Maya, una chica alemana.
Con sus lúcidos 98 años Maya apenas podía sostenerse con la ayuda de un andador, caminar desde la mesa del comedor hasta el televisor la agotaba, pero su sillón casi como un viejo amigo la abrazaba con piedad con su mullido relleno de espuma, una vez precipitados sus huesos cansados suspiraba con profundo alivio. Con impaciencia buscaba el control remoto para sintonizar la novela turca de la matiné, rutina que repetía de lunes a viernes con cierto placer, y que a pesar del esfuerzo físico que este gusto requería, nunca pedía ayuda, no quería rendirse, sabía que de cada claudicación no tendría retorno. Al promediar cada capítulo la siesta y ella se encontraban, no importaba haberlo terminado de ver, no tenía importancia, la trama era lo de menos, lo importante para ella era poder sostener su rutina, sus afectos cerca, sus cosas a mano y sus recuerdos, de los que casi no hablaba. Pero yo sabía cuándo estaba en contacto con ellos, se sentaba al lado de la ventana, orientaba la mirada un poco por encima del horizonte y se dejaba ir, sus ojos no estaban ya, ni aquí ni con nosotros, los dedos de sus manos jugueteaban entre ellos acariciándose, como acariciando quien sabe a quien, esas manitos tan frágiles, como de niña, me resultaba casi insoportable esa imagen, creería yo que a veces no somos cuerpo, a veces somos puro alma sin tiempo ni lugar. Hay expresiones de los cuerpos que cuentan sucesos, hay que estar muy atentos para notarlo, sus manos siempre me hablaron, a veces tan claro que me plantearon la necesidad de saber realmente de donde vengo, y de saber a quien acariciaban esas manos, pues fíjense que con el tiempo pude saber que acariciaba a su pequeña hermanita quien quedó ya fuera de su alcance.
Durante mucho tiempo tuve que vivir a sabiendas de que la verdadera historia de mis ancestros me estaba siendo velada y vedada, al menos parte de la ella, y quizá la mas determinante, la que termina formando nuestro carácter, dándole forma a nuestras reacciones, a nuestros gustos y preferencias, también a nuestros rechazos innatos.
La versión que me dio Maya durante todos estos años estaba llena de inconsistencias, pero nunca pude presionarla lo suficiente porque sentía que cada vez que lo hacía un manto de espanto contenido asomaba en su mirada.
Pocas cosas supe con certeza, la abuela había partido del puerto de Bergen, bien al sur de su Noruega natal y llegado a la Argentina en 1948, solo tres años después de terminada la guerra, tres años que después supe fueron un infierno mayor al de la ocupación alemana sobre su gélida patria.
El puerto de Buenos Aires le abrió las puertas a la ilusión, la colmó de expectativas, tuvo miedo, claro, pero supo desde el comienzo que aquí podría construirse desde el principio, un nuevo principio, y que su tortuosa historia podría ser reescrita, no había quien supiera de ella para cuestionarla, y esa es la historia que me fue contada como cierta.
Hasta poder instalarse decorosamente debió hacer una primera escala en el Hotel de Inmigrantes, era de rigor hacerlo, allí pasó los primeros ocho días en esta nueva tierra; por reglamento solo les estaba permitido permanecer cinco pero el período podría extenderse un poco hasta que pudieran ubicarse laboralmente. Si llegaban con algún oficio todo se hacía mas sencillo, pero la abuela no había tenido tiempo de aprender alguno debido a su corta edad, solo tenía veinte tres años cuando llegó al país, y la única tarea que le había sido asignada en su casa natal era la limpieza del hogar y participar activamente en la cocina junto a su madre para prepara almuerzos y cenas para el resto de la numerosa familia. Eran ellas, su padre, seis varones y su pequeña hermanita a quien cuidaba con abnegación. La actividad familiar estaba relacionada a la producción láctea y sus derivados, todo sucedía puertas adentro de los corrales cerrados, el frío extremo del invierno no permitía que el ganado pastara como lo hacía en nuestras pampas. De todas formas esa tarea era asumida por los hombres de la familia y ella no logró adquirir conocimientos del tema como para abrirse camino en esa actividad, ciertamente será a través de las tranqueras de los campos por donde se canalizaría la mayor parte de la fuerza laboral de la inmigración europea.
El Hotel de Inmigrantes era mas parecido a un hospital o a un asilo que a un hotel propiamente dicho, estaba diseñado para recibir multitudes, y entre ellos muchos llegaban enfermos, Las altas paredes estaban azulejadas hasta el techo y los pisos se mantenían despejados para facilitar la limpieza a puro baldazo, las camas no tenían colchón, solo una lona de cuero tensada, esto era para evitar el contagio de la sarna. El edificio tenía cuatro pisos, tres de ellos destinados a dormitorios, en cada piso había cuatro habitaciones. La capacidad del hotel ofrecía alojamiento para tres mil personas, las habitaciones eran gigantescas, cada una tenía capacidad para doscientas cincuenta personas, separadas por sexo, hombres por un lado, mujeres y niños por otro. En la planta baja estaba el enorme comedor preparado para alimentar tandas de mil almas en cada uno de los tres turnos de comida.
