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Inicio / Cuenteros Locales / Abunayelma / LAS MEMORIAS DE UN CANILLITA

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Palabras de presentación
Fui un vendedor de diarios, un canillita, desde siempre, desde niño.
El colegio no me conoció. Mis primeras letras y se podría decir las únicas, las aprendí de los titulares de los diarios que me obligaba a recordar para así vender más diarios y más rápido.
La juventud transcurrió entre hojas impresas, noticias y escándalos entre asesinatos y campeonatos de fútbol.
Llegué a mayor sin conocer esposa, pues no tuve tiempo de buscar novia.
Hoy, ya hombre maduro, los recuerdos, mis angustias, los momentos de alegría y regocijo, que se me dieron por casualidad, traté de volcarlos, aconsejado por amigos, en las siguientes páginas.

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¡Che pibe!- así me llamaban, ese era mi nombre. El verdadero, el que me pusieron cuando aparecí en este mundo era Constantín, en honor del viejo de mi viejo que se llamaba así. Mi madre murió la pobrecita, durante el esfuerzo al parirme.

La parada de mi viejo era en la esquina de Muñoz, el negocio de los trajes.
Alguna vez me contó, que tuvo muchas peleas y recibió muchos golpes hasta que lo consiguió. Era su lugar y nadie se atrevería a usurparlo.
Vivíamos lejos del centro. Caminábamos unas cinco cuadras hasta la parada del colectivo. Siempre estaba oscuro, verano o invierno, a las cuatro y media de la mañana cuando la emprendíamos para el centro. Debíamos pararnos frente a los galpones traseros del diario para la entrega matinal.

Siempre eramos uno de los primeros; así acostumbraba mi viejo y así lo comprendí yo.
Al recibir el toco de diarios, empezábamos a caminar y a gritar los titulares hasta llegar a nuestra esquina distante unas cuatro largas cuadras de allí.

Recuerdo que el día de mi cumpleaños, creo que el de los 8 o 9, cuando terminamos la venta del día, mi viejo me llevó a la esquina de enfrente, donde estaba el Café Sorocabana. Me sentó en una de las sillas altas pegadas al mostrador y me dijo:
-Ahora festejaremos tu cumpleaños – Pedimos un plato lleno de medias lunas y otro con manteca y dulce. Yo pedí un chocolate con leche y el viejo sólo un expreso.
Mientras me devoraba las medias lunas, mi viejo se levantó diciéndome que en unos minutos regresaría.
Al ratito apareció con una ¡N° 5 original! Sabía que me gustaba patear todas las tardes con los chicos del barrio.
–Tomá, es para vos, Feliz Cumpleaños-. Qué sorpresa, que alegrón. Hasta que llegamos a casa sólo pensaba en la cara de los chicos cuando me vean aparecer con semejante regalo.

El cumpleaños siguiente no lo festejé.
Mi viejo, fiel a su indispensable amigo el cigarrillo, me dejó una madrugada de invierno justo cuando llegaba nuestro turno en la cola de la entrega de aquella mañana. La ambulancia se lo llevó. Me quedé parado junto a mis diarios. El camino hasta la esquina, me pareció más largo que nunca. El peso del paquete me obligó a arrastrarlo. Logré llegar utilizando mis últimas fuerzas que en aquellos momentos las consideré muy pocas, pero mi cabezota estaba ocupada en mi viejo, y creo que eso fue lo que me ayudó llegar a la parada.

Una tía que nunca había visto antes estaba en la casita cuando llegué aquella tarde a la vuelta de la venta. Y desde aquel momento no se separó de mí. Todas sus cosas las trajo dentro de una valija. Ocupó la cama de su hermano, mi viejo.
Colgó una sábana con dos ganchos en el techo entre su cama y la mía, pues al tener la casa una sola pieza así debería ser, me explicó.

Esa noche no pude dormir. El entierro, la gente amiga, me revoloteaban por todos lados. Me parece que inclusive lloré, despacito, como para adentro; no quería que ella lo notara. No es de hombres llorar, siempre decía mi viejo.

Más de una vez algún cliente, especialmente los veteranos, me preguntaba cómo me las arreglaba sólo. Les mentía contándole que mi hermano mayor me ayudaba.

Comparándome con los chicos de la barra del fútbol, yo tenía un cuerpo más desarrollado y más fuerza. Siempre decían: - ¡Qué patadón que tiene el canillita!

Ya de joven me daba mucha bronca el asunto de las parrandas de los muchachos del barrio. Cuando ellos volvían de sus jugarretas nocturnas me encontraban en camino hacia el Diario a buscar el sustento tan necesario.

Una que otra vez conseguí toparme con alguna chica. Los resultados fueron siempre iguales. El cansancio acumulado, sumado a mi ignorancia sobre esas cosas de los flirteos, nunca llegó a ofrecerme finales felices.

