Cuando surgen los sueños, esas patrañas absolutas que carecen de un libreto y sobretodo de lógica, nosotros los comandamos para trasladarnos a esos escenarios difusos, a menudo sin lógica alguna, por ejemplo, cruzando una ciudad extraña, arriba de un tren que atraviesa una maestranza para internarse en senderos desconocidos o en callejuelas inquietantes e irreconocibles. Somos protagonistas con fijaciones ocultas que se manifiestan en la repetición de esos escenarios descabellados que de alguna forma creemos reconocer y siendo cotidianos, son transformados, por mecanismos que la ciencia se empeña en conocer, en parientes lejanos de nuestras diarias rutinas.
Caminaba esta tarde por lugares otrora frecuentes en mi existencia. Allí atendía a una gran variedad de personas que concurría por problemas puntuales. Fueron momentos vibrantes, de apostolado, luchas intestinas que provocaban ronchas en los espíritus. Con nostalgia crucé por ese edificio y en algún instante galopó junto con mis latidos, la idea de visitar aquel lugar, retrotrayéndome en el tiempo y encontrarme con ese yo que en aquellos lejanos tiempos lucía diferente, mucho más joven y con ideas más punzantes. Y el deseo cobró tal fuerza que me sentí impulsado a visitar ese lugar hoy inexistente pero muy vívido en mi recuerdo. Crucé el umbral de baldosas grises y blancas, tantas veces frecuentado y sin sentir el rebote de mis pisadas, doblé a la izquierda, caminé unos cuantos pasos hasta detenerme allí, donde se encontraba aquella oficina. Y me vi, sentado sobre esa silla siempre tan inestable, revisando una ruma infinita de papeles. Ese yo de un pasado remoto, por supuesto que se sorprendió al verme, puesto que sentí su mirada curiosa sobre la mía, la misma que intentaba explicar dicha imagen, y con esto me refiero a tratar de articularla dentro de los cauces lógicos sin encontrar un asidero que sustentara aquello. Fue un relumbrón, un rasgón inconcebible de la realidad, dando paso a un instante sin ninguna explicación, un cruce entre un sueño y un recuerdo que navegaba en los mares imprecisos de la melancolía.
No recordaba que varios años atrás, mientras atendía casos urgentes, se asomó de pronto en el dintel un hombre mayor que parpadeaba demasiado y que por algún motivo inexplicable, me pareció familiar. Fue una sensación muy extraña que duró escasos segundos. El personaje aquel, se volatilizó y pese a que lo busqué por todos lados, desapareció como si se lo hubiese tragado la tierra.
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