Cuento
Fragmentos de cuento y vida — 1 —
…Por eso, amigo mío, quiero compartir con todos los que en este momento nos rodean, un poco, o mejor dicho, lo poco que recuerdo de aquel otro medio siglo que no conocen y que no quisieron conocer los que se retiraron.
Allá por el año 1920, ya corríamos juntos tras un volantín y ensuciábamos nuestras rodillas jugando a las bolitas o éramos cómplices en las bromas que hacíamos a nuestros compañeros del cuarto año básico en aquella escuelita primaria en San Fernando. Siempre recuerdo aquella vez que pusimos una lagartija muerta en el bolsillo del hijo del turco, dueño del almacén; o la vez que dejamos encerrada en el baño, a la hora de salida, a la Maria Luisa, hija de la modista y tantas otras bromas que solo a nosotros se nos ocurrían.
Cuando terminamos el sexto año de enseñanza básica, nadie, ni nosotros, pensamos que tendríamos que seguir estudiando. Ambos sabíamos lo que nos esperaba, esto era trabajar; ya que nuestras familias eran de origen campesino, pobres, labradores de la tierra, cosechadores de la tierra, hijos de la tierra, pero no dueños de ella.
Tú vivías con tu padre, tu madre y dos hermanos. Yo vivía solo con mi madre. A mi padre nunca lo conocí, mi mamá siempre me decía que se había ido a trabajar a otro país y nunca más se había sabido de él. Recuerdo sí, que siempre tu padre llegaba a mi casa y le llevaba a mi madre alimentos y dinero. Perdona amigo que nunca te haya contado esto. Tú vivías en un extremo del pueblo, yo en el otro.
Muy pronto tu padre te llevó a trabajar con él en el fundo del patrón, cerca de Peralillo. También me llevó a mí. Empezamos ayudando en las siembras y en las cosechas, luego aprendimos la ordeña y el cuidado de las vacas, pronto supimos cuando hay que destetar un ternero y cuando hay que castrarlo para que se convierta en buey.
En las viñas empezamos entresacando hojas y cortando pampanitos; muy pronto supimos que era una cepa cabernet, merlot o semillón y también pronto aprendimos a paladear el sabor de ellas, probando a escondidas, con una manguerita, los mostos que maduraban en las bodegas.
Luego aprendimos de caballos: como amansar un potro, como enseñarles a obedecer el manejo de riendas y las órdenes del jinete; como atajar un novillo en la medialuna; como ayudar a una yegua en su parición y como correr y ganar una carrera a la chilena, esa en la que solamente compiten dos colleras, cada una caballo y jinete, cual centauros. De allí tus conocimientos de caballos, de vinos y viñedos. Sí, claro, yo también adquirí esos conocimientos y juntos muchos otros, pero hoy, estamos hablando de ti.
Tu padre, que llegó a ser la mano derecha del patrón, siempre disponía que en todo trabajo estuviéramos juntos y que donde tú fueras o estuvieras, fuera y estuviera también yo.
Muchos pensaban que éramos hermanos a pesar de nuestras diferencias, tú eras más bien rubio, fornido y alto, en cambio yo bastante más bajo, moreno y flacuchento, además teníamos la misma edad con una pequeña diferencia de sólo meses. Tú tenías la nariz igual a la de tu padre y por extraña coincidencia la mía también era igual a la de tu padre. El nunca hacía ningún distingo entre los dos.
Gran hombre tu padre. Además de las labores propias del campo, nos enseñó a enfrentar la vida con entusiasmo y alegría; a no aflojar en las dificultades; a mirar de frente y actuar con verdad; a jugársela por un amigo; a respetar a las mujeres y a escuchar a los viejos.
Cuado cumplimos diecisiete, tu padre nos llevó a los dos, un sábado por la noche, por una calle estrecha y oscura en las afueras de San Fernando; golpeó en una puerta de mampara tenuemente iluminada por un pequeño farol, parece que lo conocían y esperaban, ya que el saludo fue muy familiar. Si afuera era oscuridad y silencio adentro era lo contrario: luces, música, jolgorio y mujeres, muchas mujeres. Tu padre se acercó a una de ellas, la de más edad, después de saludarla en forma muy efusiva le dijo:
—Aquí le traigo a mis chiquillos....
Allí para nosotros comenzó otra vida, cuando salimos miramos el mundo con otros ojos, ahora, ya éramos hombres.
Y como hombres nos sentimos dueños del mundo y administradores de nuestra libertad.
Este es un fragmento del cuento “Viaje de vida y vuelta” publicado hace un tiempo en estas mismas páginas, aunque es un cuento bastante largo aquí dejo el link por si alguien se anima a leerlo completo: https://www.loscuentos.net/cuentos/link/579/579637/
Incluido en libro: Cuentos al viento
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