La voz sonaba levemente ronca y armónica por el teléfono, preciosamente sensual, penetró de forma delicada por mis oídos y se deslizó con suavidad invadiendo mis fibras más íntimas; deleitándome. Me sorprendí de lo que podía hacer vibrar en mí y de la importancia que daba a cada modulación. No era una presencia, ni una caricia, sin embargo me sacudía íntegra con su intensidad. Cuando terminó la conversación apenas recordaba lo que habíamos hablado; todo mi ámbito, mis sentidos; toda yo, habíamos quedado presos del encanto de esa voz. La había absorbido por completo y la había degustado como el más exquisito de los manjares, paladeando golosa todos sus matices. Era el corolario perfecto a mis expectativas en relación a su dueño. Durante mucho tiempo la había imaginado, pero el escucharla, el deleitarme con ella, me había producido una sensación indescriptible; cada una de las palabras había atacado directamente a mi fibra más sensitiva y oleadas de placer me habían recorrido como el preludio de un acto amoroso. La voz, despojada de toda presencia física, había logrado en mí una reacción inesperada por lo intensa, cautivándome para siempre.


María Magdalena Gabetta