El café negro y humeante besó sus labios y el sortilegio de ese espíritu denso coqueteó un momento con los avatares del sabor para deslizarse pronto por las oquedades de su esófago. Algo de paz entibió la tristeza mórbida del hombre. La había perdido o mejor dicho, su novia lo había abandonado esa misma mañana. No le dio mayores razones, sólo que era ella y nada más que ella, por lo que lo absolvía de toda culpa. ¡No eres tú! Un mes antes su patrón le había expresado lo mismo: “No eres tú, es la empresa que pasa por un momento delicado”. Y ahora, sentía que su alma se le retorcía al comprender que era un ser desechable que sería poco a poco desvinculado de cada una de las cobijas sociales de su existencia. No pudo cerrar sus ojos esa noche, acaso por efecto de ese café cargado, pero sobre todo por ese enorme vacío devenido en socavón que desangraba su corazón. Entreabrió sus cortinas para que la tenebrosa noche se hermanara con sus circunstancias y recibió un frío hálito que hablaba de madrugadas. El reloj marcaba las cuatro cuando el ringtone de su celular lo sobresaltó. -¿Aló? Era una voz femenina que vacilaba al otro lado de la línea.
-¿Eres tú?- preguntó el hombre, que hurgó entre sus ruinas un muñón de esperanza.
-Ssi. Ssoy yo. Perdóname.
Él sólo se dobló en dos en un gesto elocuente de desesperación para después desplomarse sobre su cama intacta.
-¿Me…perdonarás?
No respondió. Expresarle su perdón significaba la plena sumisión.
-¿Aló? ¿Estás allí?, contéstame por favor.
No, no respondería. Ya no era necesario apelar a las máscaras de lo versallesco, arrastrarse sinuoso sobre sus propias miasmas, humillarse ante la que sin compasión alguna había minado sus extrañas.
La voz insistió:
-¡Contéstame por favor! Y perdóname. Sé que fui precipitada al tomar esta decisión, pero era necesario que viajara. Te prometo que regresaré en dos semanas.
El hombre se levantó como un resorte. ¡Era un mal entendido! A menudo él no interpretaba bien las cosas. Era eso, sólo eso.
Emocionado, agarró el celular y ahora sí que habló:
-¿Es verdad lo que acabas de decirme? Porque me has devuelto la vida. Te amo, amor mío.
Del otro lado, la voz femenina preguntó:
-¿Darío? ¿Eres…tú?
-¿Sofía?- preguntó él a su vez.
-Perdone usted. Me equivoqué al marcar.
Y el llamado se cortó de improviso.
El hombre bebe otro café, aún más cargado y con el ingrediente amargo de la desesperanza. La madrugada se tiñe de rosas y lilas, contrastando con la oscuridad suprema de su alma.
Aquella voz le ha campanilleado en sus oídos en las horas restantes de esa larga madrugada. Porque, y ese pareciera ser su sino, una vez más y como en las ocasiones anteriores, la llamada no era para él. Y las palabras
de Sofía y de su jefe se eternizan en su mente afiebrada. –¡No! ¡No eres tú! Y con esa breve pero sentenciosa frase se arropa para afrontar todo lo que venga mañana, pasado mañana, el mes, en fin, acaso toda su vida.
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