Inés es nombre de santa o de mártir, pero a mí me suena más a heroína perdida en las páginas de algún libro pagano. Esta hermana mía entiende de revoluciones y sabe que hay que volver a encender las cenizas. Y la esperanza. Siguiendo los pañuelos, la utopía no puede quedar lejos.
Y con ese descaro que da la juventud, puede cantarte las cuarenta sin que se lo pidas y arrepentirse sólo a medias. Tiene la lágrima fácil y la risa no tanto. No simpatiza con los “refutadores de leyenda” y adora a un Ángel gris. Entre Waslala y Macondo no sé adónde emigraría. Pero habita este mundo en compañía de Galeano, la Gioconda y una tal Redondo.
Inés, protectora de sus afectos, afectuosa a su manera, le duele la hipocresía y le enoja la injusticia. Conserva recuerdos, amistades y sueños de la infancia. Heredó de sus mayores el gusto por Sabina, el rock y otros vicios. Si esta fuera una canción tendría ritmo de chacarera aunque para bailar yo prefiera la zamba y un pañuelo blanco. O verde.
No tenemos abuelos que ganaban batallas ni caminos que vienen de Roma, pero si sobrevivientes de inviernos largos y gambeteadores de macrisis anteriores. Y acá estamos, esperando Octubre y deshojando margaritas impares.
Ignota Aria Stark, no permitas que los defensores de las buenas costumbres te quiten el coraje, la alegría y el descaro de decir lo que piensas.
Dicen que la sangre no es agua, yo digo que es elegirnos cada día durante lo que nos quede por andar.
Qué nunca te falte un sofá, una tarde de lluvia y un amor. O, si lo prefieres, una mochila, un camino… y un amor.