Todavía no dejaba de llover cuando la negrura de la noche entró por la ventana del salón de lectura. La mezcla de olores producidos por la humedad de los viejos libros de mi padre que ocupaban casi la totalidad de los anaqueles salvo el rincón reservado para los de mi madre era mitigada por los dos jarrones atiborrados de lirios y orquídeas tomados del parque de la casona, olores que construyeron esa asociación en mi psiquis entre la vejez y la belleza, el sepia y los colores vivos, el conocimiento y los perfumes.
La casa fue heredada por mi abuelo materno de sus padres, y de su padre la hereda mi madre, pero la pésima condición económica de mi abuelo quien caído en desgracia había perdido su fortuna en eternas noches de juego afectaba la continuidad de la posesión familiar de la propiedad, solo la muerte a tiempo del anciano evitó que se fuera junto a sus cuantiosos ahorros.
Mi joven madre, Anna, quien se sabía bella y culta, además de única heredera del codiciado bien decidió ir por su posicionamiento social como principal objetivo. Con sabiduría encontró que la buena manera de conservarla era casándose con alguien como mi padre quien ya era un reconocido hombre de leyes y de posición sólida, el amor vendría después. Parte de ese posicionamiento incluía la idea de mi concepción para consolidar esa estructura social que era la familia, aunque debo decir que su enamoramiento vino a mi mucho antes que a mi padre, el tampoco era un ejemplo, no amaba a mi madre, solo le sería funcional para limpiar su escandaloso pasado amoroso con Catherine, su pretérita novia de juventud terminó arrollada por una locomotora que se acercó a su desconsuelo a suficiente velocidad como para que el maquinista no pudiera frenar a tiempo y evitar así la tragedia. A unos doscientos metros del cuerpo encontraron su romántica y fatal carta de despedida, donde describía los motivos de su decisión, que aunque nunca trascendieron detalles nadie dudaba en el poblado que la terrible decisión era producto de la desazón de saberse engañada por su hombre, y con cuanta mujer lo mirara con velado interés. Entiendo que el desengaño que despertó mi padre en ella no haya sido razón suficiente para que tomara semejante determinación, seguramente una fuerte inclinación a la depresión sumada a la impericia en el manejo de las vicisitudes que nos tocan vivir a todos los mortales habían abonado el terreno donde ella pisaba y que hicieron brotar las circunstancias desafortunadas que darían fruto a la fatalidad de decidir quitarse la vida. Pero la silenciosa condena social a la que fue condenado mi padre hizo que debiera alejarse de Kirkwall, bajo la conveniente excusa de cursar los estudios de la abogacía en la Universidad de Edimburgo, distante poco menos de 500 kilómetros de la villa. El regresaba cada verano al abrigo de su familia y permanecía durante los dos meses manteniendo bajo perfil para no agitar las aguas. Recibido de abogado con honores fue tentado a permanecer en la capital bajo la tutela de algunos de los catedráticos que influenciaron en su carrera, quienes a su vez dueños de un prestigioso bufete dedicado al derecho comercial internacional le ofrecieron trabajo. Entendió que era ese el camino natural de los acontecimientos, se incorporó a la firma y se estableció sin titubear; sus padres envejecidos quedarían al cuidado de su hermana Hellen y de su asistencia monetaria.
Durante algunos años mi padre se dedicó con empeño a ejercer el derecho y se ganó el respeto del mundillo en el que se movía como pez en el agua. Su condición de soltero de alguna manera comenzó a transformarse en una amenaza velada para sus colegas quienes veían con cierta suspicacia como este hombre joven y agraciado era mirado con fisgoneo por sus esposas, y todos sabemos que la curiosidad de una mujer puede llevarlas a límites insospechados, al hombre también. De alguna manera mi padre tomó nota de esto y sospechando que estos obstáculos domésticos terminarían afectando sus objetivos decidió resolver el problema de raíz. Recordaba recurrentemente el encuentro fortuito que mantuvo con mi madre a la sombra del faro mientras caminaban por la playa el último verano, habían sido compañeros de colegio, amigos, y quizá ¿alguna aventurilla amorosa?, no lo sé.
