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En la soledad de mi habitación, con el sonido del gentío y los pájaros que habitan en los árboles próximos a mi hogar es donde cada noche, sin excepción, sueño.
Como todo el mundo, diréis. Desde luego. Todos soñamos, incluso aunque no nos acordemos de haberlo hecho.
Yo hoy lo he vuelto a hacer. De nuevo, no es algo extraño y mucho menos novedoso. Sin embargo, algo en este sueño ha sido suficiente para que me sienta inquieto, incluso ahora, que han pasado varios días, siento el sueño como un olor fétido y nauseabundo que me persigue.
No me desperté apenas sobresaltado, así que etiquetarlo de pesadilla no debería ser del todo correcto. Me levanté sintiéndome pesado, como si tuviera una gran fuerza aplastándome contra el suelo. Me dolía la cabeza. Me bañé todavía rumiando el sueño. Sentía una incomodidad feroz que cada vez crecía más y más. Casi podía sentir como devoraba mis entrañas.
Algo no estaba bien, pero no recordaba porqué.
No podía detenerme a pensar. Ese era un día importante. Si todo salía bien, que esperaba que así fuera, quizás podría considerarse el día más importante de mi vida.
García, el dueño, abría su tienda a las nueve de la mañana. Tenía que darme prisa si quería llegar a tiempo. Puse la cafetera al fuego y me bebí el líquido casi con voracidad cuando estuvo listo. Recogí el periódico que descansaba sobre el escalón de la entrada de mi casa y salí con paso firme hacia la tienda del señor García.
Llegué justo a tiempo para ver como introducía la llave en el ojo de la cerradura. La giró dando un par de vueltas y juntos accedimos al interior de la pequeña tienda.
El señor García puso ante mí la pequeña cajita de terciopelo oscuro y la abrió para que admirase su contenido. Sonreí y tras pagar lo debido me metí la pequeña caja en el bolsillo de mi gabardina.
Paré en un pequeño puesto de flores y compré el ramo más colorido y fresco que había. Con ambas cosas ya en mis manos recorrí el camino hacía la casa de mi Lucía.
Pero no, no podía olvidar esa sensación que cada vez pesaba más y más.
Podía sentir como las mujeres me miraban escandalizadas y los hombres me apuntaban con el semblante furioso.
Incluso un gato que se me cruzó en una callejuela parecía mirarme con desprecio.
Peso, dolor. Me duele la cabeza.
Dolor, dolor...
Sentía las gotas de sudor recorriéndome la espalda. Las cosquillas que me provocaban las perlas de sudor me hirritaban.
Dolor, dolor. Peso...
Apenas fui consciente de haber golpeado la puerta hasta que no vi el rostro de mi amada. Recogió las flores con una sonrisa y las puso en un precioso jarrón de cristal.
Me preguntó varias veces si me encontraba bien, pero yo no podía pesar.
Dolor, dolor...
La besé con ardiente ferocidad. Ella se apartó de mí empujándome con sorpresa y miedo. Su vestido estaba ligeramente rasgado.
Dolor, dolor...
Me miraba con odio. Lo sentía incluso cuando no me miraba.
Peso. peso...
Me apoyé unos instantes contra el piano y tiré sin quererlo un abrecartas dorado.
Lo cogí con las manos temblorosas mientras el dolor crecía extendiéndose por todo mi cuerpo.
Sentía las brasas bajo mi piel quemándome y provocándome llagas dolorosas y supurantes.
Dolor... Dolor... Peso... Ira...
Ira...
Ira...
No sé en que momento empecé a repetir insaciablemente las palabras. Vos sabéis cuales, yo no me las puedo quitar de la cabeza. Incluso ahora. Me persiguen como si fuera una flecha que en el aire busca el punto exacto de mi corazón para acabar con mi vida.
Igual que Lucía quería acabar conmigo.
Quería a otro.
No a mí.
Me había engañado.
Lo podía oír en mi cabeza gritándome. Casi burlándose de mi estúpida inocencia.
Dolor, dolor... Ira...
Quería acabar con esa sensación. Entiéndalo. Me quemaba.
Sin embargo, el tacto frío del abrecartas en la palma de mi mano me calmaba. Aunque fuera un poco.
Lucía miraba con terror mi mano. Era como un ciervo ante mí. Y yo era el cazador.
No tuvo espacio de reacción. Dios sabe que fui rápido como una flecha lanzada por una ballesta. Y certero.
Clavé la punta del metal una sola vez en su corazón. Y otras tantas vinieron después. Con cada puñalada podía sentir que el calor de disipaba hasta casi desaparecer. Ella no pudo ni siquiera tocarme. Claro que no. Recogí del suelo la cajita de terciopelo, que se había caído junto a ella, para meterla de nuevo en el bolsillo.
Miré a mi alrededor y me llevé su cajita de joyas. Todos creerían que había sido un inoportuno robo que había terminado en tragedia. Nadie me había visto entrar y nadie me vería salir. Limpié el abrecartas con un paño y lo metí todo en la caja de joyas.
Nadie se percató de mi presencia cuando abandoné la casa. Y las voces desaparecieron de mi cabeza.
Enterré la caja de joyas bajo la escalera de mi casa. Muy profundo. Y lo cubrí con las pequeñas piedras que cubrían el suelo.
Doce días pasaron sin oír las voces en mi mente atormentándome. Ningún sueño volvió a perturbar mi noche.
Fue al decimotercer día cuando unos caballeros tocaron la puerta de mi casa.
Me preguntaron por mi relación con ella, me dijeron lo que ya sabía.
Uno de ellos paseó por la casa mientras abría armarios y buscaba pruebas que me incriminasen. Yo les ofrecí un café que ellos aceptaron gustosamente.
Fue entonces cuando uno de ellos, el más bajo, introdujo su afilada y pertinaz mano en mi gabardina.
Santo Dios, en ese momento pude sentir como toda sangre desaparecía de mi rostro.
¿Cómo pude olvidarme de ella? La sangre seca que salpicaba la tela era más que visible, y suficiente para que ambos hombres se abalanzaran sobre mí.
Dolor... Dolor...
Fue apenas un murmullo que se alzó hasta convertirse en alaridos agonizantes que salían de mi pecho como si me hubieran partido a la mitad.
Esa noche dormí en un lecho frío en una celda. Y la siguiente... Y muchas más así, hasta que después de innumerables sueños entre los fríos muros de piedra, el dolor fue tal que mi corazón se paró.
Fue un año después. Justo un año después del que tenía que haber sido el mejor día de mi vida.
Ahora ya no sueño, pero estoy condenado a sufrir el dolor y el delirio.
Para siempre.

Texto agregado el 31-08-2019, y leído por 97 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
03-09-2019 Un texto atrapante; con un lenguaje bien nutrido y bien utilizado. Me gustan los finales dándote cuenta que las cosas suelen ser más hijas de puta de lo que uno cree. Muy bien logrado. Saludos desde Iquique Chile. vejete_rockero-48
02-09-2019 Uf! qué fuerte! me gustó. Magda gmmagdalena
01-09-2019 Me gustó mucho. glori
 
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