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En el colegio lo conocían como sabelotodo, pues no soportaba que alguien supiera más que él. No se puede negar que algo sabía, pero no era para tanto, a todo le buscaba arandelas, siempre buscaba algún detalle por insignificante que pareciera para hacer énfasis en su sabiduría, que por cierto, no era mucha que digamos. Eran solo ganas y deseos de figurar, de demostrar que era el mejor, cuando no pasaba de ser un pobre fanfarrón venido a menos.

En el barrio donde vivía también era conocido como sabelotodo. Si alguien tenía dolor de muela, de una que lo mandaban donde sabelotodo, así no supiera ni mierda. Si alguien tenía una duda en álgebra, lo mandaban donde sabelotodo, quien hacía alarde de su conocimiento de los números y las ecuaciones. Si a alguien se le dañaba la moto, lo mandaban donde sabelotodo, quien pronto bajaba el motor, lo desarmaba en su totalidad, pero cuando lo iba a armar le sobraban piezas. Cuando le decían que dónde iba a meter esas piezas que sobraban. Sabelotodo decía que sobraban, qué no se explicaba cómo le habían puesto tantas piezas, que no eran necesarias. Sabelotodo, poco a poco fue convirtiéndose en un personaje de relato. Cuando alguna señora estaba con el periodo y no le pasaba pronto, de una que la mandaban donde sabelotodo, supiera o no supiera, Sabelotodo casi nunca acertaba. En muchas ocasiones complicaba las enfermedades, pues recetaba equivocadamente y muchos pacientes tuvieron que ir rápido a urgencias, de lo contrario corrían el riesgo de enfermarse más y en los peores casos morir.

Un día sabelotodo puso un clasificado en el periódico, el clasificado decía: "se hace exorcismos, se saca el diablo y se da buena suerte, además se le da sin ningún costo las siete esencias de los andes, se cura mal de ojo y el estreñimiento". Al cabo de algunos días, el clasificado empezó a producir efecto, pues muchos llamaban solicitando los servicios de sabelotodo, que empezó a posicionarse en el comercio. Pero como no todo puede ser gloria, un día la desgracia tocó a su puerta. Ese día llegó un hombre de unos treinta años, quien dijo estar poseído, prometió pagarle bien si le sacaba ese demonio que todas las noches le atormentaba y que lo tenía cerca del suicidio.

Sabelotodo se comprometió a realizarle el exorcismo, pronto acordaron el precio, mañana mismo sería el día señalado. El hombre llegó puntual vestido de negro, traía un anillo de oro, un anillo muy valioso. Sabelotodo lo hizo seguir, le dijo que se quitara la ropa negra, que ese color era satánico, que mejor se pusiera una sotana blanca que él tenía, que el color blanco ayuda a alejar los demonios, El hombre aceptó y fue al baño a cambiarse, cuando lo estaba haciendo, se sacó el anillo y lo puso en la tapa del inodoro, la intención era volverlo a recoger y ponerselo luego en el dedo, pero se olvidó y lo dejo ahí. Enseguida regresó donde sabelotodo que estaba como en trance, el hombre lo dejo así, no lo interrumpió hasta que sabelotodo volvió a la realidad.

Sabelotodo empezó pronto el ritual de liberación. Pronunció unas palabras rarísimas, jamás las había escuchado antes. El hombre lo escuchaba en silencio, luego lo azotó con pringamosa, de inmediato le salieron ronchas en el cuerpo, el hombre se retorcía de la rasquiña, pero sabelotodo le dijo que no se rascara, que si lo hacía el diablo no salía de su cuerpo. El hombre aceptó de mala gana. La noche siguió su recorrido y el hombre no aguantaba la picazón en su piel, así que se paró de la silla y agarró por el cuello a sabelotodo, quien palideció pero no hacía nada para que ese hombre lo soltara. Todo parecía indicar que la rasquiña le aumentó la fuerza, pues sabelotodo parecía despedirse de este infame mundo


El hombre suelta por unos instantes a sabelotodo para rascarse, se rasca con todas las ganas reprimidas. Entre más se rasca, más ganas le da de rascarse. Se rascó tanto que empezó a brotar sangre de su piel. De nuevo el hombre agarra por el cuello a sabelotodo y le dice que cuál es el remedio para la rasquiña, que si no le da el remedio lo mata. Sabelotodo le dice que hay una crema muy buena y le pide que lo suelte. El hombre lo suelta y sabelotodo corre hacía el armario, saca una cajita de color verde y la abre pronto, la unta en sus manos y empieza a untarla por el cuerpo del hombre, quien siente la frescura de la crema, que poco a poco empieza a hacer los efectos curativos. Después de una hora el hombre ya no tiene rasquiña, pero el diablo sigue adentro. De un momento a otro increpa a sabelotodo.

- Te he pagado muy bien, pero aún no veo los efectos, siento el diablo agitarse dentro de mi y si no lo sacas pronto, te mataré.

Sabelotodo quedó pálido pues no sabía que hacer, ni cómo sacarle el diablo a aquel hombre, antes de responder pensó muy bien lo que iba a contestarle y cuando estuvo seguro de si mismo, le dijo:

- Es que el efecto no se ve al instante, hay que esperar por lo menos tres días, el diablo es muy demorado para irse.

