"Los ángeles del Dios misericordioso" era una comunidad religiosa compuesta por más de cuatro docenas de familias que juntas, decidieron radicarse fuera de los límites de la gran ciudad. A fin de cumplir ese anhelado sueño, durante una década ahorrarían el dinero suficiente para edificar sus viviendas sobre un extenso terreno, que adquirirían con el fruto de las múltiples actividades de la iglesia.
Como si fuese un gigantesco refugio, la sólida villa sería diseñada con un grueso muro de tres metros de altura rodeándola, que según la comunidad, serviría para mantener alejadas las tentaciones del demonio.
_ ¡Todo esto, no me da buena espina! Y estoy segura que no terminará bien_ Dijo Magdalena dejándose caer sigilosa desde la alta muralla. Abajo y oculto en la oscuridad, esperaba su hermano que minutos antes había sorteado sin dificultad el obstáculo.
_ ¡Baja la voz carajo que podrían escucharnos!_ Respondió Pedro con un agresivo susurro_ Estas personas son fanáticos religiosos, y no poseen armas para defenderse. Podremos robar lo que queramos.
_ ¡Está bien, confío en ti! _ Ambos corrían agazapados ocultándose entre la frondosa vegetación del paradisíaco lugar.
Pedro y Magdalena no solo compartían lazos consanguíneos, también eran gemelos y compañeros de fechorías. Estos hermanos desde temprana edad conocerían las férreas carencias de cariño y atención; entendiendo desde muy pequeños los signos de las continuas tristezas. Su historia comenzaría el día en que fuesen abandonados a su suerte por una desconocida madre, en las puertas del orfanato de la localidad. En aquel lúgubre y solitario lugar, las decepciones sembrarían rencor en sus corazones.
Juan Alfonso Del Monte y Saavedra (alcohólico y degenerado sacerdote español), en aquellos años era mano derecha del cardenal Ronaldo Nazario de Silva (Enviado especial del papa Pio XII); y usando sus influencias jerárquicas, conseguiría el cargo de director del monasterio. Sería allí, donde daría rienda suelta a todas sus depravaciones conocidas; utilizando los niños del internado en sus retorcidas y frecuentes fiestas de sexo, licor, y excesos. Era normal que en aquellas frenéticas tertulias (junto a las religiosas), soliera golpear y abusar de los gemelos. Esta continua pesadilla tendría su fin, cuando los inseparables hermanos una tormentosa noche de agosto huyeran del monasterio.
Silenciosos entraron a una vivienda usando la ventana que los habitantes de la morada mantenían abierta debido al excesivo calor del verano; este tipo de práctica era usual dentro de la comunidad, debido a la nula estadística delictiva.
_¡¡¡Paff!!!_ El golpe del madero cayendo raudo sobre su cráneo, produjo un sonido seco, fue como si se hubiese quebrado una nuez. Antes de perder el conocimiento, Pedro soltó los cubiertos de plata que robaba causando un sonido de "lluvia metálica", al mismo tiempo veía dos desconocidas figuras moviéndose en la oscuridad.
_ ¿Pedro que fue ese ruido?_ Preguntó Magdalena en alerta_ ¿¡Pedro donde carajos estás!?_ Susurró asustada segundos antes que el bate de béisbol se estrellase contra su rostro noqueándola.
_ ¡Te dije que había escuchado algo!_ Dijo una de las dos indistinguibles siluetas.
_ ¿Quienes serán?_ Respondió la otra.
_ Seguramente enviados de Satanás.
_ ¿Que hacemos con ellos?
_ ¡No lo sé!
_ ¡Llama a Emanuel. El sumo sacerdote sabrá que hacer!
El mayor de los hermanos no supo cuanto tiempo estuvo inconsciente, pero al recobrar los sentidos, observó el cielo oscuro y estrellado. Sintió mareos y náuseas, causadas por el fuerte golpe en la cabeza; también percibió gruesos hilos de sangre mojando su cabello. Estaba inmóvil tendido sobre una alfombra de hierba húmeda, y por mas que trató de recuperar la verticalidad, le fue irrealizable; sus extremidades se encontraban atadas en la espalda. A un par de metros Magdalena yacía inconsciente.
_ ¿¡Que hacíais aquí!?_ Preguntó el sumo sacerdote_ ¡Responde pecador!_ Gritó pateando sin piedad las costillas del mayor de los gemelos. El clérigo permanecía rodeado por una expectativa multitud que vitoreaba cada castigo cantando y rezando._ ¡Amén!... ¡Glorioso es tu nombre mi señor!... ¡Sálvanos del pecado oh señor!... ¡Aleja a Satanás y sus vasallos!
