desarraigo similar al suyo.

En la fábrica se trabajaba de buen humor, nadie las reprendía si contaban algo gracioso y reían. Estas mujeres valientes y sufridas, no temían al trabajo, era su forma de salir adelante en la vida, una forma honrada y eso era suficiente para mantener elevados sus espíritus. A "El Patrón"," como nombraban a Giuseppe cuando sabían que las estaba escuchando, o "El Tano", cuando sabían que no estaba cerca, le daba gusto oír el sano parloteo de sus empleadas, estaba convencido de que quien trabajaba con alegría trabajaba más y mejor.

En algunas oportunidades, muy pocas por suerte, un silencio espeso y gris se cernía sobre las cabezas de las trabajadoras; era cuando algo triste había ocurrido en la vida de alguna de ellas y todas se solidarizaban con su dolor.

Así ocurrió cuando Olga Kozlov, una joven, de 15 años, recibió la noticia de la muerte de su madre en la lejana Rusia o cuando otra casi muere durante el parto de su último hijo. Al mocoso se le había ocurrido ponerle las nalgas al mundo y gracias a la pericia del médico del hospital, los dos se habían salvado. Cuando el marido de la compañera les avisó que la cosa venía mal, algún que otro sollozo se escuchó entre el rumor de las máquinas.
Después del susto, el buen humor reinó en la fábrica durante días.

En la fábrica trabajaban quince mujeres y los dos muchachos encargados del mantenimiento, los alemanes Otto y Klaus. Otto y Klaus eran hermanos, los dos eran rubios y tenían los ojos celestes, aún no habían cumplido los 15 años, pero fuertes como toros poseían la alegría de su juventud y una disposición al trabajo envidiable; nunca se negaban a realizar las tareas y lo hacían en forma excelente. Estos muchachones mellizos y huérfanos habían huido de su país, primero a pie, sorteando fronteras y luego, desde Génova como polizones de un asmático buque de pasajeros cuyo destino era el puerto de Buenos Aires donde fueron descubiertos, para su suerte, por un benévolo capitán, pocos días después de haber zarpado. El viejo marino tuvo piedad de ellos y les permitió continuar su viaje, eso sí, les hacía pagar sus literas y comida limpiando los pasillos y baños del atestado buque. Los hermanos lo hacían con esmero y aprovechaban los ratos libres, para meterse entre las máquinas dónde se deslomaban mecánicos y fogoneros; así aprendieron algo más que les sería útil en el futuro, por ahora, incierto. A su arribo el capitán los puso en contacto con Giuseppe que les dio trabajo y una habitación para vivir a un costado de la fábrica.

El mismo Giuseppe trabajaba a la par o más que cualquiera de sus empleados. Ni siquiera tenían sereno, ya que el patio de la vivienda de los Iacono y el pequeño patio de la fábrica, eran colindantes. Tanto “El Tano” como los mellizos estaban atentos a los ruidos nocturnos, aunque a veces los muchachos dormían a pata tendida, agotados por el trabajo diario.

Apenas pasadas las seis de la mañana y cuando ya estaban por iniciar las tareas, Marietta, con una chica que la ayudaba, les servía una jarra de humeante y dulzón mate cocido para que "se les templara el cuerpo". Además, eso era una caricia para el alma de todos, en su mayoría inmigrantes, se sentían protegidos por esta maternal mujer.

En el descanso de la mañana se servía otro mate cocido en las largas mesas, dispuestas en una habitación contigua a la de embalaje, pero esta vez con leche y acompañado por abundante pan y manteca caseros, preparados por Marietta y la Nonna. A veces los sorprendía también con esponjosas “tortas fritas” o con algún dulce casero, sobre todo cuando los tres naranjos que tenían en el patio o la planta de membrillo que estaba atrás del aljibe, rebosaban de frutos.

- Ehh Marietta – gritaba el alemán Otto con su voz potente y en tono jocoso - ¿cuándo harás dulce? El naranjo está que explota.

