No lo podía creer: había llegado el día.
Lo "conoció" en un chat, al que había entrado a divertirse pero acabó por aburrirla: era poco el desafío para ella. Gente muy simple, personajes básicos que apenas intentaban parecer felices fingiendo que actuaban, cuando era evidente que no lo hacían. Vomitaban sus tristes vidas agregando un "jaja" al final. Tan patético como eso.
Sin embargo él era diferente. Como por casualidad se encontraron una noche compartiendo víctimas, y él le mandó un privado: "Por fin alguien que me merece! Te ganaste un punto".
La charla comenzó lenta, ambos especulaban y analizaban al contrincante, pero con el tiempo fueron conectándose cada vez más seguido, al punto de casi necesitarse. En su burbuja todo volvía a tener sentido, y a altas horas de la madrugada, a regañadientes, se retiraban a dormir. Pero jamás una despedida cariñosa. Eran simplemente compinches, ni amigos, ni amantes, ni almas gemelas. Compinches.
O eso creía ella.
Cierta noche en la que estaban muy "humanos" comenzaron a sincerarse. Rompieron esa regla no escrita de no preguntarse cosas. Y ella se sorprendió (cosa que odiaba) al reconocer que ese tipo le interesaba. Él, lejos de burlarse ante tamaña confesión, le correspondió el interés. Y subió la apuesta: "Te has ganado muchos puntos más de los que crees", le dijo, haciendo referencia a aquel primer encuentro virtual.
La curiosidad pudo más que ella y no pudo evitar preguntarle en qué áreas había ganado puntos (era muy inteligente, y eso la hacía competitiva en exceso).
Él comenzó a escribir y luego de 15 minutos le había detallado una lista de varias razones, todas ellas muy válidas y halagadoras, por las cuales la valoraba tanto. Hasta el extremo de llamarla su "puntaje perfecto".
Cuando la invitó a conocerse, ella ya había bajado totalmente sus defensas, y accedió en forma automática, sin que su cerebro filtrara nada. Fue espontánea por primera vez en muchos años, y se sintió feliz.
Cuando tocaron a su puerta, sabía que era él. Y anotó nuevos datos en su mente: "es puntual, bien, muy bien".
Cómo pasaron de verse, charlar, reírse y mirarse fijo, a quedar exhaustos entre las sábanas, fue algo mágico.
Y mientras fumaban sendos cigarrillos él le dijo algo que la confundió: "Sabes? Tenía muchas para elegir, pero te ganaste esto. Eres la mejor, por lejos".
Una mezcla de sensaciones la invadieron. En parte se sentía halagada, pero también usada e insultada.
Cuando quiso responderle, notó que no podía hablar.
Ni moverse.
Él le giró su cara, se le acercó sonriente, y le dijo: "Ahora te voy a dar tu premio: al fin me conocerás".
Y fueron horas. Muchas horas.
Pero antes de exhalar su último suspiro en ese inmenso charco de sangre se podría decir que ciertamente, ella lo conoció...
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