Invierno de 1988. La famosa diseñadora de modas Ana Pérez regresaba de Europa, con muchas novedades para aplicar a sus famosas Boutiques Vendome, con sucursales en Buenos Aires, Córdoba, Mar del Plata y Punta del Este, una empresa en expansión, a pesar de las continuas dificultades que presentaba la economía argentina. La diseñadora solía ofrecer famosos desfiles, que se habían convertido en todo un evento social de importancia. Junto a ella, estaba siempre su fiel ayudante y asistente, Constance Bonacieux (sí, como un personaje de Los Tres Mosqueteros, la famosa novela clásica de Alejandro Dumas).
Dicen que en aquel invierno, Ana no tenía pensado realizar ningún desfile invernal en Mar del Plata. Sin embargo, por insistencia del mismísimo intendente y las fuerzas vivas de “la Feliz” cambio de idea.
- No tenía pensado hacerlo – le dijo Ana a Constance – pero me llamaron Cafiero y Roig, y me convencieron. Dicen que quieren levantar la imagen de la ciudad despues de los sucesos del último verano (1).
De esta manera, Ana y Constance se aprestaron a ir a Mar del Plata en aquellas vacaciones de invierno. Partieron un jueves por la mañana, en un auto, con Ana como conductora. La Ruta 2 entonces era de una vía única, y había que manejar con extremo cuidado.
- ¡Oh, cielos! Hubiera sido mejor venir en avión, tren o micro – le dijo Constance a Ana.
- Callate, Constance. Vamos bien.
Al principio Ana manejaba en forma prudente, a una velocidad respetable, pero un jueves laborable, y de invierno, la ruta estaba despejada, y aunque había algunos lugares con niebla, Ana se fue animando a ir cada vez a mayor velocidad. En algún momento del camino parecía manejar como una conductora de Fórmula 1.
- ¡Oh, cielos! Ve más despacio Ana – le dijo Constance.
- No pasa nada – dijo la diseñadora, entusiasmada por la velocidad.
Se estaban acercando a Maipú, pueblo ubicado en el KM 280 de la Ruta 2. Lo prudente era bajar la velocidad dado que el pueblo estaba cercano, pero como casi no había autos en la Ruta, Ana seguía manejando como si fuera el Gran Premio de Montecarlo. De repente, un bulto apareció como de la nada, un fuerte ruido se escuchó, el auto se llevó por delante el bulto, y Ana frenó de repente, en forma muy brusca. De milagro, el auto apenas se salió del camino y quedó en la banquina.
- ¡Oh, cielos! Hemos atropellado a un caballo, o una vaca.
- Callate, Constance, vamos a ver.
Las dos mujeres se bajaron del auto y se acercaron al bulto. Para su espanto, había una bicicleta, y el bulto no era un caballo, tampoco una vaca, era una persona, un hombre, desfigurado por el golpe, muerto por el choque, aunque el impacto fue profundo, todo indicaba que era un hombre muy joven, alto, patón, sus enormes zapatillas habían sido disparadas, y alrededor del cuerpo, había varias hormas de Queso: un Gruyere, un Pategras, una barra de Queso Tybo y también un Queso Sardo.
- ¡Oh, cielos! ¡Hemos atropellado a un hombre! ¡Esta muerto! ¡Te dije que había que frenar! ¡Ibas muy rápido! – dijo Constance.
- ¿De donde salió? No lo ví venir, iba demasiado rápido.
- ¿Qué hacemos?
- ¡Oh, cielos! ¡Ahí viene la policía!
Ana se dio vuelta y vio, a lo lejos, que un patrullero de la ruta, se acercaba.
- Vamos – le dijo Ana a Constance – vamos al auto, no pasa nada.
- ¿No pasa nada? ¡Hemos matado a ese muchacho!
- ¡No matamos a nadie! ¡Fue un accidente!
Las dos mujeres se metieron rápido al auto y se escaparon a una velocidad aún mayor, así pasaron por Maipú, hasta Las Armas. El patrullero llegó al lugar del choque y se encontraron con el cadáver del joven muerto por el choque.
- ¡Oh, es Carlitos, el repartidor de Queso! – exclamó el policía que iba en la patrulla - ¡Lo han atropellado! Esta muerto, no hay nada que hacer.
