Esta historia la comencé hace mucho tiempo y la había abandonado, este año decidí continuarla y finalizarla. Para no agobiarlos leyendo largos textos, subiré solo un capítulo. Agradezco infinitamente las correcciones y sugerencias de mi amiga y maestra Yvette Schryer y agradeceré de igual manera los aportes y sugerencias de quienes deseen leerla.
La Española - I
“La Española” cruzó la calle y todos los muchachos que estaban en la esquina quedaron con la boca abierta viendo a la bella muchacha que, más que caminar, se deslizaba por la acera.
Ella no era tímida, se sabía hermosa y disfrutaba de la admiración que su paso despertaba. Siempre saludaba con una cálida sonrisa y sus ojos orlados de pestañas oscuras miraban de frente y sin falsos pudores No era como las otras chicas que bajaban la vista ruborizadas y cuyas piernas temblaban al ver la barra de muchachones.
Ella actuaba con naturalidad y era por lejos, la más linda y agradable de todas las pibas del barrio. Por lo menos eso pensaban los muchachos que disputaban entre ellos por recibir una mirada o una sonrisa diferente, pero Maura era igual con todos, no hacía diferencias.
“La Española” sólo una vez se había molestado, fue al poco tiempo de su llegada de España; su tía la había enviado a comprar algo en el almacén de Doña Laura, quien no tuvo mejor idea que preguntarle al final de su compra ¿algo más galleguita? La joven sonriendo pero con mirada seria, le contestó “Señora, yo no soy galleguita, soy española”.
La pobre almacenera había querido mostrarse afectuosa con la recién venida, la joven no sabía que en la Argentina a todos los españoles se les llamaba “gallego” y no en forma ofensiva, eran costumbres, como tantas otras que ella iría descubriendo con el pasar del tiempo.
Doña Laura lo comentó con su clientela y la apodaron “La Española”. Maura era por ese entonces una joven de unos dieciocho años, no se disgustó al enterarse del apodo ya que estaba orgullosa de su origen y, a medida que se fue integrando a la vida del barrio, hasta aceptó que sus nuevas amigas la llamaran así.
Si bien era una joven que aparentaba mucha seguridad, guardaba una profunda tristeza en su corazón, motivada por el recuerdo de su familia que había quedado en la madre patria. Todos sus esfuerzos estaban encaminados en ahorrar dinero y traer de alguna manera a los suyos, no sabía cuánto tiempo ni cuanto esfuerzo le demandaría, pero esa era su meta y no iba a cejar hasta lograrla.
Estaba muy agradecida a sus tíos que habían realizado todos sus esfuerzos para que ellos pudieran viajar a Argentina, pero la humilde familia sólo había podido reunir el dinero para un pasaje y sus padres habían decidido que viajara ella que siendo la mayor podría trabajar apenas llegara; no sería una carga para los parientes y podría ahorrar para traer al resto de la familia.
En realidad la joven era una preocupación para sus padres y había sido un alivio enviarla lejos. En esos momentos en que en España se estaban viviendo momentos tensos, Maura no era de las que se callaba la boca ni permanecía indiferente y los padres habían descubierto con mucho temor, que ella asistía con sus amigas a reuniones políticas clandestinas. Intentaron disuadirla, pero la joven era tozuda y tenía esperanzas en un mundo mejor para todos. No asumía el peligro que corría si alguien la delataba.
La llegada de la carta de los tíos fue una alegría para todos y antes que Maura se diera cuenta de lo que ocurría, ya estaba embarcada con destino a América. Atrás quedaban los suyos y sus amigos queridos, compañeras y compañeros de la JSU (Juventudes Socialistas Unificadas), jóvenes idealistas como ella que no se resignaban al régimen antidemocrático.
El 5 de agosto de 1939, Maura se levantó para ir a trabajar como lo hacía todos los días desde que estaba en Argentina. Su tío le había conseguido trabajo en una fábrica de carteras en la misma calle a menos de tres cuadras de distancia; los dueños eran inmigrantes italianos, gente que también conocía de guerras, dolores y separaciones. Acogieron con mucho afecto a “La Española”; a ellos les cayó muy bien la hermosa y seria jovencita que pronto se hizo práctica en su trabajo.
El 5 de agosto de 1939, Maura no sabía que unas pocas horas antes una de sus mejores amigas había muerto y pasaría a la historia como una de “las trece rosas” que fueron fusiladas por el régimen franquista. Anita había sido ejecutada contra las tapias del Cementerio del Este, después que el día 3 en el tribunal de las Salesas la juzgaran junto a otras mujeres y hombres: “Reunido el Consejo de Guerra Permanente número 9 para ver y fallar la causa número 30.426 que por el procedimiento sumarísimo de urgencia se ha seguido contra los procesados (…) responsables de un delito de adhesión a la rebelión (…) Fallamos que debemos condenar y condenamos a cada uno de los acusados (…) a la pena de muerte”.(sic)
Nota: Entre los primeros 63 ejecutados se encontraban trece mujeres jóvenes, que serían conocidas como «las Trece Rosas». Los fusilamientos de los 50 hombres, donde se encontraba un joven de catorce años, no despertaron sin embargo la misma repercusión que la de las mujeres. (Sic.)
María Magdalena Gabetta |