El idioma fue quizá la peor barrera que se le presentó, ya que a pesar del crisol de nacionalidades la noruega no era de las corrientes migratorias habituales, no como la italiana, la rusa, la francesa, la turca, la española o la española, Escuchar hablar a un noruego era improbable, y mucho menos el Nynorsk que era la lengua utilizada en las zonas rurales de la Noruega occidental de donde ella venía, y aunque hablaba con fluidez el alemán, siempre trató de ocultarlo, lo usaba para escuchar a quien lo hablara pero sin responder, lo mantuvo en secreto debido a que lo asociaba a momentos dolorosas de su enterrado pasado, Se esforzó en aprender el castellano, sabía que allí estaba su nuevo destino, quizá el definitivo y hablar el idioma de esta tierra sería esencial para construir su vida.
Transcurría el octavo día de su estancia en el hotel cuando le llegó el aviso, su primer trabajo sería una realidad, el consulado que representaba al hipócrita estado de Noruega (se desprenderá el por qué en el transcurso del relato) velaba por sus migrantes y haría lo imposible para ubicarlos. Junto con el trabajo le ofrecieron casa y comida, una habitación en una pensión muy cercana a la casa de familia donde haría las veces de niñera, cuidaría de dos hermanitos, hijos de un matrimonio danés radicado en la Argentina poco tiempo antes de comenzada la segunda guerra. Trabajaría desde las seis y media de la mañana hasta las ocho de la noche de lunes a sábado con permiso aplicable a una siesta diaria de dos horas o simplemente para descansar y estirar un poco las piernas, el domingo descansaría. Si bien el sueldo era escaso, desayunaba y almorzaba en casa de los patrones, quienes además de otros cuidados generosamente también le daban una vianda para la cena que ella comía sentada en su cama, además la red de socorro a inmigrantes que velaba por ellos la proveían de ropa y zapatos con cierta regularidad, todos estos auxilios le permitía ahorrar gran parte de sus ingresos.
En mayo de 1945 comienza en Noruega la retirada del ejercito alemán de su territorio y paralelamente para Maya Mikkelsen un camino lo mas parecido al infierno. Durante la ocupación alemana los soldados trataron de todas las formas posibles abordar a la inocente población femenina en edad de fecundar.
Hubo una sugerencia explícita del temible Heinrich Himmler quien declaró el 28 de octubre de 1939 “Cada hombre de la SS, antes de partir hacia el campo de batalla debe dejar tras de sí la semilla de un hijo, del que se encargarán las Lebensborn”, (de donde surgirá el triste slogan) “He donado mi hijo al Führer”, la idea era expandir la raza aria. Las Lebensborn (fuentes de vida) eran guarderías cuyo objetivo era preservar la raza aria a través de los matrimonios de mujeres germanas primero y escandinavas después con miembros de las SS.
En su obra “Las mujeres, Alemania y el nazismo” David Rodríguez Luján afirma “A las Lebensborn podía acudir cualquier mujer embarazada siempre y cuando cumpliese con una serie de requisitos indispensables, como someterse a un reconocimiento médico para ver si cumplía con las exigencias físicas y mentales de la política nazi, someterse a un examen racial para comprobar la pureza aria y realizar un control ginecológico para ver si el feto estaba en perfectas condiciones». Con todo, otra de las condiciones indispensables era que el padre fuese un miembro de las SS o un ario que capaz de demostrar que no contaba con ningún antepasado judío.
Estiman que entre 10.000 y 12.000 niños nacieron como resultado de las relaciones entre mujeres noruegas y soldados alemanes.
Uno de esos niños fue Karl, hijo de Maya y Derek, un campesino devenido en soldado quien deslumbrado por las encumbradas aspiraciones del régimen decide esparcir su semilla al futuro y elevado destino de la raza aria. Derek, como era previsible apenas terminada la guerra y con la capitulación de Alemania a manos del ejercito aliado debió abandonar el territorio y jamás volvió a saber de Maya ni de Karl.