Viajó a la villa en tren como lo había hecho en todos sus veranos de estudiante. A poco de llegar mientras el bosque asomaba por las ventanillas se estremeció, algo golpeó fuertemente debajo de sus pies, seguramente un alce atropellado por la formación, solo eso, no hubo grito, solo un golpe fuerte y seco justo bajo sus pies. Miró curioso por la ventanilla y reconoció el lugar, la presencia fantasmal de Catherine lo sacó de la realidad, fue allí donde se quitó la vida, ella eligió el lugar en donde acudían cada vez que podían para encontrarse carnalmente, esa elección fue un claro mensaje, que duda quedaba, ninguna. Tampoco le quedaban dudas sobre ese alce, no había estuvo allí por la misteriosa quimera de la casualidad, supo con certeza que era un contundente mensaje, inquietante, la bienvenida del futuro que venía a buscar, atado a los caprichos del pasado. Merecido o no, este sería su presente.
Entrando a la estación Kirkwall respiró profundo y se recordó para si con vehemencia a qué había venido, nada debía distraerlo de su objetivo. Sus planes habían comenzado algunas semanas atrás, la había puesto al corriente a su hermana y le pidió que tejiera redes para que a su llegada estuvieran ella y Anna esperándolo.
Ni bien Hellen le propuso a mi madre ir a recibirlo intuyó con anticipación las intenciones de mi padre, este escenario le venía como anillo al dedo para coronar sus intenciones, todo encajaba, o al menos eso decidió creer, los dos se verían beneficiados.
Me asalta con frecuencia la curiosidad de saber que quedo en mi, que habita en mi de esos dos seres tan determinados a la hora de construir sus propias historias, donde sus definidos objetivos y curiosas elucubraciones estuvieron siempre por encima de su sensibilidad, de su espiritualidad, al punto de acallar si fuera necesario esa voz interior que reclamara algo de paz, de serenidad, de contemplación. No me reconozco, en mis venas corre otra sangre, sangre que seguramente se salteó esa generación de especuladores, habita en mi la búsqueda de un destino de incertidumbre, vacilante, casi como el de una hoja movida por los caprichosos vientos del archipiélago.
La casona era el único lugar meramente terrenal donde me sentía a salvo, fuera de ella todo era incierto, el asma me acompaño desde mi primera infancia y casi desde que recuerdo tengo dificultades para respirar. Esta circunstancia fue suficiente motivo para que me fuera asignada una cuidadora casi permanente, ella, enfermera, cocinera, niñera, consejera, casi madre, y digo casi porque si hubiera podido elegir libremente lo hubiera elegido, ella ocupó ese lugar adivinando mi necesidad de cariño, ella supo de mi mas que nadie en el mundo y se lo agradezco, pude construirme apoyado en su don de gente buena, en su inmensa grandeza de mujer integra. Todo eso significó Helga en mi vida, de ella aprendí a respetar a las mujeres, a todas menos a mi madre, haciendo la salvedad de nunca haberle faltado el respeto de manera explícita, el temor a sentir en su enérgica mirada la censura sobre mis sentimientos me anulaba, esos momentos extremos me provocaban espasmos respiratorios y trataba de evitarlos. Igual me las arreglaba para lograr conseguir con ellos un poco de su atención, pero lo único que me llegaba de su parte era una mezcla de culpa y compasión, lo que generaba en mi un profundo desamparo y un odio subterráneo que socavaba mis cimientos, no podía entender que le fuera difícil amarme, hacerlo libre de ataduras como un dictado de la naturaleza, si hasta entre las bestias sucede.
Pero el milagro llegó de la mano de la desgracia, nunca supe si el accidente llegó a mi o yo a él, sea como sea el hecho despertó en esa mujer el por mi tan esperado momento, el despertar de su instinto materno. Del cuasi desapercibimiento a la materialización del amor en un paso, tal fue el giro que dio mi vida. La caída por el barranco produjo en mi varias fracturas, entre ellas pelvis y clavícula, además de incontables magullones de los que me recuperaría pronto.
Mi madre y Helga compitieron por mis cuidados, hasta que lograron ponerse de acuerdo y repartirse tareas, hubo momentos de tensión entre ellas pero afortunadamente consiguieron superarlos. Una rara mixtura de satisfacción y primitivo gozo me invadía cuando me concedían gustos y favores, recuerdo ese tiempo como el mas celestial de mi vida. Pero esta dicha duró poco, supongo que se le hizo insoportable dejar de ocuparse de ella misma y si bien las cosas mejoraron para mi con respecto a mi vida antes del accidente no volvieron a ser como en esos momentos de gloria, claro, a medida que yo mejoraba ella tomaba distancia. De todas formas le agradezco haberme hecho saber que en el fondo allí hubo una mujer a la que no le fui indiferente, aunque efímero pude sentir su amor de madre.
