Las fatalidades recientes, especialmente la Amazonia en llamas, me impulsan a volver a editar este poema:




APOCALIPSIS




Una procesión de antorchas
lleva la virgen al río
que el cianuro contamina
con su veneno letal,
en sus aguas que eran claras
ya no refleja la Luna,
un manto de peces muertos
no le permite espejar.
No mojes tu boca seca,
bebe de otro manantial
ese final que promete
es difícil de tragar.

Un pueblo de pescadores
que se arrodilla a rezar
en caravana doliente
al Cristo va a venerar,
dicen que a su aldea vecina
ayer por la madrugada,
vestido con piel de lobo
el mar la vino a buscar.

Una multitud de fieles
de la ciudad de cristal
se dirige consternada
a suplicar en su altar,
anoche, tan solo anoche
el cerro que la adornaba
al barrio de su ladera
lo convirtió en lodazal.

Son miríadas las manos
campesinas implorantes
que le ruegan a su cielo
una lluvia bautismal,
aquel Sol que fecundaba
la semilla de su pan
se hizo látigo de fuego
del infierno terrenal.

El poder y la avaricia
de los hombres miserables
nos conduce sin remedio
a un futuro fantasmal,
¿de que sirven las iglesias?,
fueron barro y lo serán
si cerramos nuestros ojos
mientras cae la Catedral.

La Tierra con su prodigio,
bendita nave espacial
es el Templo de la vida
y el destino celestial,
si desoímos las voces
de su grito sepulcral
será pronto el camposanto
de la tonta humanidad.