- Fue ese auto que iba a una velocidad extrema, lo hemos perdido de vista.
Las dos mujeres como dos fugitivas huyeron por la ruta. Pasaron Las Armas, en el Kilometro 300, y recién empezaron a aminorar la marcha a la altura de General Pirán. Las comunicaciones en aquel entonces, en manos de Entel, funcionaban realmente mal, y esto les dio total impunidad a las dos mujeres, que disminuyendo la velocidad, llegaron por fin a Mar del Plata.
- No ha pasado nada – dijo Ana, cuando ya estaban en el centro de Mar del Plata.
- ¡Oh, cielos! – exclamó Constance - ¡Hemos asesinado a un muchacho!
- Basta, Constance, todo fue un accidente. Nada más.
El día pasó, y mientras Ana trataba de haber superado el incidente, Constance estaba llena de angustia y remordimiento. Por la noche, escucharon las noticias por la radio local de Mar del Plata, la Emisora Atlántica.
“Conmoción en la localidad de Maipú. Un joven de diecinueve años, identificado como Carlos Alberto López, fue atropellado en la Ruta 2, a la altura del Kilometro 278. Se dice que un auto a alta velocidad, más de 200 km/h lo llevó por delante. Se desconocen los datos del auto, aunque se dice que viajaban dos mujeres. Carlitos, como lo conocían todos, era muy querido en su pueblo, era repartidor de Quesos, además de poseer un puesto de venta de Quesos en la Ruta, conocido como EL PUESTO DE CARLITOS. Su abuela, su única familiar, una inmigrante rumana sobreviviente de la Segunda Guerra Mundial, falleció de un paro cardíaco cuando la policía le informó de la noticia. Los vecinos de Maipú convocan a una marcha para el próximo domingo a pedir justicia”.
- ¡Oh, cielos! – dijo Constance - ¡Iremos presas! ¡Pasaremos el resto de nuestros días en la penitenciaría! ¡También murió la abuela! ¡Una rumana! ¡Había sobrevivido a la Segunda Guerra Mundial y ahora murió por nuestra culpa!
- Callate Constance. No pasó nada. Tengo muchos contactos con políticos y jueces. No pasa nada. Fue un accidente. El chabón iba en bicicleta, vino directamente a chocar, como un suicida, no lo ví venir.
- ¡Oh, cielos! ¡Ya no podré dormir tranquila una sola noche!
- Dejate de joder – le dijo Ana – el auto se queda acá, dentro del estacionamiento de la casa por unos meses. Despues vemos. Volveremos en tren o micro, donde haya pasajes. Ahora nos ocupamos del desfile.
Pasaron algunos días. El desfile se llevó a cabo sin problemas y el prestigio de la famosa diseñadora quedó otra vez en lo más alto. El gobernador Cafiero, acababa de ser derrotado en las internas justicialistas por Carlos Menem, pero su esposa, doña Ana Goitía se hizo presente, y también el intendente Angel Roig. Justicialistas y radicales unidos en el desfile. “Mar del Plata necesitaba esto después del último verano” dijo el Intendente.
Para pasar más desapercibidas, Ana resolvió regresar en tren, en el pasaje más barato de la Clase Turista, vestidas en forma simple, mezcladas con la plebe. Era el tren que salía a las tres y media de la tarde de Mar del Plata, y llegaba tipo antes de las nueve de la noche a Constitución. Los domingos, aún fuera de temporada, el tren iba repleto. Ana y Constance viajaban en el mismo. Paró en la estación Maipú.
- ¡Oh, cielos! ¡Maipú! ¡Aca fue donde ocurrió lo que ocurrió! – le dijo en el oído Constance a Ana.
- Dejate de joder –le dijo Ana – despues de esto me voy a Europa, para olvidar todo esto.
- Yo ya no podré dormir tranquila. Ese muchacho, Carlitos, y su abuela, muertos por nuestra culpa.
- Dejame en paz – le dijo Ana a su fiel asistenta, ahora abriendo una brecha con ella.
El tren permaneció parado en Maipú unos minutos. Constance llegó a divisar que en la estación había carteles que decían “JUSTICIA PARA CARLITOS”. El tren, por fin, arrancó, Constance se paró y fue al baño, iba a tomar unos tranquilizantes. Entró al baño, orinó, y al terminar, pensaba tomar el tranquilizante. Sintió que alguien le tocaba el hombro. Constance se dio vuelta, una anciana estaba ante ella.
