Poema
Este poema creo haberlo publicado hace tiempo con el nick vicherrera y hoy como saludo a nuestro amigo andaluz Grilo, que está reapareciendo, he querido volver a publicarlo sin reeditar, tal cual es originalmente.
Balcón andaluz
Una voz de mujer en la altura me llama
desde las penumbras de un balcón enrejado,
que se encarama en la falda de una blanca pared.
No está en el camino de los pueblos blancos
en la ibérica península de allende el océano.
Está en una calle de una ciudad muy al sur,
está en un barrio a los pies de montes andinos nevados,
está en mi tierra fecundada por mezcla de razas.
Es una postal escondida entre moles de frío cemento,
que pintó en otro siglo algún olvidado inmigrante español
que ancló y murió en una esquina cercana al Pacífico mar.
Hay adoquines de negra piedra brillantes y mojados,
por la garúa que cae rayando la luz de un solitario farol,
que ilumina el portal que invita a entrar en esa postal.
Atravieso una puerta con reja de arabesco fierro forjado
y un ¡Olé! de mujer, me transporta a un rincón andaluz.
Un rincón de cante, de palmas sonoras y baile,
de guitarras, tacones y castañuelas que cantan.
Su mano toma la mía, siento calor de estirpe morisca
que corre y se mezcla con savia, con sangre
de poeta bohemio, hijo del hasta hoy indómito Arauco.
Me conduce al balcón del cual me llegó su llamada incitante,
donde oscuras cortinas nos dejan a la sombra de luna escondida.
Mis ojos preguntan, un dedo en sus labios me dice: ¡Silencio!
y luego con calma su boca responde con besos muy rojos.
Mis labios tiritan, su mirada es un dardo de fuego
que quema la piel y tensa las cuerdas del cuerpo impaciente.
Fuego que se hace sed para el vino y espanta el frío de otoño.
Es el preludio de romance, de juegos calientes y cena de amor,
con zumo de mi tierra generosa y hoguera de hembra andaluza,
que vibra en guitarra y tiembla con ritmo de punzante tacón,
hiere la piel e incita a emerger el deseo latente del macho del sur.
La noche es cómplice, las guitarras sonoras compinches,
las castañuelas comparsa incitante y el vino sangre de vida.
El frío se aleja, la penumbra se quiebra, la luna aparece.
La piel española muy blanca excita y encanta al sureño varón.
y el músculo moreno sin doblegar impone su estirpe araucana.
Es una noche de lucha y amor, también de guerra y pasión,
sin ganador ni vencido, ambos triunfantes con rabo y oreja,
en ese campo de lid enclavado en una calle de Santiago del Sur,
distante de España y muy lejos de Córdoba, Sevilla o Granada.
Es pasión con luz, caricias y guiños de luna, en un chileno balcón andaluz.
Incluido en libro: Todos los vientos
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