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Entró a casa exhausto, agotado por un arduo día de trabajo. Ser la muerte no es tan sencillo como parece, sobre todo cuando te asignan a un país con un promedio de 24 homicidios al día (sin contar a todos los que se mueren por causas naturales).
Colgó su negra túnica en un perchero y colocó su hoz al lado del mismo. Se dirigió al refrigerador y tomo algunas sodas y bolsas de frituras. Seguidamente puso su huesudo cuerpo en el sofá y se dispuso a disfrutar de este momento de descanso.
-Por fin –dijo abriendo una de las bolsas-, al fin puedo relajarme.
Vio la hora. Eran cerca de las 11 de la noche.
-¡Oh, vaya! ¡Ya casi empieza mi novela!
Encendió el televisor. Para su suerte aún no había comenzado.
Estaba en lo mejor de su disfrute cuando sonó su celular.
-¡Oh no, maldición! ¿Y ahora qué? –Tomó su celular- Espero que no sean esos malditos pandilleros de nuevo.
Para su descontento si eran esos malditos pandilleros de nuevo. Iban a asesinar a alguien a unos 20 km lejos de su casa. Tiró su celular contra el piso y se dirigió a la puerta.
-¡Odio mi vida! –dijo colocándose nuevamente la túnica. Cogió su hoz y cerró la puerta violentamente de un portazo. |
Texto agregado el 14-09-2019, y leído por 53
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