Hace un par de días, mientras curioseaba en Google buscando alguna noticia, algún reportaje, la primicia o cualquier asunto que valiera la pena, el mouse hizo un respingo sobre su superficie de desplazamiento y la flechita cursora terminó posada sobre cierto programa que se especializa en crear árboles genealógicos a partir de los datos proporcionados por quienes desean conciliarse con la parte desconocida de sus orígenes. Para casi todos nosotros o bien para la gran mayoría, este debe ser un tema que se nos figura como algo inextricable, acaso una pamplina de carácter aleatorio que es probable que no aporte fidelidad alguna tras escarbar en el firmamento difuso de los parentescos.
Sumergirse en este viaje a lo pretérito para intentar encontrar algún vestigio de nuestra sangre es un asunto motivador, claro está, pero la suspicacia, el desconocimiento sobre los métodos utilizados para pesquisar las coincidencias que atingen a nuestro ADN, sólo logran que este tema que ni siquiera tiene visos de ser revulsivo, me provoque un rechazo ya expresado unas cuantas líneas atrás.
Al parecer, mis aprensiones se justificaban de lleno. Teniendo en cuenta que la curiosidad es el motor que moviliza a la humanidad, tecleé el nombre de mi madre (que no es Miss Marple, por si acaso) y la sorpresa casi me noquea al enterarme que ella nunca fue la respetable mujer que me dio el ser, sino que por algún cortocircuito en la línea de mando del motor de búsqueda –no imagino otra cosa- ahora venía siendo nada menos que mi hermana. La sorpresa no finalizó allí. Un combo en plena nariz fue enterarme que mi padre en realidad no era el padre que yo creí que era sino el sorpresivo progenitor de mi madre. Lo más intrigante es que mi madre no contrajo nupcias con mi padre sino que con un desconocido. Tengo claro que la indagación es gratuita, lo que podría ser un atenuante para mí saber que no tiene un costo oneroso el enterarme que soy parte, o quizás no, de este mundo distópico en que nada es como yo sabía que era.
. Otro dato que surge es que mi nunca bien ponderada progenitora no se casó con mi padre sino con un desconocido, que al final de cuentas lo fue también para mí, ya que tampoco me enteré quien era ese misterioso personaje.
Después de esta situación absolutamente fuera de sintonía, me he empeñado en conocer los métodos utilizados por esa gente para entregar datos tan fuleros como el que me afecta. Alguien de muy mala leche me ha dicho: “Meten tus datos en una juguera especial para estos menesteres y sale lo que sale”. Como que yo sea hermano de mi madre, ella hija de mi padre y yo el espurio hijo de un desconocido.
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