No me atrevía a mirarte, era tan tímido que al saludarte me ardían las mejillas. Lo recuerdo muy bien, tú siempre estabas con tus amigas... y yo en lo mío. Eras inalcanzable, tan hermosa que no había palabra que te hiciera justicia... y yo imaginando a que sabrían tus besos.
Quería impresionarte, aunque no sabía de qué manera, me sentía tan insignificante y sin nada que ofrecer. En mi calidad de chico de provincia llevaba las de perder frente a todos esos tipos de personalidad arrolladora que se te acercaban.
El peor era Mauricio, un fanfarrón con dos dedos de frente y sonrisa de idiota, ¡cómo odiaba cuando se hacía el galán contigo! , me daban ganas de ultimarlo con un martillo y arrojar su cuerpo a una zanja. En mi mente lo habré matado unos ocho mil quinientas veces, pero no pasaba de eso, porque como dije anteriormente yo era muy muy tímido.
Me encantaba verte patinar, era un deleite para mis ojos, te movías con tanta gracia que parecías un ángel caído del cielo, más de una vez suspiré escondido detrás de unos árboles, no tenía el valor para afrontar el sentimiento que estaba naciendo dentro de mí.
-Invítale un helado- me decían mis amigos de ese entonces- dale, si no pierdes nada, peor es que te quedes ahí con esa cara de tonto babeando.
Y aunque sus intenciones eran nobles, yo me ponía más nervioso todavía, el sólo imaginarme a solas contigo me estresaba sobremanera. ¿De qué te iba a hablar?, bueno, en el caso hipotético de que me atreviera a soltar una sílaba, esto de ser tan tímido es de lo más odioso.
Un día reuní el valor necesario para acercarme a ti, sentí que me hormigueaban las piernas y todo el cuerpo, mi corazón era un caballo desbocado, por un momento quise salir arrancando.
-Eeeeh...hola- te dije y me quedé con la boca abierta incapaz de decir algo más.
-Hola- respondiste y tus labios se movían al compás de mis latidos.
-Bueno...yo quería...bueno, como te lo digo- hice una pausa, el color rojo otra vez se me había subido a la cara- bueno...¿te gustaría tomar un helado conmigo?
Me miraste directo a los ojos y yo no sé como no me dio un infarto ahí mismo.
-No- agregaste- yo no quiero un helado...quiero otra cosa.
Acercaste tu cara a la mía y me besaste. Yo era tan tímido...tú no tanto