Eso sí, leía mucho. Antes que nada el diario. Conocía todos los periodistas. Sabía de antemano quién escribiría sobre qué y cómo.
En más de una ocasión difería con alguno de ellos sobre su postura en tal o cual asunto.
Inclusive una vez, recuerdo que después de leer el comentario sobre el aumento del precio del pan, que en contraposición a la opinión general que reprobaba la medida tomada por el gobierno, el señor periodista, se llamaba A. Alfonso, escribió en su Rincón de Economía, que estaba completamente de acuerdo con la determinación tomada, y, además felicitaba al Ministro de Economía por la resolución que ayudaría a levantar al decaído gremio panadero.

Lo pensé esa tarde en casa. Decidí escribir y mostrar mi indignación por la posición tomada, equivocada a mi criterio, por el periodista en cuestión.
Cerré la carta y a la mañana siguiente antes de ponerme en la cola frente al galpón, entré en la sección de las oficinas del Diario.
Al ser conocido por casi todos los empleados no me resultó difícil llegar hasta la oficina de los periodistas y encontrar la mesa de A.Alfonso. Y sobre su máquina de escribir planté el sobre.
Estaba completamente seguro que después de leerla, el conocido periodista la arrojaría al tacho de basura.

El mozo del café de enfrente, fue el primero en comentarlo: - Che pibe ¿viste el diario?— y lo largó: -Hablan de vos, de tu carta, mirá que habías sido bravo, che.

Entonces tenía unos 18 años, no más.
De toda clase de gente recibí felicitaciones y palabras alentadoras. Hubo algunos que fueron más lejos: - Dedicate al lápiz, ¡che pibe! tenés pasta de periodista, metéle, ¡no seas cobardón!

No en aquel entonces y menos hoy en día, entendí el furor de aquella gente. Era casi incomprensible que efecto lograran producir unos escasos renglones escritos en una hoja de cuaderno.
El idioma básico, ese de la calle, el único que conocen los canillitas, consiguió que el periodista, influenciado por el contenido de esas líneas, publicara al día siguiente, en su Rincón, un comentario sobre la carta recibida. Además manifestaba que recapacitó sobre el tema, reconociendo su equivocación y agregaba su agradecimiento al canillita por la ayuda brindada.

Los comentarios corrieron por toda la ciudad como un reguero de pólvora. Todos querían conocer al "canillita periodista". Todos deseaban ver de cerca a ese fenómeno.
Los días pasaron, la euforia se esfumó. El fuego de la admiración dejó lugar al agua de la rutina.

Conseguí, después de lucharla largo tiempo, el permiso del gerente de la Tienda Muñoz, en cuya esquina, como antes mencioné, estaba mi parada, para colocar una mesita apoyada en la pared entre las dos vidrieras del negocio y sobre ella apilar los diarios.
De un día a otro, mi parada se convirtió en mi °puesto de diarios°

Todos los vecinos se acercaron, me felicitaron, augurándome suerte en mi ascenso de categoría.

Al poco tiempo agregué la venta de un diario de deportes. A la semana siguiente la revista La Mujer envió un representante para ofrecerme la venta de su semanario tan popular.

Las ventas y sus correspondientes ganancias fueron en aumento. Hice mis cuentas y decidí alquilar un departamentito a unas pocas cuadras del subte que tenía una salida a metros de mi esquina.
Mi tía Carla, ya entrada en años, no quiso mudarse al centro. Prefirió quedarse en el barrio rodeada de sus amigas.
Todos los sábados al mediodía viajaba a visitarla y almorzábamos juntos. Antes de irme dejaba unos pesitos sobre la mesa de la cocina. Ya en la puerta escuchaba su refunfuñar pues consideraba que era mucha plata para ella.

Un día al volver del trabajo, sonó el teléfono. Una de las vecinas del barrio me avisó que la noche anterior mi tía se descompuso, la llevaron al Hospital Municipal. A la madrugada falleció. Me encargué de todo lo relacionado con el entierro.
Hubo mucha gente para acompañarla en su último viaje. Todo el barrio vino a despedirse de la tía del °pibe°, el canillita más conocido de la ciudad.

La casita que me vio nacer la alquilé a una pareja de recién casados. Me prometieron cuidar la huertita que con tanto cariño había mantenido la tana Carla.

Mis cosas marcharon bien. No me podía quejar. No tenía necesidad y además nunca lo había hecho. Los problemas están para solucionarlos. Está en cada uno arreglárselas solo y no esperar que le tiren una mano.
Hay muchos que siempre están a la espera de que alguien les arrojé una tabla de salvación y si ésta no llega se hunden y a otra cosa. Hay que pelearla, trabajar duro, ¡no aflojar! La vida, al final, siempre te sonríe.

Un muchachito del barrio, cuyo padre sufrió un accidente quedando postrado en una silla de ruedas, se ofreció para ayudarme en el puesto. – Así podrás tomarte un descanso por las tardes y yo me ganaría unos pesitos- me explicó en forma rápida.
Y como aprobando su sinceridad, no lo dudé y lo tomé como empleado. Mi primer empleado.