El hombre lo quedó mirando con rabia, después de unos instantes, le dijo:

- Devuélveme el dinero, tú me garantizaste curarme pronto y no veo nada de eso, te advierto una cosa, que cuando el diablo se alborota dentro de mi soy capaz de matar.

Sabelotodo quedó frío ante aquellas palabras, tenía el dinero, pero no la formula para sacarle el diablo a aquel hombre, que ya empezaba a darle miedo. Después que le pasó el miedo le contestó:

- Dame solo tres días, te aseguro que en tres días el diablo se habrá ido, te lo aseguro, hago lo que quieras, pero dame solo tres días.

El hombre lo quedó mirando con más rabia y luego le dijo:

- Está bien, lo primero que voy hacer es azotarte con pringamosa, para que veas lo que es candela.

Sabelotodo quiso rehusarse, pero no había nada qué hacer, si no aceptaba la propuesta el hombre lo mataba, sin muchas ganas respondió:

-Está bien, azotame con pringamosa!

El hombre agarró una buena cantidad de pringamosa y luego azotó a sabelotodo en todo el cuerpo. Sabelotodo empezó a gritar de la rasquiña, pero el hombre no lo dejaba rascar, quería que sabelotodo sintiera en carne propia lo que significaba tener picazón en la piel y no poder ni siquiera rascarse. Sabelotodo imploró para que le permitiera echarse la crema sanadora, pero se lo negó. Pasaron más de diez horas y sabelotodo lloraba y gritaba de la rasquiña, solo entonces el hombre le dijo:

- Ve a bañarte a ver si se te pasa con agua y mucho jabón, si no me sacas el diablo te vuelvo azotar con pringamosa.

Sabelotodo corrió al baño, pero antes se rascó tan duro que varias gotas de sangre cayeron sobre el piso. Pronto sabelotodo abrió la llave del baño, el agua le refrescaba un poco, luego se enjabonó y el jabón también le calmó la rasquiña, no quería salirse del baño, ni cerrar la llave pues el agua le calmaba los malestares que produce la pringamosa en el cuerpo. Ahí quería quedarse pero el hombre volvió a gritar.

- No te demores tanto, tampoco te vas a quedar toda la noche en el baño.
Sabelotodo se secó con una toalla verde, se puso la capa blanca ya se disponía a salir del baño, pero antes de hacerlo vio el anillo de oro y lo escondió en el mismo baño, con eso me vengo de este marica, se dijo así mismo, luego de escondido el anillo salió del baño.


Sabelotodo llegó donde estaba el hombre, quien al verlo más calmado y sin menos rasquiña, le dijo:

- Cómo te sientes, verdad que la rasquiña es tenaz, quería que escarmentaras en carne propia tus hijueputas terapias.

Sabelotodo lo quedó mirando con mucho rencor, luego respondió:

- Para sacar el diablo toca hacerlo de esa manera, no hay más de otra, eso lo leí en un libro árabe, no estoy inventando nada.

De inmediato el hombre respondió:

- A mi me tiene sin cuidado donde lo hayas leído, lo único cierto de todo esto es que hasta ahora no me has sacado el diablo, si no lo haces en dos horas te mato, hasta pueda que te mate antes.

Sólo en aquel momento el hombre se percató de que le faltaba en su dedo el anillo y no lograba recordar donde lo había dejado, sin perdida de tiempo le dijo a sabelotodo.

- Como tú todo lo sabes, ahora mismo me vas decir dónde deje mi anillo, no me acuerdo dónde lo pude haber dejado, ante aquella pregunta, sabelotodo respondió:

- No lo sé, es cierto que sé algunas cosas, pero no todas, no soy Dios, solo un pobre mortal con virtudes y defectos.

De inmediato el hombre respondió:

- Más defectos que virtudes, eso se nota a kilómetros, ahora dime: ¿de qué vas a morir?.

Sabelotodo no supo qué decir, de qué moriría, pero después que se tranquilizó, dijo:

- De vejez será, hasta ahora me siento sano y con muchas ganas de seguir disfrutando la vida.

El hombre volvió a decir:

- No lo creo

Sacó la pistola y le pegó seis tiros a sabelotodo.

El día del sepelio alguien colocó un epitafio en la tumba de sabelotodo. El epitafio decía lo siguiente:

"LO MATARON POR SABER DEMASIADO, PERO EN REALIDAD SABÍA MUY POCO"

AUTOR: PEDRO MORENO MORA

Texto agregado el 27-09-2019, y leído por 320 visitantes. (12 votos)


Lectores Opinan
01-10-2019 5* grilo
28-09-2019 Jajajaa...un cuento bien gracioso de principio a fin, Pedro. Está muy bueno. MujerDiosa
27-09-2019 Le dieron doble ración de balazos que a Rosita Alvírez o a la Martina. -ZEPOL
27-09-2019 Si sabelotodo algo sabía, seis balazos por ese algo me parecieron excesivos. henrym
 
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