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Inicio / Cuenteros Locales / Guidos / Rutina 2, el desenlace

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Elizabeth despertó aquella mañana, pero esa sonrisa que tensaba sus músculos, un rictus que ya se le había quedado dibujado en su rostro, había desaparecido. Harry, su esposo, ausente una vez más, como en tantas otras ocasiones en que desaparecía tras la puerta con ese desgano que ocultaba sus frustraciones. Muchas veces, sólo huía de ese hogar repleto de comodidades, pero vacío en esencia. ¿La amaba? Podría mentirse a sí mismo que sí, que sí la amaba, que la deseaba y todas esas pamplinas. A menudo, las personas se mienten y sólo desean quedar tranquilas consigo mismas. Y acaso para no traicionarse, para no alborotar aún más las dudas que atormentaban su alma, decidió que sí, que la quería. Pero eso, nada más.
Elizabeth sí lo amaba y lo veneraba y deseaba sentir su mirada en la suya y su voz arrobándola. Pero, al principio fue así y hoy, tres años más tarde, la pasión dio paso a una frialdad glacial de su esposo, ausente aun respirando al lado suyo. Y ella, intentando disipar cualquier atisbo de sombras, sólo sonreía para alumbrar con esa sonrisa aquel páramo en que había devenido su hogar.
Uno despierta y la realidad está allí, en las sábanas, en la luz que intenta filtrarse por los cortinajes. Pero esta vez fue distinto. Una imagen que no sabía si atribuirla a una pesadilla o a un presagio que se le enredó en su mente confusa, le mostró a Harry contemplándola con mirada triste, mientras le confesaba que ya no la amaba y que sólo quería el divorcio. Toda su mansedumbre de mujer enamorada desapareció al instante. De allí que de su rostro había desaparecido de golpe esa sonrisa que pretendía representar a la mujer felizmente casada. Saltó de su mullido lecho.
-Esto no puede continuar igual- se dijo y se dispuso a poner en acción todos sus recursos, conversaría, discutiría si era preciso, pero ya no sería más la esposa portadora de ese silencio sonriente, ese pavimento sin asperezas que había discurrido para que su esposo transitara sin ninguna dificultad.

Las carcajadas resonaban en la sala hasta cuando Harry ni siquiera gesticulaba. Entonces recordó el “Te esperaré” con que lo había despedido su esposa esa mañana. E improvisó una rutina que finalizaba con dicha frase. Las carcajadas del público, se transformaron en ovación, lo que produjo en él algo parecido a un remordimiento. ¿La amaba? ¿La amaba? Y los gritos del público, y las luces, esa muchedumbre enfervorizada que le sería fiel hasta en sus silencios. Y entonces, casi sin pensarlo y como una rutina más, le preguntó a esa masa que lo definía y redefinía cada noche: ¿Creen ustedes que en realidad la amo? Se produjo un silencio agobiante en las butacas, ya que ese fue un frenazo brusco para sus expectativas. Harry miraba en todas direcciones, acaso aguardando una respuesta. Nada ocurrió. Los espectadores se contemplaban unos a otros, mientras su desconcierto crecía hacia niveles peligrosos, porque de allí podría surgir el descontento, una rechifla inesperada, cualquier manifestación negativa. Fue una mujer que se encontraba en la segunda fila, quien rompió ese silencio incómodo.
-Escucha a tu corazón- le propuso ella.
-¿Acaso lo tiene?-gritó uno de inmediato desde el fondo, provocando embozadas risas.
-¿La amas?- preguntó un muchacho que estaba en primera fila.
Y todo desembocó en lo mismo. Si esto hubiese sido una película norteamericana, Elizabeth habría aparecido desde el fondo de la sala, sonriente, mientras el público aplaudía, creándose una escena muy emotiva. Pero no, esto no es el guion de alguno de esos filmes calcados unos a otros, sino la vida que florece en cada espacio de una ciudad cualquiera.
La noche era cálida y Harry caminaba despreocupado por esas avenidas solitarias. Las estrellas semejaban las luminarias de una ciudad distante colgando en el cielo. Harry amaba ese tipo de comparaciones, tan acordes con su alma poética. Estaba a dos pasos de su departamento, pero continuó su camino. Huía, pero de sí mismo, una reacción cobarde si se quiere, al no aclarársele ese asunto penumbroso que se anidaba en su corazón. Pero, de pronto, una lucecita pareció resolverle todo. Se devolvió y con paso resuelto se dirigió a su hogar. Subió veloz los cinco pisos que lo separaban de su departamento y en cuanto giró la llave y la puerta se entornó, vio a Elizabeth que lo aguardaba, ya no con esa sonrisa, diríase estereotipada, sino con un gesto de determinación.
Harry caminó hacia ella y todo pareció iluminarse al unísono con su sonrisa franca, que pareció disipar todas las sombras acumuladas en ese hogar.












Texto agregado el 16-09-2019, y leído por 189 visitantes. (8 votos)


Lectores Opinan
16-09-2019 Interesante desenlace, cualquier gesto salva de la rutina. Un abrazo Helenluna
16-09-2019 Menos mal! Cuántas veces puede suceder eso... MujerDiosa
16-09-2019 —¡Qué buen final! Así es la rutina del actor en el "stand-up comedy" una frase o una palabra impensada puede resultar fatal y también así es la real tragicomedia de la vida, según y como sea, una sonrisa puede cambiar el guion que estaba escrito. —Saludos y un abrazo vicenterreramarquez
16-09-2019 Tal vez,la falta de esa sonrisa permanente en boca de ella,que demostraba una sumisión total,era lo que faltaba. Me gustó el final***** Beso Victoria 6236013
16-09-2019 Lindo final yosoyasi
 
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