En el intento por lograr la libertad tuvimos que sortear muchos obstáculos, siendo el más difícil el fuego cruzado, cuando ya nos creíamos libres, hubo un enfrentamiento entre guerrilleros y paracos. Los dos quedamos en medio. Balas iban, balas venían, pasaban silbando muy cerquita de donde nos encontrábamos, por fortuna estábamos en una hueco que nos hacía invisibles a los grupos en contienda, pues frondosas ramas nos ocultaban.
En la retirada un paraco cayó donde nos encontrábamos, no me quedó más remedio que darle tres puñaladas en el pecho, era su vida o la nuestra. Los dos valíamos más que esa rata. Me manché la ropa y las manos, pero no me importó nada, que me iba a importar si era un ser inservible, de esos que no merecen vivir. Si esta rata tenía hijos, lo siento por ellos, si son valientes y honestos sabrán salir adelante sin la ayuda de este canalla. Lo llorarán al comienzo, luego se les pasará, hasta pueda que ni lleguen a enterarse de su muerte, así pasan las cosas en la guerra, cuántos padres aún esperan la llegada de sus hijos, vana espera pues muchos ya están muertos. Ojalá que los hijos de esta sabandija no se vayan por el mismo camino.
Mónica estaba a punto de desmayarse en el fragor de la lucha, pero yo la abrazaba y le daba ánimo para que aguantara, yo estaba acostumbrado a los combates y al peligro, pero ella no. Mónica estaba escribiendo un libro, un libro que estaba por terminar, ahí hablaba de la guerra y que mejor que terminarlo con los últimos acontecimientos, es decir con fuego cruzado, la guerra no se escribe desde un escritorio sino desde el mismo lugar de los acontecimientos, así como lo hizo Ernest Heminway, en adiós a las armas. Además se trataba de nuestra libertad, dejaríamos de una vez y para siempre la guerra. Nos besamos varias veces en medio de ese fuego cruzado, el amor aumentaba y nos hacía más humanos.
Poco a poco fueron cesando los disparos, las metralladoras ya no se escuchaban como al principio, las explosiones se hicieron menos intensas, hasta que no se escucharon por completo. Quienes salieron con vida de ese enfrentamiento se volvieron a internar en la selva. Mónica y yo salimos del hueco, avanzábamos con mucho sigilo en al manigua. Un reguero de cadáveres hablaba de la intensidad del combate. Tuvimos que rematar a tres paracos que estaban heridos y que aún así intentaron hacernos daño, al igual que a dos guerrilleros que aún estando heridos de muerte me gritaron traidor. A esas alturas de la situación yo no estaba para andar con remordimientos. Cada uno llevaba una metralladora, no para exhibirla, sino para utilizarla al meno indicio de peligro. Mónica, estaba tan nerviosa que terminó disparándola contra un cerdo salvaje, menos mal que no tenía buena puntería y el cerdo se escondió entre unos espesos matorrales, el pobre animal chillaba y chillaba.
Caminamos alrededor de diez horas más y al fin llegamos a un pequeño caserío, llegamos con mucha sed y con mucha hambre. Unos campesinos salieron a nuestro encuentro. Al principio tenían desconfianza, pero poco a poco fueron creyendo en la historia que les contábamos. Nos dieron de comer y beber, nos prestaron unas hamacas para que descansáramos. Al poco rato de haber comido quedamos dormidos, era tanto el cansancio que nos abandonamos al sueño. Esa fue una de las noches más hermosas que pasamos, a pesar del mosquitero que abundaba en aquel lugar. Hasta ahora me da rasquiña como consecuencia de las picaduras de esos animalillos. Dos campesinos habían ido a informar a las autoridades lo sucedido. Nos despertamos a las ocho de la mañana, nos dieron de desayuno chocolate, pan y huevos, al menos en ese lugar la tierra era fértil y permitía la siembra de maíz, cacao, los campesinos criaban gallinas también.
Mónica estaba muy feliz, se veía más hermosa que antes. Una campesina le había regalado un pantalón baquero y una blusa de algodón. A las nueve llegaron las fuerzas militares de Colombia y nos recibieron como héroes, en un helicóptero nos llevaron a Bogotá, ahí nos hicieron otro recibimiento nuestros familiares y familiares de otros secuestrados que aún permanecen cautivos en la selva encadenados a los árboles. Ojalá que un día logre la ansiada libertad. Ojalá la lucha armada termine pronto y si continúa que vayan a enfrentarla los poderosos, los que se roban todos los días el dinero de los pobres, ojalá la guerrilla no secuestre a gente del mismo pueblo, debería secuestrar a esos banqueros ladrones que no se contentan con todo lo que tienen, parecen unos vampiros que entre más sangre succionan más sangre quieren. Que la enfrenten esos hampones de traje y corbata que se roban el dinero de los niños, de los jóvenes y de los ancianos, al igual que el dinero de los enfermos. Estos sinverguenzas deberían enfrentar la guerra y no gente humilde que no tiene nada que ver en el conflicto.
Después de todo lo ocurrido nos llevaron a un hospital para que nos hicieran exámenes médicos, para fortuna nuestra no aparecieron males mayores. Luego empezamos a disfrutar la libertad. Vivíamos en una finca de Mónica, cerca a Cundinamarca. Yo era de tierra caliente, un caleño de pura sepa, amante de los libros, la salsa, el ajedrez y la poesía. Todo iba a pedir de boca, pero un día nos hicieron un atentado, no se llegó a saber si fue la guerrilla o las fuerzas oscuras del estado quienes no desperdician la oportunidad para atizar la guerra.
Estuve noventa días hospitalizado, pese a los esfuerzos de los médicos, perdí la pierna derecha, algo tenía que dejarme la maldita guerra entre hijos de la misma madre. A pesar de todo Mónica no me abandonó, me daba mucho ánimo, al igual que yo a ella, pues la guerra le quitó el sueño, pasaba las noches enteras en vela. Nos sometimos a un tratamiento psiquiátrico que dio muy buenos resultados, pues salimos revitalizados y con más ganas de vivir y de realizar grandes proyectos. Decidimos, por seguridad radicarnos en Madrid, España y allá nos fuimos, a pesar que apenas comenzaba el invierno en la capital española, el frío nos dio muy duro, pero poco a poco lo fuimos asimilando.
Mónoica, editó su libro en Madrid, el libro se intituló "vivencias de guerra", yo escogí el titulo de entre infinidad de títulos que se nos ocurrieron. No en vano vivimos la guerra en las trincheras y en la selva. El libro se convirtió en Best Seller. Yo me dediqué a la música, poeta que se respete le pone melodía a sus letras. Mucha gente escucha mis canciones y también las baila.
Es mejor la música que la guerra.
Fin de la historia
AUTOR: PEDRO MORENO MORA
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