En sus manos, el spray cobra vida y son caracoles indescifrables, mensajes que parecieran ir dirigidos al mismísimo demonio. Ese muro que instantes atrás lucía blanco y oferente para su espíritu rebelde, ahora se ha llenado de signos misteriosos, firmas refrendadas por el caos mismo, un dolor insufrible para el dueño de ese muro, cuando al día siguiente se tope con esos esperpentos.
En un par de semanas, todo el barrio se encuentra en estado de alerta. Son pocas las fachadas que han resultado indemnes ante el descarado impulso creador de ese personaje misterioso. Está absolutamente claro que es el mismo individuo quien ha dibujado esas jerigonzas en puertas, muros, ventanas e incluso elevadas cornisas. Se elucubra que debe ser un acróbata que después de sus horas de trabajo en el circo, aún le quedan arrestos para proseguir con su “hobby”. Son teorías disparatadas, una serie de puntos divergentes que intentan encontrarse por lo menos en las inmediaciones de alguna coincidencia. El tipo en realidad tiene desesperado al vecindario y ya se están estableciendo los lineamientos para crear rondas nocturnas que intenten atrapar por fin al hechor y obligarlo a que repare todo el daño ocasionado. Otros son partidarios de darle una buena tunda para que escarmiente. La noche cae una vez más y sin que nadie se lo explique, nuevos garabatos aparecen en las fachadas que hasta ahora se habían escapado. La mano, diestra en el arte de ejecutar esas figuras psicodélicas, tiene a su favor la velocidad con que realiza su “arte” y por supuesto, su enorme habilidad para esfumarse.
Las rondas se intensifican y los hombres se diseminan por los puntos intocados. Los vecinos se mimetizan tras los árboles, en las puertas entornadas e incluso sobre improvisadas atalayas fabricadas sobre los muros.
Es invierno y el frío es un personaje más que trae atada a su brazo a una lúgubre neblina que se espesa a medida que avanza la noche. A duras penas, las luminarias mezquinan su mortecino fulgor, pero cada hombre aguarda en sus respectivos puestos de vigilancia. Se han calado sus sombreros y gorros y se han colocado ropa abrigadora pero liviana que les permita actuar con agilidad. De todos modos, tiemblan en la noche inclemente mientras de sus labios se escapa el vapor de sus alientos.
Una sombra trepa por uno de los muros y los hombres se desconciertan. Los que teorizaban sobre un personaje con dotes circenses parecían no estar errados. La sombra alcanza la cornisa de una vivienda de dos pisos y en la penumbra se puede divisar como uno de sus brazos sigue los recovecos que su mente le dicta. -¡Es el grafitero del Diablo!- grita uno y es la voz de alerta para que todos abandonen sus escondrijos y se abalancen sobre el individuo. Todos acuden al lugar en donde podrían por fin dilucidarse todas las presunciones. Pero el individuo ha trepado hasta el punto más alto de dicha vivienda y ha desaparecido.
-¡A él!- grita el vecino más anciano, convencido que su poca agilidad la suple con su potente voz de mando. Y todos se consiguen escaleras y cuerdas para trepar a esa casona e ir en pos del villano. En pocos minutos, han rodeado el lugar, provistos de linternas y bates de beisbol. La guerra es la guerra. Pero el hechor ha desaparecido una vez más.
En una casa que se encuentra a pocas cuadras de allí, un tipo desgarbado fuma y cavila. En el piso, se diseminan plumones y potes de spray. Y en sus ojos, sólo se dibuja el rencor. Trabajaba en el circo, en efecto, pero es su cómplice quien ha sido adiestrado para ejecutar sus aviesos actos. La ventana pequeña de su baño está abierta y aguarda que una vez más su vengador, el que se cobrará de todas las calumnias, de todos los insultos, del triste final de su carrera ocasionado por las falsedades, aparezca para asegurarle que otra batalla ha sido ganada. Todos, absolutamente todos, inocentes y pecadores, sufrirán las consecuencias. Caro les costará haberlo traicionado. En efecto, la ventana del baño rechina apenas, delatando la presencia de alguien, luego unos pasos, un suave chillido y aparece por fin Esteban, el chimpancé que lo adiestra desde que era un bebé y que ahora sólo es su fiel amigo y el brazo armado de su particular venganza.
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