Mi vida cambió. La primera semana la aproveché para dormir, mi cansancio acumulado necesitaba horas de sueño. La segunda no supe que hacer conmigo mismo.
Tenía que ocuparme en algo. Comencé a visitar los cines. En años no tuve la posibilidad de ver una película.
Por casualidad entré cierta tarde a un Cine-Debate. Me sorprendió el conocimiento de la mayoría de los espectadores sobre la película que habíamos visto y sobre cine en general.
Desde ése día, embelesado por las películas que ofrecían y especialmente por las charlas posteriores a la función, me convirtieron en un asiduo concurrente a dicho lugar.

Comencé a escuchar con atención los pro y contra sobre la dirección, sobre la actuación de los artistas, iluminación.
Pedí y recibí folletos especializados, me brindaron la lista de las películas a estrenar.
En casa llené horas en la lectura.
No me fue fácil al principio comprender los vocablos específicos de la cinematografía. Preguntas y consultas a la gente del cine, me ampliaron el conocimiento sobre ese mundo desconocido por mí hasta entonces.

Al año siguiente me ofrecieron entrar como miembro en la Comisión que organizaba los debates, que emitía los panfletos alusivos, que elegía las películas, en fin, el trabajo no escaseaba. Yo tenía tiempo libre, mi entusiasmo fue en aumento al penetrar en ese extraordinario séptimo arte tan lleno de suspenso, intriga, acción y belleza.

El tiempo y las horas de trabajo en el puesto fueron cada vez menos. Lionel, mi empleado, ya dominaba completamente el asunto. Resultó ser un muchacho muy competente. Fue autor de muchos cambios que resultaron muy efectivos. Entre ellos, la sugerencia de solicitar permiso para colocar una especie de puesto con techo y paredes transformándolo en un kiosco como corresponde.
El permiso fue otorgado y el ° Kiosco del Pibe° se transformó con los años, en un lugar que siempre se reunían los muchachos para charlar y comentar las noticias del momento. Nunca estaba aburrido, siempre estaba abierto y siempre se encontraba con quien charlar.

Mi amigo el periodista nos abandonó en un día caluroso de verano. A los pocos días del entierro, varios de sus colegas del diario me pidieron que escriba unas líneas sobre él; ellos se ocuparían de publicarla dentro de su Rincón en el matutino.

Recuerdo que siempre acepté el humor, pero hacerlo sobre un amigo ausente, era demasiado. Después de escucharlos, capté que hablaban en serio, no había nada de chiste en la propuesta. Es más, me propusieron que relate un informe sobre la actualidad económica, con mis palabras, con mi forma de ver las cosas, todo bajo los ojos de uno del montón.
Después de entregarles la nota piloto, la llevarían al encargado de las correcciones y luego, también ellos, la presentarían al encargado de publicación. Estaban seguros de que sería aceptada la propuesta.

Tardé tres días en prepararla.

El día que fue publicada la nota, en la cual expresé mis respetos hacia un amigo que desgraciadamente nos abandonó, comenté además, en unas pocas lineas, sobre el nuevo Plan Económico del gobierno, todo visto por los ojos de uno del pueblo. Firmé, según lo propuesto por los muchachos del diario, bajo el seudónimo °el Pibe°

El Rincón Económico de ése día fue comentado por todos los diarios de la ciudad.

Yo mismo no podía creerlo.
Los muchachos, mis °colegas del diario° vinieron a la tarde de aquél ¡¡21 de Noviembre!! al kiosco para festejarlo. Tomamos y nos reímos hasta la madrugada en aquella esquina céntrica.

En los días siguientes muchas personas con el motivo de comprar el diario se acercaron para conocerme, para darme un apretón de mano y felicitarme.

Hoy en día, entre mi Rincón en el diario y la Dirección del Cine-Club, no me queda tiempo libre para ocuparme del kiosco. Suerte que Lionel esta allí para reemplazarme.

Creo que lo hace mejor que yo.


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Palabras de Agradecimiento

A todos aquellos que brindaron parte de su tiempo en leer sobre los simples acontecimientos ocurridos en mi modesto paso por el mundo, les agradezco con sinceridad.
Muy amables y muchísimas gracias.

el Pibe

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*Registrado, Safecreative N°1004105958647

Texto agregado el 25-09-2019, y leído por 128 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
26-09-2019 Este relato lo siento como verídico y de ser así, te abrazo muy fuerte y te felicito con todo mi corazón!!! De no ser así, admiro tu inventiva, porque en verdad se lo palpa real. MujerDiosa
26-09-2019 —¡Qué buen relato de vida y superación! Escrito de forma amena, entretenida y veraz. Me llegó profundamente porqué en el, además de leer, vi y palpé lugares y situaciones que sentí mías o muy cercanas. —Pibe, me estoy acercando a tú kiosko para saludarte y darte un gran abrazo. vicenterreramarquez
26-09-2019 La vida puede depararnos agradables sorpresas a pesar de todo. Ameno relato. Vaya_vaya_las_palabras
 
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