Cuando Segismundo P. entró en aquella página, con
ciertas reminiscencias de"confesionario", esperaba una especie de consultorio psicológico en el que el pórtico de la privacidad operase de incentivo para sincerarse, aunque fuera de una manera virtuo-cibernética. Pero no era así. Cuando profundizó en la misma, pudo comprobar lo ingenioso de aquel sistema. A través de una serie de coordenadas te proporcionaba tu tal para cual: una imagen de la persona en red con absoluta compatibilidad. Eso sí, exigía total sinceridad, pues aunque no se barajaban datos identificativos reales al principio, el propósito era encontrar en el mundo de internet a una persona real. Solucionar el problema, de una manera solvente, de la soledad.
Y efectivamente se gustó. Encontró a su igual. El objetivo era, además de lo anterior, obtener un apaciguamiento de conciencia final.
Y lo logró. Aúrea F. se los perdonó, pues el asunto de la compañía es un instrumento a su servicio, una actividad medial.
También Aúrea se vio satisfecha en este objeto final y es que no hay nada como encontrar a alguien con las mismas faltas para sentirse confortado.
Antes hubieron de declarar. A través de aquel meandro informático, no importaba que uno fuera cojo, esquizofrénico o exconvicto si había una buena cuenta corriente detrás.
Y es que no hay nada para sentirse bien como la constatación de que uno no es un bicho raro en el mundo, una rara avis sin par. Pero lo más curioso del caso era que tanto Aúrea como Segismundo no tenían nada que perdonarse. Ambos eran profesionales exitosos, bien parecidos, con el único problema de la soledad. Eso sí, con la misma incapacidad para relacionarse y abrirse a alguien en el mundo real. Una incapacidad que procedía en ambos de cierta falta de generosidad. La mezquindad se había extendido por el mundo como una epidemia, con rasgos de desarrollo exponencial. Ese era el mal general. Nadie sabía quién había empezado a desarrollarla. Lo que estaba claro era que aunque los antiguos confesionarios se hubieran quedado obsoletos, misteriosamente, el mundo seguía cuadrando y ello hasta el punto de poder erradicar el gran problema del ser:desactivar la vanidad y la sospecha. Y todo a golpe de enter, de enter y de cuenta corriente- como siempre esto último, por demás. |