Al día siguiente, seguro que Marietta servía su dulce en abundantes porciones.

Maura se sentía casi feliz y siempre se esforzaba en trabajar algunas horas extras; ese dinero y gran parte del sueldo, iban directamente a la cuenta que había abierto en la Caja de Ahorros(*), cada estampilla que pegaba en su libreta llenaba de luz su mirada. Cuando llenaba de estampillas la libreta que solo permitía pequeños ahorros, la cambiaba por dinero y lo guardaba en un pequeño cofre; los pasajes eran muy caros, pero ella no iba a cejar hasta juntar el dinero necesario para traerlos a todos.

- Falta menos, los haré venir aunque me cueste la vida – pensaba ilusionada.

Maura no era mujer de grandes gastos, salvo lo que considerara realmente necesario. Cuando su tía le insistía en que comprara una blusa bonita o algún accesorio, le contestaba que con un lindo vestido para salir tenía suficiente y así era, no necesitaba mucho para despertar la admiración de quienes la veían. Había comprado eso sí, un par de zapatos para usar con ese vestido y durante mucho tiempo usó los zapatos que su tía le regaló cuando vio que Maura ya no podía más con los viejos zapatos que había traído de España.

Ya hacía dos años que trabajaba en la fábrica y Giuseppe tenía grandes expectativas puestas en la joven, veía en ella mucho empuje y comenzó a pensar que, quizás podría aprovechar su evidente capacidad preparándola para otro lugar más responsable; quizás – se decía - no estaría mal que se fuera preparando para ser la futura encargada de ventas; él ya se sentía cansado de tratar con los clientes y creía que con una buena preparación, Maura era perfecta para cumplir esa tarea. Inteligencia y buen trato era lo que le sobraba.

Cierto día Maura se atrevió a hablar con “El Tano” acerca de darle un trabajo a su prima Ignacia, explicándole que le preocupaba su joven prima, a quien veía siempre triste, como si no tuviera fuerzas para seguir adelante.

Ya hacía casi tres meses que la jovencita había llegado al puerto de Buenos Aires y aún no había perdido su aspecto de gacela asustada. Era tratada amorosamente por todos, sabiendo los duros momentos que le había tocado vivir, pero casi nunca hablaba, permanecía horas callada, abstraída en sus pensamientos.

Muchas noches, se adormecía llorando, cosa que encogía el corazón de “La Española” que pensaba que si bien ella también sufría por no tener cerca a su familia, al menos estaba segura de que algún día se reencontrarían.

Veía en Ignacia a una hermana menor y se sentía responsable por ella. Dijo que si tuviese un trabajo, aunque fuera mínimo, la alejaría de los tristes pensamientos que tanto la hacían llorar. Qué mejor lugar que la fábrica, su propio lugar de trabajo, dónde el buen humor y la amistad eran para todos el pan de cada día.


Nota: (*)La Caja Nacional de Ahorro Postal fue una entidad financiera argentina creada el 5 de abril de 1915, durante el gobierno del presidente Victorino de la Plaza, con la finalidad de fomentar el hábito del ahorro.

María Magdalena Gabetta.

Texto agregado el 03-10-2019, y leído por 139 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
14-10-2019 Las primas unidas darán a sus familia todo lo que puedan, el ahorro fue un éxito, ya no, te sigo en esta bella historia.***** Abrazo Lagunita
03-10-2019 Muy linda historia. Bien pintados los personajes. Se puede sentir esas vidas golpeadas. Marcelo_Arrizabalaga
03-10-2019 My querida MAGDUSH, continuo disfrutando de la historia. Cariños mil Abunayelma
03-10-2019 Te seguimos Magducha hermosa! MujerDiosa
03-10-2019 —Desde el inicio voy leyendo capítulo a capítulo y poco a poco voy entrando en la trama. —Un abrazo vicenterreramarquez
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