_ ¡Estoy seguro que ustedes son enviados de Satanás!_ Emanuel posó su biblia sobre el rostro de Magdalena_ ¡Puedo sentir tus pecados ramera babilónica!
_ ¡Déjala en paz maldito!_ Vociferó Pedro antes de recibir un brutal puñetazo.
_ ¿¡Que puedo hacer para salvar estas almas!?... ¡Nuestro señor Jesús fue crucificado junto a dos ladrones liberados del pecado gracias a su sacrificio!
_ ¡Sálvanos Jesús de los pecadores!_ La multitud extasiada seguía sumergida en bailes y oraciones_ ¡Encontraran la redención bajo la promesa de nuestro señor Jesús el cristo!
_ ¡Suéltala hijo de puta!_ Los conjuros de Pedro se ahogaban entre aquel tempestuoso océano de locura religiosa.
_ ¡Seré la piedra de tu Gólgotha!.. ¡Es mi deber como pastor salvarlos de Satanás!
_ ¡Por favor suelten a mi hermana!
_ ¡Jesús sálvanos de los pecadores!
_ ¡Ella no les ha hecho nada!
_ ¡Jesús sálvanos de los pecadores!
_ ¡Hijos de perra, suéltenla!
_ ¡Jesús sálvanos de los pecadores!
Durante las primeras horas de la mañana, cuando los rayos del sol comenzaban a emerger desde las cumbres de las altas montañas nevadas, fue cuando vieron arribar aquella patrulla que llegaba con las sirenas ululando, y las balizas encendidas. La policía era alertada por los vecinos que denunciaron espantosos gritos durante la noche.
Dos agentes vistiendo el distintivo uniforme azul, golpeaban la pesadas puertas de acceso a la fortaleza.
_ Parece que aquí no hay nadie mi sargento_ Dijo el más joven posando sus manos en la cintura.
_ No lo creas novato_ Respondió el veterano sargento_ Llevó más de treinta años en la fuerza, y sé cuando alguien se oculta. Rodea el muro para ver si encuentras otra entrada.
_ ¡Abran en nombre de la ley!_ Clamaba el joven policía desapareciendo al circundar el muro.
_ ¡Todo esto, no me da buena espina! Y estoy seguro que nada terminará bien. ¡Además justo hoy tuvieron que mandarme con este baboso principiante!_ Rezongó para si mismo el viejo policía.
_ ¡Por Dios!... ¡Mi sargento!... ¡Mi sargento!... ¡Dios mío!... ¡Mi sargento venga rápido!_ Alertado por los alaridos de terror de su compañero, el oficial Giorgio Biancci desenfundó su pistola calibre 22, comenzando a correr en dirección donde se generaban los gritos; tras una carrera de un centenar de metros, halló al novato arrodillado y temblando, cubriendo con ambas manos su rostro_ ¿¡Que pasó novato!?_ Preguntó Biancci con la respiración agitada_ ¿¡Que pasó carajo!?
_ Mire mi sargento... Allí mi sargento... Allí arriba... Sobre el muro...
_ ¡Hijo de la gran puta!... ¿¡Que mierda es esto!?_ Giorgio Biancci en sus tres décadas de uniformado, nunca había visto una escena tan perturbadora.
Asomándose sobre el alto muro, se alzaban tres personas semi desnudas. El trío vestían unos diminutos taparrabos de lino, y permanecían clavados en grandes cruces de madera. Sus cuerpos bañados en sangre evidenciaban claros signos de cruel castigo.
_ ¡Pater ignosce illis, quia nesciunt quid!_ Gritó Emanuel el sumo sacerdote que se encontraba crucificado en el centro de la triada.
Pedro a su derecha, en silencio trataba de no perder el conocimiento. Con la mirada cansina, buscaba a Magdalena. Ella a la izquierda permanecía inconsciente; el rostro de la joven mujer caía inerte y ensangrentado sobre su desnudo pecho.
_ ¿Deus meus, ut quid dereliquisti me?_ Un extasiado Emanuel emulaba a Cristo. El líder de la comunidad religiosa portaba sobre su cabeza una vistosa corona hecha de espinas y desde uno de sus costados emanaba sangre a chorretones _ ¡Pater, in manus tuas commendo spiritum meum!_ Gritó en trance alzando la mirada a los cielos. Frente a las cruces el teniente Giorgio Biancci con una mueca de espanto llamaba a la central policíaca.
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