¿Qué sucede cuándo cortamos una frase o una imagen en este gran compañero mío que se llama Word y la dejamos suspendida en el aire como si estuviese confinada en el purgatorio? Acabo de hacerlo, antes de comenzar con esta pregunta que me dio vueltas en la testa como un insecto alado. La frase o la imagen, que viene siendo lo mismo, no la he pegado en ninguna parte e intuyo que me grita con su desgarrador acento binario, como lo haría cualquier ser que haya sido postergado en los extramuros de las indefiniciones. Es ocioso pensar en esos asuntos, considerando que el inefable Microsoft Oficce ya tendrá resueltas todas estas cuestiones, incluso las que nos parecen metafísicas
metafísicas tribulaciones y gemidos difuminados mientras recorre con sigilo de ladrón aquel cuerpo femenino que cede a los suaves latidos del alma y a los ronroneos del sueño embriagador. Y enfila por una pierna de contornos clásicos, recorriéndola sin prisa, de tobillo a muslo y de allí, su paso se torna febril hacia el norte prefijado. Se extravía en las latitudes de unas caderas de curvada geografía y emprende el escalamiento gozoso hacia una de las dos cumbres que se elevan bajo la blusa. Y allí descansa, en ese manantial de miel preparándose para beber, esa es su naturaleza.
-¡Ayyy!- grita la mujer, mientras su mano se interna bajo la camisa de dormir y trepa veloz a su seno izquierdo. –¡Una pulga! ¡Maldita, me despertó!
Y la caza del insecto no concluye hasta que la mujer se despoja de su camisa, la atrapa y la aprisiona entre sus dedos hasta destriparla
destriparla, eso quisiera. La patrona le ha comunicado que sus labores cesan a fin de mes. Lo despide y su mirada se torna insondable. Es la que siempre detentan los que anuncian malas nuevas. Pero es otra cosa, él lo sabe y desde el fondo de sus escasos conocimientos leguleyos puede intuir que en nada ha fallado. La ha sorprendido mirándolo con cierta lascivia. Le ha sonreído cuando no ha existido razón. Hace unos días, le subió el cierre de su vestido, tras su petición. Sin querer paseó sus ojos por esa espalda casi virginal. Pero él es decente. Y tiene novia. Y la ama. Todas esas consideraciones, motivos o convicciones le permiten mirarlos a todos a los ojos con la transparencia de su mirada.
Pero ella no ceja y sin existir ya labor por realizar, lo ha obligado a permanecer en la tienda tres horas más. La excusa es simple: en cualquier instante llega la mercadería. Pero no, repeliéndose a sí mismo por no haber tenido la entereza de negarse, él aguarda, desocupando las estanterías para volver a ordenarlas, apretando sus mandíbulas por la impotencia. Y entretanto, ella lo contempla desde el sesgo de sus ojos, jugueteando con su escote y repasando el rouge sobre la carnosidad de sus labios. El café solicitado por ella aparece en sus manos tensas. La mujer bebe un sorbo y lo contempla ahora sin disimulo. Le invita a tomar asiento y él se niega. La noche cae.
Ha sido despedido ese día y sus pasos se deslizan con el peso de la ingratitud en su alma. Pero, es joven y nuevas puertas han de abrírsele.
Entretanto, la patrona ya ha contratado a otro muchacho. Todo continúa igual a pesar de todo, pero en el fondo de su corazón llora su desdicha porque lo amaba, lo amaba. Y lo ha perdido, aunque nunca -y eso lo tiene claro y es un afilado puñal que le rasga el pecho- nunca pudo considerarlo suyo.
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