No hablaba ni de libros ni de amores, no tenía horizontes y sólo veía desastres por todas partes, así no los hubiera, ella se los imaginaba. Andaba con una bola de acero en sus espaldas, sin saber que las palabras tienen magia y que el amor abre hasta la noche, cuando la noche se vuelve impenetrable.

Un día cansada de si misma se miró en el espejo y se vio muy fea, tan fea que rompió el diabólico espejo en mil pedazos para que no siguiera martirizándola, desde ese instante comprendió que los espejos empañan la transparencia, pues la belleza está en la profundidad del alma.

Desde ese día también abandonó la bola de acero que llevaba en la espalda y fue como resucitar de la muerte cotidiana en la cual se mantenía, sus ojos se hicieron más grandes en los vastos horizontes y se hizo más liviana en su andar, en su pensar y en su imaginar. Desde ese día desató todas las palabras y fantasías, pues sintió que le salían alas y empezó el vuelo, así el cielo estuviera nublado.

AUTOR: PEDRO MORENO MORA