Un río de tierra caudalosa cruzó raudo la vastedad de los campos que, por supuesto, no se reflejaban en su superficie terrosa. Era un curso rumoroso en cuyo vientre nadaban peces de arena de una especie que nació con los cataclismos, seres oscuros que intuían que su viaje era cosa incierta en ese caudal polvoriento. Un grupo de perros famélicos jugueteaba en las inmediaciones de ese río y los más audaces quisieron darse un baño y se arrojaron a ese río opaco que en vez de ir acompañado de las melodías que se entreveran en el alma de los ríos, sólo arrastraba el rumor del desastre fraguado en sus vísceras. Y esos perros esqueléticos que trataron de nadar en ese torrente, fueron parte de ese río y se sumaron a la fauna tenebrosa, mientras un sauce que no lloraba hacía muchos años, dejó escapar una lágrima terrosa.
El río de polvo continúo dibujándose sobre el paisaje agreste, ¿habrá visto alguien imagen más desoladora?
La noche se cubrió de estrellas que titilaron más por el tierral levantado por el rumoroso río que por efecto de las inconmensurables distancias. Y el río culebreó por los valles yertos y fue descendiendo hacia el mar. Y cuando el rumoroso curso de polvo se hermanó con el enorme desierto de olas de arena, supo que había llegado a su último destino.