Mi hermano y yo éramos nuevos en el país, no hablábamos el idioma, llegamos a estudiar pero necesitábamos comer. Conseguimos un trabajo, el idioma no era necesario.
Era un restaurante famoso llamado “La Rue”, el chef Orlando Figini tenía gran reputación como gran cocinero. Bruno Petoletti, elegante y distinguido, era el maitre’ d Solo se servían cenas, excepto el Lunes cuando no se abría. Recién salidos de la escuela secundaria jamás habíamos trabajado, ninguna clase de experiencia. El restaurante estaba en el Conocido Sunset Blv. y enfrente del club nocturno
“Mocambo”.
-Bueno- me dijo mi hermano –bachiller póngase su delantal.- Éramos los lavaplatos.
A ese conocido restaurante frecuentaban personas como Frank Sinatra, Elizabeth Taylor, Ronald Reagan y su esposa, Red Skelton y otros muchos artistas. Una noche uno de los meseros nos informó que había llegado nada menos que la famosa Marilyn Monroe.
Entre el comedor y la cocina había una puerta doble con dos ventanitas para que los meseros supieran si alguien llegaba del otro lado.
Yo quería ver a la bella artista, interrumpí la lavada de trastes, subí las dos o tres graditas que llegaban a la puerta y vi por una de las dos ventanas. Allá estaba sentada en su mesa la hermosa mujer en un traje azul claro, bueno, celeste oscuro. En verdad se miraba muy bella.
Fue así como nos conocimos, yo la admiré desde lejos, ella, este…, bueno… ella nunca supo que yo existía. Jamás he olvidado lo sucedido: Marilyn Monroe y yo ¡Que noche!
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