Mi padre viajaba los viernes desde Edimburgo a Kirkwall y llegaba casi religiosamente para la hora de la cena, permanecía con nosotros hasta la mañana temprana del lunes en que regresaba a la capital para trabajar. Había semanas en que mi madre lo acompañaba y yo quedaba al cuidado de Helga. Tenían una casa, propiedad de mi padre y comprada en su soltería con la liquidación de los ingresos de sus primeros años de trabajo en el estudio. No tenía los metros cuadrados construidos ni las dos hectáreas del parque de la casona pero estaba enclavada en medio de la modernidad y el vértigo, lo que la hacía interesante, especialmente para mis años de juventud cuando comenzara la universidad.
A su regreso el auto volvía cargado de cajas, paquetes y bolsas, la decoración y el embellecimiento de la casona era una obsesión para mi madre.
Debo decir que mi padre era muy condescendiente con mi madre, sabía que esa debilidad que él alimentaba la acercaba casi hasta el amor, pero como ya dije antes el amor no era su especialidad, ella era así, aunque con los años fue cediendo y creo que en su vejez logró amarlo. Papá la amó mucho antes, en soledad, todos los intentos por hacerse un espacio en su corazón fueron en vano. Es que uno ama cuando le es inevitable, no cuando el otro lo necesita, coincidir es una gracia de Dios.
Catherine fue víctima de ese desencuentro temporal con la salvedad de que no le alcanzó la vida para la llegada del amor correspondido, la juventud de mi padre implicó entre otras cosas un despertar sexual casi incontrolable que lo alejó de ella, la infidelidad resultó en él una conducta habitual. Disfrutaron apasionadamente de los encuentros carnales, pero la certeza de la ausencia de un compromiso afectivo sumado a la promiscuidad pudieron con ella.
Obviamente mi padre nunca imaginó el fatal desenlace, tardó años en considerar cierto grado de responsabilidad en el manejo de esa relación, es que estuvo obnubilado con los placeres que le ofrecía el sexo débil y nada importó de lo demás.
Todo estuvo en calma hasta que en repetidas ocasiones soñó con ella, la frecuencia fue en aumento hasta que llegaron las pesadillas, se veía conduciendo la locomotora y al mismo tiempo se atropellaría a si mismo, mientras que Catherine contemplaba la escena desde el bosque y batía los brazos en señal de alerta, pero nunca pudo frenar a tiempo y se despertaba justo antes del impacto. Lo angustiaba pensar que lo que en principio interpretó como señal de alerta era en realidad un llamado a su encuentro, ella batía sus brazos diciendo aquí estoy, justo aquí amor.
Fue eso se dijo, fue ese episodio lo que de alguna manera provocó en mí ese no dejarse amar, ese no merecer ser amado, posiblemente Anna no haya podido conectar a causa de mi auto reclusión y no por ella, probablemente Catherine haya clausurado esa puerta hasta que mi entendimiento fuera iluminado y aceptara yo que una parte de mi se la había llevado consigo. Dicho esto las cosas comenzaron a mejorar, si bien los años de matrimonio decantan las pasiones también habilitan y convalidan otras cuestiones como la amistad y el compañerismo, y es por esas hendijas de los visillos de la pareja por donde terminó colándose el amor, finalmente y a las puertas de la vejez nos terminamos amando.
Al final de los tiempos, los tiempos de mis padres, puedo ver en perspectiva que la vida se va tal como llega, nadie pide venir al mundo y nadie se alegra de irse, pero se viene igual y hay que irse, y eso es todo. Creo que el amor es casi una cuestión de suerte, las cuestiones mundanas nos acorralan, nos golpean, nos descolocan, nos persiguen, nos culpan, nos engañan, nos traicionan, nos desangran, nos marcan, nos desilusionan, nos confunden, nos deshumanizan, nos ahogan, nos hacen cobardes, miserables, desconfiados, insensibles, en fin, creo entonces y con renovada convicción que amar y sentirse amado es solo para unos pocos afortunados, a mis padres les costó casi una vida.
Hoy me encuentro en la sala de lectura rodeado de lo que por llamarlo de alguna manera fue una pequeña pasión familiar y el lugar de la casa preferido por todos. Los libros de leyes y de literatura universal de mi padre, los libros de botánica y floricultura de mi madre y entre ellos un preciado libro que recibí como regalo en una navidad “Construcción de laberintos”, y dedicado de puño y letra por mamá con una dedicatoria casi premonitoria: “Minotauro y Teseo, la reclusión y la libertad, la vida y la muerte, el mundo subterráneo y la salvación”, la vida es un laberinto hijo, tu eliges como entrar y como salir de ella. Tu madre.
El aroma de los lirios y las orquídeas me invade y me dejo llevar, estoy en paz.
Kirkwall (Escocia), setiembre 2019
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