El embarazo se comenzaba a sentir en sus entrañas, y a notársele a pesar de las holgadas prendas con que se vestía para postergar lo mas posible el momento de contárselo a su familia, sabía que su padre no lo aprobaría, y que su madre viviría afligida por tener que mediar entre la furia del hombre y la ternura de ver a su hija con una esperanza en el vientre. Y así fue, su padre no volvió a dirigirle la palabra, la ignoró de todas las formas posibles y la envolvió con su presencia vacía, no podía perdonar que se haya embarazado del invasor, y a pesar de eso ella lo entendía y lo perdonaba, pero hay razones que a los veinte años no están muy claras y el llamado de la naturaleza pudo mas que la razón, se sintió atraída por Derek a quien conoció en ocasión de acercarse al establecimiento de su familia a comprar leche a diario para su desayuno y el de sus compañeros de compañía, aunque desconocía las oscuras intenciones del soldado producto del mandato cuasi paterno del dictador alemán, esa regla moral a la que fueron sometidos estos jóvenes. Cuando cayó en la cuenta del propósito al que estos muchachos fueron sojuzgados se preguntó cuantos otros Karl habrían nacido de esta maquiavélica decisión. Esta toma de conciencia, este pensamiento la torturó durante años, el saberse engañada en esta magia que conlleva la concepción en pos de un ideal nacionalista, la magia fue utilizada, deshumanizada, el ser humano destruido en su profunda intimidad por un ideal donde verdaderamente el hombre es solo un instrumento, Era la muerte, funeral y entierro de su inocencia, y Karl estaría ahí para recordárselo. Su padre no era el único que no aprobaba estos nacimientos, era la sociedad toda casi la que creía que estos retoños arios terminarían torciendo el rumbo de la historia, enfermando los valores y costumbres de su país, los había por todos lados, eran como el germen de la fatalidad de la sociedad noruega, y había que defenderse. Muchos de estos niños fueron asesinados con salvajismo, otros separados de sus madres y dados en adopción a gente de otros países, otros internados en reformatorios y privados de su identidad y del conocimiento de su verdadero origen. Otros deportados junto a su madre a distintos países del mundo. Ellas no corrieron con mejor suerte, fueron bautizadas con el mote de “chicas alemanas”, fueron azotadas, detenidas, rapadas al igual que las mujeres francesas por la resistencia, despreciadas en público, despedidas de sus trabajos, confiscados sus sueldos, echadas de sus colegios, echadas de sus casas, en numerosos casos echadas de su país rumba a Alemania junto con sus hijos, previo ser despojadas de la nacionalidad por el estado Noruego.
Lo que para muchas inicialmente no fue mas que un coqueteo inocente terminó dejando su huella por el resto de sus vidas. Su crimen fue violar reglas no escritas, reglas morales, lo que les terminó otorgando un pasaje directo y sin escalas al propio infierno.
Cargó a Karl, unos bolsos con lo básico y se subió al barco que los trajo a la Argentina, con veintitrés años y un hijo de casi cuatro.
Aquí y ahora, sentado a los pies de la cama de la abuela y en un acto de infinita bondad hacia mí pude escuchar de su boca semanas antes de dejar este mundo la verdadera historia. Significó para mi entrar por un túnel de una manera y salir transformado para siempre. La moral funciona como una represa que regula nuestros actos, pero existe un límite de contención que es real, y si lo superamos terminará desbordando, o lo que es peor… se termina rompiendo. En mi caso me sentí desbordado, pero el dique de mi Maya se rompió y no guarda mas aguas en su reserva, quedó seca de valores, la vida la ha sometido a vejámenes indecibles de los que imagino pocos habrán podido superar, no es su caso, ella guarda para si un enorme resentimiento, hacia la patria de la que fue despojada, hacia la sociedad toda que la humilló y por encima de todos ellos hacia su padre que fue quien la terminó entregando a la hoguera, tal era el grado de patriotismo que no soportó la idea de ver crecer en el seno de su hogar la semilla alemana a la que tanto despreciaba. Fue tal ese resentimiento que se cargó con el al resto de su familia, juró dejar su tierra y no volver a verlos, a nadie.
Los hechos y circunstancias por los que pasó la abuela en parte han sido descriptas aquí, relatarles el resto sería innecesario, no son mas que circunstancias normales que le suceden a ciudadanos normales en un país normal, adecuarse, afianzarse, trabajar, crecer económicamente, alimentarse, educarse, relacionarse, en fin, lo normal.
De esa normalidad surge el enamoramiento de mi padre y de mi madre, Karl y Sofía, fruto de ese amor llegué yo Alberto Karl Mikkelsen, quien en un intento de digerir ahora si, la verdadera historia de mi vida encuentro saludable poner sobre papel la verdad, la de mi padre, la de mi abuela y la de mis ancestros.
Como una ironía del destino llegan noticias del otro lado del mar cuando ya no podría enterarse…
“Después de que el Centro Noruego de Estudios sobre el Holocausto y las Minorías religiosas haya develado que entre 30.000 y 50.000 mujeres del país hayan sufrido represalias tras la Segunde Guerra Mundial, el gobierno noruego les ha pedido perdón mas de siete décadas después. En el período que siguió a la liberación, muchas chicas y mujeres noruegas que habían mantenido una relación con soldados alemanes o eran sospechosas fueron víctimas de un trato indigno. Hoy en nombre del gobierno quiero pedir disculpas, afirmó la primera ministra Erna Sosberg durante un acto de conmemoración del 70 aniversario de la Declaración de los Derechos Humanos. «Nuestra conclusión es que las autoridades noruegas violaron el principio fundamental de la regla de que ningún ciudadano puede ser castigado sin juicio ni condenado sin ley.
Aunque Solberg sabe que, a día de hoy, es más que posible que la mayoría de las afectadas no continúen con vida, ha creído necesario pedir disculpas a todas las mujeres que tuvieron que pasar por este tormento institucional.
…tarde para mi abuela Maya, tarde para mi padre Karl, los tiempos de la historia no son los tiempos de las personas.
Fin
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