- ¿Quién es usted? – dijo aterrada.
- Lo pagaran – dijo la anciana con un inconfundible acento europeo oriental, rumano – usted, ella, sus hijas y sus nietas, quizás alguna amiga de sus hijas y sus nietas que se porten mal, lo pagaran, lo pagaran con su sangre, todas recibirán un Queso, su Queso, todas serán asesinadas por un Carlos. No tendrán paz.
- ¡Noooooooooooooooo! – gritó aterrada Constance.
El grito fue tan fuerte que el guarda del tren, el Guarda Abel Norberto Miguel, veterano de Ferrocarriles Argentinos, abrió la puerta del baño y le dijo a Constance:
- ¿Qué ocurre?
- ¡Oh, cielos! Una anciana, una rumana, me amenazó, estaba aca.
- No hay nadie, señora. Cuando abrí la puerta del baño solo estaba usted.
- ¡Oh, cielos! Disculpe – dijo Constance para evitar pasar como loca – estoy muy nerviosa. Me tomaré un tranquilizante.
- Todos estamos nerviosos Señora. ¿Se enteró lo que paso en Maipú, la estación que pasamos recién? Carlitos, un muchacho muy querido por todos, fue atropellado. Vendía Quesos. Su abuela, una sobreviviente de la Segunda Guerra Mundial, cuya familia de gitanos había sido exterminada por los nazis, murió al enterarse de la noticia. Sobrevivió a los nazis y se murió por culpa de irresponsables que iban a 300 kilometros por hora en la ruta.
Constance miró al Guarda Miguel, se mantuvo en silencio y volvió a su asiento. El tren llegó a destino. Siempre cuando volvían de algún lado, Ana y Constance iban juntas, vivían a una cuadra de distancia. Esperaban el taxi
- ¡Oh, cielos! Me voy, voy a tomar el subte, o el colectivo, no voy en taxi con vos. Hoy no. Quizás no nos veamos más.
- ¿Qué te pasa?
- Chau, chau – dijo Constance y desapareció de la vista de Ana, que se tomó un taxi. Algunos dicen que las dos fieles amigas jamás volvieron a verse.
Meses después, septiembre u octubre de 1988, Ana se encontraba otra vez en Europa, disfrutando de Venecia. Se encontraba en el Ponte Rialto, viendo las góndolas, con su amante de turno. Sintió que alguien la tocaba en el hombro. Ana se dio vuelta creyendo que había sido su amante de turno, pero ante su sorpresa, era una anciana. Ana se asustó un poco, y miró fijamente a la anciana.
- Lo pagaran – dijo la anciana con un inconfundible acento europeo oriental, rumano – usted, ella, sus hijas y sus nietas, quizás alguna amiga de sus hijas y sus nietas que se porten mal, lo pagaran, lo pagaran con su sangre, todas recibirán un Queso, su Queso, todas serán asesinadas por un Carlos. No tendrán paz.
- ¡Noooooooooooooooooo! – gritó aterrorizada la diseñadora.
El amante de turno la miró asustado y le dijo:
- ¿Qué ocurre Ana?
- Nada, nada, había una anciana aca, que me miró y me habló.
- ¿Una anciana? ¿Qué anciana? Mira, mira, no hay nadie. Ninguna anciana.
Ana miró a su alrededor y efectivamente no había nadie. Intentó distraerse y se olvidó del tema. Así pasaron las semanas y los meses, cada tanto Ana se acordaba de la anciana y de aquellas palabras, pero lo consideraba un mal sueño, algo que no había ocurrido en la realidad. Una simple imaginación. Algo de lo que olvidarse debía…
(1) El relato hace referencia a Antonio Cafiero, justicialista, gobernador de Buenos Aires y a Angel Roig, radical, intendente de Mar del Plata, en aquellos días; sobre los “sucesos del último verano” es sobre el Caso Monzón y el Caso Olmedo, acaecidos en febrero y marzo de 1988.
la saga completa, capítulos 1 al 13 de "La Venganza de la Rumana" en
https://cuentossangrientos.blogspot.com/2019/08/la-venganza-de-la-rumana-cap-1-la.html |